Se aproximó a Dennis por la izquierda. El cerduende se pasó al otro hombro de Dennis, escrutando los preparativos y enseñando los dientes cada vez que Brady se acercaba.
—Tiene suficientes aparatos para construir otro zievatrón cuando llegue a Flasteria. Debería poder arreglarlo en cinco minutos. Y parece que quisiera montar un almacén con tanto material de supervivencia. Pero eso es asunto suyo.
El tipo parecía celoso. Pero Dennis no había visto que se presentara voluntario para ir.
—¡Acuérdese de arreglar la máquina primero! —continuó Brady—. ¡Entonces no importará si algo se lo come mientras intenta hablar con todos los animales del lugar!
Richard Schwall, uno de los técnicos que habían trabajado con Dennis en los primeros días, alzó la vista del esquema que estaba cotejando y compartió una mirada de conmiseración con Dennis. Todo el mundo en el I.T.S. apreciaba la simpática actitud de Brady.
—¡Dennis!
La figura de valquiria de Gabriella Versgo se abrió paso hacia ellos entre la multitud de técnicos. Uno de ellos, demasiado lento para apartarse, fue barrido por un rápido movimiento de pelvis.
Brady sonrió con cara de cachorrito enamorado mientras ella se acercaba. Gabbie le dirigió una sonrisa brillante y luego cogió el brazo derecho de Dennis en una tenaza que interrumpió parcialmente el suministro de sangre de su mano.
—Bueno, Dennis —dijo, suspirando felizmente—. ¡Me alegra mucho que Bernie y tú volváis a hablaros! Siempre he pensado que esa tensión entre vosotros era una tontería por vuestra parte.
De hecho, hablaba como si lo considerara maravilloso. Dennis se dio cuenta de que Gabbie tenía la errónea impresión de que su enemistad con Brady se había acabado. ¡Si ése fuera de verdad el caso, Dennis habría izado una bandera blanca y se habría rendido hacía ya mucho tiempo!
—He venido a advertiros de que el doctor Flaster viene para despedir a Dennis. ¡Y trae consigo a Boona Calumny!
Dennis tuvo un instante de desconcierto.
—¡El nuevo ministro de Ciencias de Mediterránea! —exclamó Gabbie.
Tiró bruscamente de su codo, apretándole accidentalmente su nervio. Dennis gimió, pero Gabbie continuó, ajena a su momentánea agonía.
—¿No es maravilloso? —exclamó—. ¡Un hombre tan eminente que viene a ver cómo el primer humano pone el pie en un mundo anómalo! —En su último gesto, soltó su tenaza. Dennis contuvo un gemido y se frotó el brazo.
Gabriella acarició al cerduende, tratando de pellizcar su diminuta barbilla. La criatura lo soportó unos segundos, y luego estalló en un tremendo bostezo, dejando al descubierto filas gemelas de dientes afilados como agujas. Ella retiró rápidamente la mano.
Se colocó al otro lado de Dennis y se inclinó para besarlo castamente en la mejilla.
—Ahora tengo que darme prisa. Tengo un cristal importante en una zona de flotación. Que tengas buen viaje. Vuelve como un héroe y lo celebraremos de forma especial, lo prometo. —Le hizo un guiño y le dio un golpecito con la cadera, por lo que casi derribó al cerduende de su asidero.
Brady se animó cuando Gabriella le dio también un besito, para mantener las cosas igualadas. Entonces ella se marchó, sin duda consciente de que la mitad de los hombres del laboratorio la estaban mirando.
Richard Schwall sacudió la cabeza y murmuró:
—… Mujer podría desbancar a lady Macbeth… —fue todo lo que Dennis pudo captar.
Brady hizo una mueca de indignación y se marchó.
Mientras Dennis regresaba a sus cálculos, comprobándolos por última vez para asegurarse de que no había cometido ningún error, el cerduende planeó hasta un asidero sobre Richard Schwall. Se asomó por encima del hombro del técnico calvo, contemplando cómo ajustaba la herramienta electrónica que Dennis tendría que llevar.
Durante dos días, desde que Dennis había declarado que la criatura estaba domada, los técnicos habían alzado rutinariamente la cabeza para encontrar aquellos diminutos ojos verdes contemplándolos. Sorprendentemente, el cerduende siempre parecía escoger los lugares más arriesgados para hacerlo.
Mientras los preparativos progresaban sin problemas, la criatura se convirtió en una especie de símbolo de categoría. Los técnicos usaban trocitos de caramelo para atraerlo a sus puestos. Se había convertido en un amuleto de buena suerte, en una mascota.
Cuando Schwall alzó la cabeza y vio al cerduende, sonrió y recogió al pequeño alienígena para que pudiera ver mejor. Dennis soltó sus notas y contempló a los dos interactuar.
El cerduende parecía menos atraído por lo que Schwall hacía que por la forma en que el técnico se sentía. Cuando su rostro denotaba placer, la criatura miraba adelante y atrás rápidamente, de Schwall a la libreta y otra vez.
Aunque estaba claro que no era una criatura sensitiva, Dennis se preguntó hasta qué punto era inteligente.
—¡Eh, Dennis! —dijo Schwall, excitado por momentos—. ¡Mira esto! ¡He logrado una imagen primorosa de la torre de lanzamiento de Ecuador! Ya sabes, la Aguja Vainilla. ¡Nunca me había dado cuenta de lo bueno que soy! ¡Tu amiguito trae suerte!
Al fondo del laboratorio se produjo un alboroto. Dennis dio un codazo amistoso a su colega.
—Vamos, Rich —dijo—. Levántate. Por fin están aquí.
Escoltado por Bernald Brady, el director del laboratorio se acercó al zievatrón. junto a Flaster caminaba un hombre bajito y rechoncho de rasgos enigmáticos a intensos. Dennis dedujo que debía ser el ministro de Ciencias de Mediterránea.
Mientras los presentaban, Boona Calumny parecía mirar directamente a través de Dennis. Su voz era muy aguda.
—¿Así que éste es el valiente joven que va a encargarse de su maravilloso trabajo aquí, Marcel? ¿Y empezará ahora mismo pasando a ese maravilloso lugar nuevo que ha descubierto?
Flaster sonrió.
—¡Sí, señor! ¡Y desde luego estamos orgullosos de él! —Le hizo un guiño conspirador a Dennis, quien empezaba a comprender las enormes ganas que tenía Flaster de conseguir un éxito para alardear de su gestión del I.T.S.
—Tendrá usted cuidado allá, ¿verdad, muchacho? —Calumny señaló con un dedo la compuerta. Dennis se preguntó si el hombre entendía de verdad lo que pasaba.
—Sí, señor. Lo tendré.
—Bien. ¡Queremos que regrese sano y salvo!
Dennis asintió amablemente, traduciendo de modo automático las observaciones del político del idioma ejecutivo al inglés. Quiere decir que si no vuelvo habrá un montón de papeleo desagradable.
—Lo prometo, señor.
—Excelente. ¿Sabe?, los jóvenes brillantes como usted son difíciles de encontrar hoy en día.
(En realidad, no valéis un pimiento, pero vas a ayudar a mi amigo a salir de un lío.)
—Sí, señor —convino Dennis otra vez.
—Andamos realmente escasos de jóvenes arrojados y aventureros, y estoy seguro de que usted llegará lejos.
(Andamos un poco cortos de gilipollas este mes. Tal vez podamos utilizarte para unas cuantas misiones suicidas más si regresas de ésta.)
—Eso espero, señor.
Calumny dio a Dennis un democrático apretón de manos; luego se volvió a susurrarle algo a Flaster. El director señaló una puerta, y el ministro salió del laboratorio. Probablemente a lavarse las manos, pensó Dennis.
—Muy bien, doctor Nuel —dijo Flaster alegremente—, coja a su amiguito alienígena y pongámonos en marcha. Espero que regrese antes de dos horas… menos si puede controlar su inclinación a explorar. Para cuando regrese ya habremos puesto a enfriar el champán.
Dennis cogió al cerduende cuando revoloteaba en el aire tras despegar de las manos de Rich Schwall. La pequeña criatura trinaba de excitación. Después de que cargaran todas las cajas, Dennis traspuso la compuerta.