Linnora tenía los ojos cerrados y una expresión pacífica en la cara mientras susurraba en voz baja. Aunque su cara estaba apenas a un palmo de la suya, Dennis no pudo distinguir las palabras con el viento.
Su cántico parecía resonar con el ronroneo del animalito que Dennis llevaba al hombro. Ella abrió los ojos un instante. Sonrió feliz a Dennis.
El cerduende ronroneó con más fuerza.
Dennis pilotó el planeador más allá del último obstáculo y sobre la extensión que les separaba de la muralla.
—¡Vamos! —instó a la máquina planeadora.
E1 suelo pasó ante ellos. El cántico de Linnora y el ronroneo del cerduende parecieron fundirse con la concentración de Dennis. La realidad titiló a su alrededor. Los puntales y cables se estremecieron con un leve zumbido musical, casi como si el planeador estuviera cambiando bajo sus dedos. De algún modo, resultaba familiar.
Dennis parpadeó. La muralla estaba ya a tan sólo veinte metros de distancia. A lo largo del parapeto marchaban soldados con antorchas, la atención fija en el suelo.
Tal vez… Dennis empezó a sentir un atisbo de esperanza.
El planeador pareció zumbar, excitado. De la princesa L´Toff emanaba una sensación de poder. ¡Y un gran eco amplificado parecía surgir de la criatura que colgaba de su hombro!
El planeador parecía eléctrico bajo sus manos, y una levísima luz titilante recorría los cables. La tensa tela ondeaba ceñida al viento cuando la muralla pasó a la altura de un hombre bajo ellos. Un guardia alzó la cabeza, boquiabierto. Luego la muralla quedó atrás, engullida por la noche.
De repente se encontraron sobre el río. La leve luz de las estrellas se reflejaba en su superficie.
El breve trance felthesh menguaba. Los había hecho rebasar la muralla con vida. Pero Dennis comprendió que ningún milagro de práctica los haría cruzar el agua. Limitado a la esencia de un planeador, su aparato sólo podía caer en el aire frío, no importaba lo eficaz que se hubiera vuelto.
A la izquierda se alzaba el bosque de mástiles de los muelles. Dudaba poder rebasarlos y llegar a las granjas que se extendían más allá.
—¿Sabe nadar todo el mundo? —preguntó—. Espero que sí, porque allá vamos.
Los muelles estaban a oscuras. Sólo esporádicamente alguna luz iluminaba una ventana acá y allá.
—¡Suelta tus correas! —le dijo a Arth—. ¡Déjate caer cuando te lo diga!
El ladrón obedeció de inmediato. Su cuchillo cortó el arnés de cuero. Linnora envolvió el klasmodion en su túnica a indicó con un movimiento de cabeza que estaba preparada.
Dennis trató de hacer que su descenso fuera en ángulo paralelo a los muelles. El agua pasó velozmente a sólo dos metros por debajo, un borrón bajo sus pies.
—¡Ahora! ¡Vamos!
Linnora dirigió a Dennis una rápida sonrisa y luego Arth y ella saltaron. El planeador rebotó y Dennis luchó con él. Había sido practicado para cargar más peso, y su centro de gravedad había cambiado.
El centroide, recordó Dennis mientras se echaba hacia atrás. ¿Dónde está ahora lo centroide? Oyó dos golpes en el agua, tras él, luego se ocupó de planear su propio aterrizaje.
Era demasiado tarde para saltar. Tenía que soportar el golpe. Luchó con sus propias correas y se soltó justo cuando sus pies empezaban a rozar el agua.
Mientras alzaba las piernas, advirtió que el cerduende se había ido. En cierto modo, no le sorprendió.
De repente, sus rodillas empezaron a trazar surcos en el río. El planeador se posó a su alrededor mientras el agua le daba un húmedo abrazo.
5
—¡Denniz!
Arth remaba tan silenciosamente como podía. Había envuelto en tela los remos del esquife que habían robado. Incluso así, odiaba tener que remar al descubierto por el río. Del castillo habían zarpado ya equipos de búsqueda: jinetes y patrullas de infantería pronto recorrerían la zona.
—¿Podéis verle?
Linnora escrutó la oscuridad.
—Todavía no. ¡Pero debe de estar por aquí! ¡Sigue remando!
Tenía la ropa pegada al cuerpo, y los vientos del valle soplaban sobre el agua. Pero no pensaba más que en el río y en su rescatador.
—¡Mago! —llamó—. ¿Estás ahí? ¡Mago! ¡Respóndeme!
Sólo se oía el suave chapoteo de los remos y, en la distancia, los gritos de los soldados del barón.
Arth remó.
La voz de Linnora se quebró.
—¡Dennis Nuel! ¡No puedes morir! ¡Guíanos hasta ti!
Se detuvieron a escuchar, sin respirar apenas. Entonces, en la oscuridad, se oyó un sonido leve.
—¡Por ahí! —Linnora se agarró al hombro de Arth y señaló.
El pequeño ladrón gruñó y tiró de los remos.
—¡Dennis! —exclamó ella. Oyó toser más adelante. Luego una ronca voz los llamó.
—El terrestre se ha zambullido… por fortuna mi nave flota. ¿Sois de la Guardia Costera?
Linnora suspiró. No entendía más que una palabra o dos de lo que decía, pero no importaba. Se suponía que las magos eran inescrutables.
—Voy a tener que encontrar un medio de salir de aquí —murmuró la voz en la oscuridad. Luego un fuerte estornudo resonó sobre el agua.
Dennis se aferró al armazón flotante. Una gran burbuja de aire mantenía el planeador a flote, aunque hacía agua rápidamente. En la ribera, las partidas de búsqueda se acercaban.
Contra el distante fluctuar de las linternas, finalmente distinguió la sombra móvil del bote.
Cuando Arth se detuvo a su lado, todo lo que pudo ver del pequeño ladrón fue su sonrisa. Pero no pudo confundir el contorno de Linnora cuando se inclinó para cogerle la mano. A pesar de su situación, Dennis tuvo que apreciar lo que el agua le había hecho a su túnica.
Tiritó cuando subió al bote. Ella lo envolvió en un trozo de vela. Pero cuando Arth volvió a los remos, Dennis lo detuvo.
—Intentemos salvar el planeador —dijo, tratando de controlar los estornudos—. Sería mejor si estuvieran completamente convencidos de que hemos escapado. Preferiría que sospecharan que fue magia.
Linnora sonrió. Tenía la mano sobre su brazo.
—Tienes una sorprendente forma de hablar, Dennis Nuel. ¿Quién demonios pensaría que lo que acabamos de experimentar no ha sido magia?
IX
DISCUS JESTUS
1
La granja había empezado a deteriorarse.
Desde la verja abierta, Dennis contempló el camino que conducía a la casa de Stivyung Sigel. La casa que parecía tan cómodamente habitada un par de meses antes tenía ahora el aspecto de un lugar largamente abandonado a los elementos.
—Creo que no hay moros en la costa —les dijo a los demás. Ayudó a Linnora a apoyarse contra el poste de la verja para que pudiera dejar de apoyarse en su hombro. La muchacha sonrió con valentía, pero Dennis se daba cuenta de que estaba agotada.
Indicó a Arth que vigilara, luego cruzó corriendo el patio para asomarse a una de las ajadas ventanas.
El polvo se había apoderado de todo. Los hermosos muebles antiguos del interior habían empezado a adquirir un aspecto burdo. El deterioro era triste, pero implicaba que la granja estaba desierta. Los soldados que registraban la zona en su búsqueda no habían emplazado una avanzadilla allí.
Regresó a la verja y ayudó a Linnora mientras Arth llevaba el planeador desmontado. Juntos, se desplomaron en los escalones de acceso a la casa. Durante un rato el único sonido aparte de su respiración fue el zumbar de los insectos.
La última vez que Dennis se había sentado en aquel porche le habían llamado la atención un puñado de herramientas que parecían sacadas en parte de Buck Rogers y en parte de la Edad de Piedra. Ahora vio que más de la mitad de los instrumentos habían desaparecido… los mejores, por cierto. Las maravillosas herramientas que Stivyung Sigel había practicado hasta la perfección estaban probablemente con el joven Tomosh en casa de sus tíos, junto con las mejores posesiones de Sigel.