Por si eso fuera poco, en ese momento unos cuernos resonaron por todo el valle rocoso. En las alturas que dominaban el cañón, apareció un destacamento de hombres con armadura. Cuando se levantó viento, desplegaron el pendón real de Coylia. Un gran dragón, sus amplias alas batientes recortadas sobre verde brillante ondeaba al viento v sonreía a los combatientes.
Gath sabía que apenas una docena de Exploradores Reales se escondían en los riscos superiores, para hacer una gran demostración en el momento adecuado. Los tácticos contaban con la reputación de los exploradores para frenar al enemigo en el momento crucial.
El efecto superó con creces lo que habían esperado Demsen y el príncipe Linsee. La asociación entre la desconocida cosa voladora y los dragones de las leyendas fue inconfundible. En los ejércitos del valle hubo, sin duda, súbitas conversiones instantáneas a la Antigua Fe.
Fue entonces cuando el gran monstruo rugiente revoloteó sobre el ejército de la llanura.
No se alzó ninguna flecha para recibirlo, pues aunque no lanzó nada fatal, su ronco rugido llenó de terror los corazones de los invasores. Soltaron las armas y abandonaron sus posiciones sin mirar atrás.
Gath respiró con tranquilidad por primera vez en días. Tenía muy pocas dudas sobre la identidad del piloto de aquel ruidoso planeador en forma de dragón.
9
—¡Majestad! ¡Todo está perdido! —El jinete gris desvió su montura delante de su señor.
Kremer tiró de las riendas de su caballo.
—¿Qué? ¿De qué estás hablando? ¡Me han dicho que estaban en nuestras manos!
Entonces alzó la mirada y vio la derrota en curso. Como una riada inexorable los uniformes verdes, rojos y grises bajaban en tropel cañón abajo, sólo un poco por detrás del mensajero a caballo. El señor de la guerra y sus ayudantes quedaron atrapados en la riada de soldados llenos de pánico. Rápidamente quedó claro que gritar y golpear a los hombres con la espada no los detendría. Lo único que Kremer y sus oficiales pudieron hacer fue espolear sus nerviosos animales para situarse en terreno elevado, al borde del cañón, fuera de la marea de soldados a la desbandada.
Algo había salido desesperadamente mal, eso estaba claro. Kremer alzó la cabeza, buscando su principal arma, ¡pero en el cielo no había ninguno de los planeadores!
¡Entonces se volvió en respuesta a un leve ruido y vio una forma desconocida sobrevolar el cañón, persiguiendo a sus hombres! Por experiencia, sabía que ningún planeador podía volar de esa forma, ignorando las peligrosas corrientes de aire y el ritmo de caída. Gritaba como una gran ave de presa enfurecida, y a su alrededor titilaba la leve luminosidad del felthesh.
Las tropas que huían ya habían tenido suficientes sorpresas durante aquella campaña. Primero los desagradables y monstruosos «globos» flotantes… ¡y ahora eso!
El señor de la guerra despotricó furioso. Mientras la cosa se acercaba, Kremer acarició la culata de la pistola de agujas que llevaba en la cadera. Si se acercaba lo suficiente… ¡Si pudiera derribarla, podría devolver el valor a sus hombres!
Pero el monstruo no cooperó. Cumplida su misión, se alzó y dio la vuelta, dirigiéndose al norte. Kremer no tenía duda de que su destino era la batalla en los pasos septentrionales.
Mentalmente lo vio todo… el mago extranjero había hecho eso, y no había forma de detenerlo.
No podía combatir esa nueva cosa. Al menos no por ahora. Su plan de batalla se basaba demasiado en sus planeadores, que no podían enfrentarse al monstruo.
Naturalmente, cuando la noticia de aquel desastre llegara al este, los grandes señores volverían al redil del rey Hymiel. En cuestión de días habría ejércitos dirigiéndose al oeste, compitiendo por su cabeza puesta a precio.
Kremer se volvió hacia sus auxiliares.
—Corred al puesto de señales. Ordenad una retirada general, tanto aquí como en el norte. Que mis hombres se reúnan en el Valle de los Altos Árboles, en nuestra tierra ancestral de Flemming. Las antiguas fortificaciones de ese lugar son inexpugnables. No tendremos nada que temer de ningún ejército ni de los monstruos voladores del mago.
—¿Majestad? —Los oficiales le miraron incrédulos. Un momento antes estaban sirviendo al indudable futuro gobernante de todas las tierras, desde las montañas al mar. ¡Ahora les estaba diciendo que tendrían que vivir como habían hecho sus abuelos, en el duro norte!
Kremer sabía que pocos hombres eran capaces de calibrar globalmente la situación tan rápida y claramente como él. No podía reprocharles que estuvieran aturdidos. Pero tampoco estaba dispuesto a permitir que obedecieran con lentitud.
—¡Moveos! —gritó. Tocó la pistola de agujas enfundada que llevaba al cinto y los vio temblar—. Quiero que la noticia se difunda de inmediato. Cuando eso se cumpla, enviaremos un mensaje a nuestra guarnición de Zuslik. Despojarán la ciudad de comida y riquezas… Lo necesitaremos durante los meses y años que nos esperan.
10
Era ya tarde, incluso para un día de verano en Tatir, cuando el milagroso «dragón» regresó a la tierra de los L´Toff. El grupo de bienvenida de tierra tuvo que seguirlo zigzagueando hasta que ellos y el piloto de la máquina voladora encontraron un claro lo bastante grande. Parecía que para entonces la mitad de la población (todos los que no estaban todavía acosando a los ejércitos en retirada) se había congregado para recibir a sus salvadores.
El aparato descendió, una forma brillante que resplandecía en el dorado crepúsculo. Se posó ligeramente y finalmente rodó hasta detenerse no lejos de un bosquecillo de robles altos.
La multitud estalló virtualmente de alegría cuando vieron la esbelta forma de su princesa salir del cuerpo del aparato aéreo. Se congregaron, vitoreando, y algunos incluso trataron de auparla a hombros.
Pero ella no lo permitió. Los hizo retroceder y se volvió para ayudar a levantarse a otra persona. Era un hombre alto para ser forastero, moreno y barbudo, y parecía muy cansado.
Pero la mayor sorpresa se produjo cuando vieron la cosa encaramada sobre el hombro del desconocido… una pequeña criatura con dos ojos verdes relucientes y una sonrisa maliciosa. El krenegee ronroneó mientras la gente retrocedía y se sumía en un reverente silencio.
Luego los L´Toff suspiraron, casi al unísono, cuando el mago extranjero abrazó a su princesa y la besó largamente.
XII
SEMPER UBI SUB UBI
1
Cuando Dennis despertó por fin se sintió un poco extraño, como si hubiera pasado mucho tiempo, como si hubiera soñado muchísimo. Se incorporó, frotándose los ojos.
A través de una fina corona, la luz del sol se filtraba en el pabellón de brillante dosel. Apartó la colcha de seda y se levantó de la mullida cama en la que había dormido. Descubrió que estaba desnudo.
Del exterior de la chillona tienda llegaban gritos excitados, y el sonido de mensajeros al galope yendo y viniendo. Dennis buscó algo que ponerse y encontró un par de leotardos suaves y una blusa de satén verde sobre una silla de respaldo blanco. Cerca había botas negras de cuero… de su talla. Dennis no se entretuvo con la ropa interior. Se vistió rápidamente y corrió al exterior.
Sólo a una docena de metros de distancia, el príncipe Linsee charlaba animadamente con varios de sus oficiales. El señor de los L´Toff escuchaba un informe de un mensajero sin aliento; luego se echó a reír y palmeó en el hombro al correo, en gesto de gratitud.
Dennis se relajó un poco al oír la risa del príncipe. Su agotado sueño se había visto perturbado por pensamientos reiterados de culpa que indicaban que debería estar despierto ayudando a los L´Toff a asegurar la victoria que les había proporcionado. Varias veces había estado a punto de despertar, para ocuparse en el diseño de nuevas armas, o usar su nuevo aparato aéreo para acosar al enemigo. Pero su cuerpo exhausto se había negado a cooperar.