Выбрать главу

– Detalle, comisario.

– La desaparición de Herbier fue señalada hace más de una semana. Aparte de un control domiciliario sin más, usted no ha hecho nada.

– Es la ley, Adamsberg. Si Herbier quería irse sin avisar a nadie, yo no tenía derecho de acosarlo.

– ¿Incluso después del paso del Ejército Furioso?

– Ese tipo de locura no tiene cabida en una investigación de la gendarmería.

– Sí. Usted admite que el Ejército es lo que ha originado todo. Tanto si lo mataron como si se mató. Usted sabía que había sido señalado por Lina y no hizo nada. Y cuando encuentran el cuerpo, ya es demasiado tarde para recoger indicios.

– Piensa que se me van a echar encima, ¿eh?

– Sí.

Émeri dio una calada, expiró el humo como si suspirara, y se apoyó en el viejo muro que bordeaba la calle.

– De acuerdo -admitió-. Se me van a echar encima. O quizá no. Uno no puede ser considerado responsable de un suicidio.

– Y por eso se empeña en que lo sea. La falta es menos grave. En cambio, si es un asesinato, está usted en el lodazal hasta el cuello.

– Nada lo demuestra.

– ¿Por qué no hizo nada para buscar a Herbier?

– Por culpa de los Vendermot. Por culpa de Lina y de los tarados de sus hermanos. No nos entendemos, y yo no quería entrar en su juego. Represento el orden, y ellos el despropósito. Es incompatible. He tenido que trincar a Martin varias veces, por caza furtiva nocturna. Al mayor también, Hippolyte. Apuntó a un grupo de cazadores, les obligó a quitarse la ropa, recogió todas las carabinas y las tiró al río. No podía pagar la multa, o sea que se chupó veinte días de talego. Les encantaría verme hundido. Por eso no me moví. Ni hablar de caer en su trampa.

– ¿Qué trampa?

– Muy sencillo. Lina Vendermot pretende tener una visión; luego desaparece Herbier. Están conchabados. Me lanzo en busca de Herbier, e inmediatamente ponen una denuncia por ejercicio abusivo de la autoridad y atentado a las libertades. Lina hizo derecho, conoce la ley. Suponga que me obstino, que sigo buscando a Herbier. La denuncia sube hasta la dirección general. Un buen día, Herbier reaparece en plena forma, une su voz a las demás y me demanda. Y a mí me cae una sanción o un traslado.

– Entonces, ¿por qué Lina habría dado el nombre de los otros dos rehenes del Ejército?

– Por credibilidad. Es astuta como una comadreja, aunque adopte el aspecto inofensivo de una mujer corpulenta. El Ejército suele prender a varios vivos a la vez, ella lo sabe perfectamente. Señalando a varios prendidos, mareaba la perdiz. Pensé en todo eso. Estaba convencido.

– Pero no era eso.

– No.

Émeri frotó su cigarrillo contra la pared y hundió la colilla entre dos piedras.

– Todo irá bien. Se suicidó.

– No lo creo.

– Joder -dijo Émeri alzando la voz-, ¿qué tienes conmigo? No sabes nada de la historia, no sabes nada de la gente de aquí, acabas de llegar de tu capital sin avisar y ya estás dando órdenes.

– No es mi capital. Soy bearnés.

– ¿Ya mí qué coño me importa?

– Y no son órdenes.

– Voy a decirte lo que va a pasar, Adamsberg. Vas a tomar el tren, voy a cerrar el caso de suicidio, y en tres días todo quedará olvidado. Salvo, claro, si tienes intención de partirme en dos con tu sospecha de asesinato. Basada en aire.

Aire que pasa por su cabeza, en corriente continua entre sus dos oídos, su madre siempre se lo había dicho. Y bajo el aire, no puede echar raíces ninguna idea, ni siquiera quedarse un momento quieta. Bajo el aire o bajo el agua, tanto da. Todo se ondula y se comba. Adamsberg lo sabía y desconfiaba de sí mismo.

– No tengo intención de partirte, Émeri. Sólo digo que yo en tu lugar pondría al siguiente bajo protección. Al vidriero.

– Creador de vidrieras.

– Eso. Ponlo bajo protección.

– Si lo hago, me carbonizo, Adamsberg. ¿No lo entiendes? Querrá decir que no creo en el suicidio de Herbier. Y creo. Si quieres saber mi opinión, Lina tenía todos los motivos para empujar a ese tipo al suicidio, puede que lo haya hecho intencionadamente. Y sobre eso sí que podría abrir una investigación. Incitación al suicidio. Los hijos Vendermot tienen razones más que suficientes para querer enviar a Herbier al demonio. Su padre y él eran un par de bestias a cuál más salvaje.

Émeri reanudó su marcha, con las manos en los bolsillos, deformando la caída impecable de su uniforme.

– ¿Amigos?

– Uña y carne. Dicen que el padre Vendermot tenía una bala argelina en la cabeza, y a eso se atribuían sus crisis de violencia. Pero el sádico de Herbier y él se animaban mutuamente, sobre eso no cabe ninguna duda. Así que aterrorizar a Herbier, abocarlo al suicidio, sería una buena revancha para Lina. Ya te lo he dicho, la chica es astuta. Sus hermanos también, por cierto, pero están todos perjudicados.

Habían llegado a la eminencia más alta de Ordebec, desde donde se dominaba el pueblo y sus campos. El capitán alargó el brazo hacia un punto del Este.

– La casa Vendermot -explicó-. Tienen las contraventanas abiertas. Están levantados. La declaración de Léo puede esperar. Voy a pasar a charlar con ellos. Cuando no está Lina es más fácil hacer hablar a los hermanos. Sobre todo al de arcilla.

– ¿De arcilla?

– Sí, me has oído bien. De arcilla quebradiza. Créeme, toma el tren y olvídalos. Si hay alguna verdad en lo del camino de Bonneval, es que vuelve loca a la gente.

Capítulo 9

En lo alto de la eminencia de Ordebec, Adamsberg eligió un murete al sol y se sentó encima con las piernas cruzadas. Se quitó zapatos y calcetines, y contempló el desnivel de colinas verde pálido con las vacas, cual estatuas, puestas allí en los prados como para servir de puntos de referencia. Era muy posible que Émeri tuviera razón, muy posible que Herbier se disparara una bala en la frente, aterrorizado por la irrupción de los jinetes negros. Pero apuntar el cañón a varios centímetros no tenía nada de natural. Más seguro y verosímil habría sido metérselo en la boca. A menos que, por seguir la línea de análisis de Émeri, Herbier deseara ese gesto de expiación dándose muerte como la daba a los animales, apuntando a la frente. ¿Podía un tipo así haber sido capaz de una toma de conciencia, de remordimientos? ¿Capaz sobre todo de temer hasta ese punto el castigo del Ejército Furioso? Sí. Esa caballería negra, mutilada y hedionda llevaba diez siglos corroyendo la tierra de Ordebec. Había cavado en ella abismos en que uno, por sensato que fuera, podía caer súbitamente y quedar prisionero.

Un mensaje de Zerk le advirtió que Hellebaud había bebido sin ayuda. Adamsberg necesitó unos segundos para recordar que se trataba del palomo. Luego venían varios mensajes de la Brigada; el análisis confirmaba la presencia de miga de pan en la garganta de la víctima, Lucette Tuilot, pero ni rastro en su estómago. Asesinato indiscutible. La niña se recuperaba en el hospital de Versalles con su gerbillo; el falso tío abuelo se había restablecido y había quedado bajo arresto provisional.

Retancourt enviaba un mensaje más alarmante, en letras mayúsculas. Momo-Mecha-Corta interrogado, cargos suficientes para inculpación, anciano quemado identificado, gran follón, llamar urgentemente.

Adamsberg experimentó una sensación de picor en la nuca, de viva contrariedad, quizá una de esas bolitas de electricidad de las que había hablado Émeri. Se frotó el cuello mientras marcaba el número de Danglard. Eran las once, y el comandante debía de estar en su puesto. Era demasiado temprano para que estuviera completamente operativo, pero sí estaría presente.