Выбрать главу

– No, voy yo -dijo Zerk precipitadamente.

– Casi inviolable, es verdad. Así que me he jugado el todo por el todo.

Adamsberg sintió un leve estremecimiento.

– Debería haberme consultado, teniente -dijo.

– Dijo que estaría bajo escucha -replicó Retancourt, engullendo sin empacho un enorme bocado de pescado-. Por cierto, le he traído un nuevo móvil virgen y una tarjeta de recambio. Perteneció al receptador de La Garenne conocido como el Picudo, pero da igual, está muerto. También traigo un mensaje personal que le han llevado a la Brigada esta noche. Del inspector de división.

– ¿Qué ha hecho, Retancourt?

– Nada del otro mundo. Me he presentado en la mansión de los Clermont y he dicho al portero que tenía entendido que se ofrecía un empleo. No sé por qué, debí de impresionar al portero, porque no me echó.

– Sin duda -admitió Adamsberg-, Pero le habrá preguntado de dónde había sacado esa información.

– Claro. Le di el nombre de Clara Verdier, dije que era una amiga de la hija de Christophe Clermont.

– Lo harán comprobar, Retancourt.

– Es posible -dijo sirviéndose de la botella que Zerk había descorchado-. Tu cena está buenísima, Zerk. Pueden comprobar todo lo que quieran, porque es verdad. Y también es verdad que se ofrece un empleo. En esas mansiones hay tanto personal que siempre hay algún puesto subalterno vacante, sobre todo teniendo en cuenta que Christian Salvador 1 tiene fama de ser muy duro con sus empleados. Van y vienen sin parar. Esa Clara fue amiga de mi hermano Bruno, y un día le eché una mano en un asunto de robo a mano armada. La he llamado, y lo confirmará si es necesario.

– Seguro -dijo Adamsberg un poco abrumado.

Era uno de los primeros en reverenciar la anormal potencia de acción-resolución de Retancourt, adaptada a todas las tareas, objetivos y terrenos. Pero siempre sentía cierto aturdimiento cuando se veía confrontado a ella.

– Así que, si no ve inconveniente -dijo Retancourt rebañando la salsa con pan-, empiezo mañana.

– Precise, teniente. ¿El portero la dejó entrar?

– Por supuesto. Me recibió el secretario principal de Christian Salvador 1, un jefezuelo muy desagradable que, a primera vista, no estaba dispuesto a darme el trabajo.

– ¿Qué trabajo es?

– Gestión de la contabilidad doméstica por ordenador. En resumen, he hablado con cierta vehemencia de mis cualidades y, al final, el tipo me ha contratado.

– Sin duda no le quedó más remedio -dijo con suavidad Adamsberg.

– Supongo que no.

Retancourt apuró el vaso y lo dejó ruidosamente en la mesa.

– Este hule no está muy limpio -observó.

– Es el palomo. Zerk limpia como puede, pero sus excrementos atacan el plástico. Me pregunto qué tienen las cagadas de pájaro.

– Ácido, o algo así. ¿Qué hacemos? ¿Acepto el trabajo o no?

En medio de la noche, Adamsberg se despertó y bajó a la cocina. Había olvidado el mensaje del inspector de división que le había traído Retancourt, que seguía encima de la mesa. Lo leyó, sonrió y lo quemó en la chimenea. Brézillon le confiaba el caso de Ordebec.

Frente a él, el Ejército Furioso.

A las seis y media de la mañana, despertó a Zerk y a Mo.

– El señor Hellequin nos brinda su ayuda -dijo, y Zerk encontró que esa frase sonaba como una declaración en una iglesia.

– Violette también -dijo Zerk.

– Sí, también, pero ella lo hace siempre. Me han encargado el caso de Ordebec. Preparaos para salir en el día de hoy. Antes, limpiad toda la casa a fondo, fregad el cuarto de baño con lejía, lavad las sábanas de Mo, frotad todos los sitios donde pueda haber puesto los dedos. Nos lo llevaremos en nuestro coche de policía y lo esconderemos allí. Zerk, ve a buscar mi coche particular al garaje y compra una jaula para Hellebaud. Coge dinero del aparador.

– ¿Aguantan las huellas dactilares en las plumas de palomo? A Hellebaud no le va a gustar que lo frote con un trapo.

– No, no lo limpies.

– ¿El también se va?

– Se va si tú te vas. Si aceptas. Te necesitaré allí para abastecer a Mo en su escondite.

Zerk hizo un gesto de asentimiento.

– Todavía no sé si te vienes conmigo o con mi coche.

– ¿Tienes que pensar un poco?

– Sí, y tengo que pensar rápido.

– No es fácil -dijo Zerk apreciando la dificultad en toda su medida.

Capítulo 18

Una nueva reunión juntó a todos los miembros de la Brigada en la sala del concilio, bajo los ventiladores, que funcionaban a toda máquina. Era domingo, pero las órdenes del dispositivo de emergencia del ministerio habían anulado toda pausa y todo festivo hasta la resolución del caso Mohamed. Por una vez, Danglard estaba presente desde por la mañana, lo que le daba aspecto de hombre vencido por la vida sin haber tratado siquiera de resistir. Todo el mundo sabía que su rostro no se desarrugaría hasta mediodía aproximadamente. Adamsberg había tenido tiempo de fingir leer los informes sobre el registro de la Cité des Buttes, que había durado en vano hasta las dos y veinte de la madrugada.

– ¿Dónde está Violette? -preguntó Estalére, sirviendo la primera ronda de cafés.

– En inmersión en casa de los Clermont-Brasseur, se ha hecho contratar como miembro del personal.

Nöel lanzó un largo silbido admirativo.

– Ninguno de nosotros debe mencionarlo, ni tratar de contactarla. Está oficialmente en un cursillo en Toulon, para una formación acelerada de quince días en informática.

– ¿Cómo ha conseguido entrar allí? -preguntó Nöel.

– Era su intención y la materializó.

– Estimulante ejemplo -observó Voisenet con voz lánguida-. Si pudiéramos materializar nuestras intenciones…

– Olvídelo, Voisenet -dijo Adamsberg-. Retancourt no puede ser un modelo para nadie, utiliza facultades no reproducibles.

– No cabe ninguna duda -confirmó Mordent con seriedad.

– Anulamos, pues, todo el dispositivo de vigilancia. Pasamos a otra cosa.

– Pero seguimos persiguiendo a Mo, ¿no? -preguntó Morel.

– Por supuesto. Esa sigue siendo la misión prioritaria. Pero algunos de ustedes han de mantenerse disponibles. Pasamos a Normandía. Nos han encargado el caso de Ordebec.

Danglard levantó bruscamente la cabeza y su rostro se arrugó de disgusto.

– ¿Ha hecho eso, comisario? -dijo.

– Yo no. El capitán Émeri se ha visto obligado a renunciar. Tomó dos asesinatos por un suicidio y un accidente. Le han quitado el caso.

– ¿Y por qué nos lo endilgan a nosotros? -preguntó Justin.

– Porque yo estaba allí cuando encontraron el primer cuerpo y cuando atacaron a la segunda víctima. Porque el capitán Émeri ha influido. Porque quizá tengamos una posibilidad, desde allí, de deslizamos en la fortaleza de los Clermont-Brasseur.

Adamsberg mentía. No creía en el poder del conde de Ordebec. Émeri había hecho espejear ese detalle para darle un pretexto. Adamsberg acudía porque desafiar al Ejército Furioso lo atraía de un modo casi irreprimible. Y porque el escondite sería excelente para Mo.

– No veo la relación con los Clermont -dijo Mordent.

– Allí hay un viejo conde que podría abrirnos puertas. En sus tiempos tuvo negocios con Antoine Clermont.

– De acuerdo -dijo Morel-, ¿Cómo se presenta la cosa? ¿De qué se trata?

– Hubo un asesinato, de un hombre, y un intento de asesinato de una anciana. Se cree que no sobrevivirá. Están anunciadas otras tres muertes.

– ¿Anunciadas?

– Sí. Porque esos crímenes están directamente relacionados con una especie de cohorte apestosa, una historia muy antigua.