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Corrió la cortina y desde allí vio a Will alejándose a toda velocidad en su coche.

Pasó la siguiente media hora en su habitación, intentando convencerse de que no había cometido un error al ir a Irlanda, aunque se hubiera gastado una buena parte de sus ahorros en comprar el billete de avión. Pero cuanto más pensaba en el manantial del Druida y en su ridícula leyenda, más comenzaba a sentirse como una estúpida.

Siempre había estado muy segura de lo que quería. Y en ese momento, por primera vez en su vida, había salido tras algo tan ridículo como un manantial mágico. Le sonó el estómago y cerró los ojos. No había comido nada desde la hora del almuerzo y ya eran casi las nueve. Sí, sería mejor que bajara a la cocina aprovechando que Will estaba fuera.

Salió de la habitación y bajó las escaleras sin molestarse en calzarse. Una vez en la cocina, vio una cazuela sobre los fuegos y una hogaza de pan en el mostrador. Agarró un vaso del escurreplatos, abrió la nevera y buscó algo de beber. Olfateó el cartón de leche, se sirvió un vaso y volvió a guardarlo en la nevera.

– Tú debes de ser la estadounidense.

La voz llegó hasta ella en medio de la oscuridad. Claire giró sobre sus talones bruscamente, derramando al hacerlo la mitad del vaso de leche. Una figura esbelta vestida con una túnica blanca emergió de entre las sombras, cerca de la puerta trasera de la cocina.

– Me has asustado -dijo Claire, llevándose la mano al pecho.

– Lo siento. Deberías probar el estofado. Will prepara un cordero riquísimo.

– Ahora no está aquí -dijo Claire-. Ha salido.

– Lo sé. Ha venido a buscarme. Pero le estoy evitando.

Claire sintió una ligera punzada de celos. ¿Sería aquella mujer la amante de Will? Desde luego, era una mujer atractiva.

– Sí, ya veo -dijo Claire, asintiendo lentamente.

– No, no es lo que piensas. Will y yo somos amigos. Supongo que podrías considerarme algo así como su consejera espiritual -le tendió la mano-. Soy Sorcha Mulroony.

– Oh, eres la sacerdotisa druida -Claire le estrechó la mano-. Yo soy Claire O'Connor, la estadounidense.

– Eres encantadora -dijo Sorcha, estudiándola con atención-. Y es una suerte, teniendo en cuenta el hechizo que le he hecho a Will. Fuimos amantes, ¿sabes? Pero ya no lo somos. Fue hace mucho tiempo, así que no te preocupes -Sorcha le quitó el vaso de leche y lo dejó en el mostrador-. ¿Y todavía no le has seducido? Es maravilloso en la cama. Muy… muy intenso.

Claire intentó disimular su sorpresa ante la audacia de aquella pregunta.

– ¿Por qué crees que debería seducirle?

Sorcha se colocó tras ella, buscó en un bote y sacó una galleta que comenzó a mordisquear.

– No estás casada, ¿verdad?

– No.

– ¿No estás comprometida?

Sorcha le tendió a Claire una galleta. Claire abrió la boca para contestar afirmativamente, pero se dio cuenta de que sería mentira.

– En realidad no, de momento.

– Bueno, entonces, ¿por qué no vas a acostarte con él? Deberías dejarte llevar por tus deseos más primarios. Yo sé todo sobre ese tipo de deseos. Si quieres, puedo echarle un hechizo. Por cien euros, podría conseguir que le resultaras irresistible -mordisqueó la galleta-. Acepto tarjetas de crédito. No me mires con esa cara de asombro. Una chica tiene que divertirse de vez en cuando, ¿no te parece?

Claire dejó la galleta en el mostrador, intentando encontrar las palabras adecuadas para formular su pregunta.

– ¿Has oído hablar alguna vez del manantial del Druida? Mi abuela me contó que había un manantial con agua mágica en esta isla.

– Por supuesto. Y sé dónde está.

– ¿Podrías enseñármelo? -le preguntó Claire.

Sorcha frunció el ceño.

– Es un secreto profesional.

– Lo primero que tienes que hacer es decirme por qué quieres el agua -le dijo Sorcha-. Y después, quizá me lo piense -se dirigió a la puerta de atrás-. Hablaremos en otra ocasión. Será mejor que me vaya antes de que regrese Will. Pasado mañana es Samhain, hasta que pase esa fecha, estaré muy liada. Pero podemos hablar al día siguiente. Si quieres, podemos quedar para comer. Puede ser divertido.

– Espera -le dijo Claire antes de que se marchara-, se supone que me voy mañana.

– No, no te irás mañana. Piensa en lo que te he dicho. Una oportunidad como ésta no se presenta todos los días -y salió.

Claire corrió hacia la puerta y la vio desaparecer en la oscuridad de la noche.

– Intenso -susurró para sí.

¿Cuándo había tenido una experiencia intensa relacionada con el sexo? Jamás.

– Lo que pase en Irlanda, se quedará en Irlanda -añadió, volviéndose hacia la puerta.

Al día siguiente, se prometió, iría al pueblo y haría todo lo que pudiera para localizar el manantial del Druida. Con un poco de suerte, conseguiría lo que había ido a buscar y podría volver a casa antes del fin de semana. Pero mientras se dirigía lentamente hacia las escaleras con un puñado de galletas y un vaso de leche, no pudo evitar preguntarse si no terminaría arrepintiéndose de salir de forma precipitada.

Al fin y al cabo, su relación con Eric había terminado. De modo que, ¿Por qué no disfrutar de la compañía de otro hombre? ¿Por qué no atreverse a hundir un pie en el estanque del deseo?

– ¿Por qué? -musitó-. Porque nunca he sido una gran nadadora y podría terminar ahogándome.

En cualquier caso, ahogarse en un torbellino de deseo no era ni de lejos la peor forma de morir.

Will saludó al camarero con un gesto al entrar en el pub y se abrió paso entre las mesas.

– Estoy buscando a Sorcha -dijo, inclinándose sobre la barra para hablar con Dennis Fraser-. ¿La has visto?

Dennis señaló con la cabeza hacia la parte trasera del bar. A través del humo. Will vio a Sorcha sentada a la mesa con dos ancianos del pueblo. Caminó hasta allí y permaneció junto a la mesa hasta que Sorcha alzó la mirada.

– Te he estado buscando por toda la isla -le dijo-. Tenemos que hablar.

– Eso he oído. Pero ahora estoy en medio de una consulta. El señor Kelly quiere saber para cuándo se espera la próxima helada.

Will agarró a Sorcha de la mano y la obligó a levantarse.

– Caballeros, ahora mismo se la devuelvo -le dijo.

La arrastró hasta la puerta y salió con ella a la calle.

– ¿A qué viene todo esto? -preguntó Sorcha.

– Quítame el hechizo. Ahora mismo. Si no me lo quitas, ya no seremos amigos.

– Eso suena como una amenaza. ¿Estás amenazándome, Will Donovan?

– Tú quítame el hechizo, ¿está claro?

Sorcha hizo un puchero y asintió.

– No entiendo porqué. Es encantadora. Will, y no tengo ninguna duda de que no te costaría nada llevártela a la cama. Hemos estado hablando un rato y creo que está bastante abierta a…

– ¿Has hablado con ella?

– Sí, he pasado por la posada. Había oído decir que estabas buscándome. Hemos tenido una conversación muy agradable y he alabado tu potencia sexual. Habrías estado orgulloso de mí.

Will apretó los dientes, intentando dominarse. Dios, lo peor de vivir en aquella isla era que todo el mundo se creía con derecho a meterse en su vida.

– Sorcha, hazlo ya. Esta noche.

Y, sin más, se volvió hacia su coche, maldiciendo entre dientes. Maldita fuera, él jamás había creído en aquella maldita magia, pero no había otra forma de explicar la atracción salvaje que sentía hacia Claire O'Connor.

Para cuando recorrió la poca distancia que le separaba de la posada, había conseguido calmar su enfado y su frustración. Era ya casi media noche y aquél había sido un día muy largo. Lo único que le apetecía era un whisky, una cama caliente y un sueño reparador. Al día siguiente se despertaría convertido en un hombre nuevo.