Claire susurraba su nombre una y otra vez y él ya no podía contenerse. Justo en el instante en el que estaba a punto de dejarse arrastrar por el orgasmo, sintió que Claire se estremecía a su lado y Will explotó en su mano. Impulsado por ola tras ola de placer, intentó concentrarse en sentir las contracciones de Claire contra sus dedos, en el placer que él mismo le estaba dando.
Cuando todo terminó, permanecieron tumbados el uno al lado del otro con la respiración entrecortada, saciados e incapaces de moverse. Will no sabía qué decir. Jamás en su vida había experimentado nada igual.
Pero ya se preocuparía al día siguiente de lo que tenía que decir. De momento, se limitarla a disfrutar de las secuelas del sexo. Claire se acurrucó contra él y enterró el rostro en su hombro. Will alargó el brazo, tomó la manta y la estiró, envolviéndolos a ambos con ella. Cerró los ojos y se durmió.
El sol que entraba por las ventanas arrancó a Claire de las profundidades del sueño. Guiñó los ojos y los protegió con la mano mientras se acostumbraba a la luz del sol. Tenía los brazos enredados entre las sábanas y tuvo alguna dificultad para liberarlos.
A diferencia de la mañana anterior, sabía exactamente dónde estaba y qué había hecho la noche anterior. Asomó a sus labios una ligera sonrisa de satisfacción. Siembre se había dicho que el sexo, para ser realmente placentero, no tenía que ser improvisado y salvaje. Pero después de haberlo experimentado por si misma, comprendía lo equivocada que había estado. El sexo improvisado y salvaje era el mejor.
Al igual que todo lo demás en su vida, el sexo, especialmente con Eric, tenía su lugar. Lo programaba en secreto, de la misma forma que programaba una cita en la peluquería o con su preparador personal. Pero lo que había compartido con Will la noche anterior era pura lujuria, la clase de placer que hacía que una mujer olvidara todas sus inhibiciones y sus miedos.
– Intenso.
Se apoyó sobre un codo, observó el rostro de Will y alargó la mano para apartar un mechón de su frente.
¿Quién era realmente aquel hombre?, se preguntó, ¿y por qué se atraían con tanta fuerza? Bajó la mirada hacia su vientre. Tenía los vaqueros desabrochados y podía ver la línea de su pene a través de la tela de los boxers. Alargó la mano para acariciarlo, pero casi inmediatamente, la apartó.
– Abre los ojos -susurró.
Pero Will estaba profundamente dormido.
Con mucho cuidado. Claire se levantó de la cama y alargó la mano hacia la bata de seda. Y se dirigía hacia el cuarto de baño cuando oyó que alguien gritaba en la posada:
– ¡Hola! ¿Hay alguien aquí? Queremos una habitación.
Miró hacia la cama y después hacia la puerta abierta. Cuando oyó pasos en la escalera, le entró el pánico. Se pasó la mano por el pelo, corrió al pasillo y cerró la puerta tras ella. Unos segundos después, vio aparecer a una pareja de ancianos por las escaleras.
– Hola -la saludó el hombre-, ¿no será usted la encargada de la posada?
– No -contestó Claire, cerrándose la bata-. ¿No está en el piso de abajo el encargado?
– No ha contestado nuestras llamadas. Acabamos de llegar en el ferry. ¿Lo ves. Glynis? Ya te he dicho que era demasiado pronto.
– Bueno, George, tampoco nos vendrá mal saber si hay o no habitaciones.
– Seguramente habrá ido a hacer algún recado -les aseguró Claire-. Si me dicen su nombre, le pasaré el recado.
– ¿Sabe si hay habitaciones libres?
La primera idea de Claire fue decirles que no. Le gustaba tener a Will sólo para ella. Pero estaba intentando sacar adelante un negocio y no podía perjudicarle con su egoísmo.
– Yo… no estoy segura. Creo que comentó que esta tarde venía un grupo. Tendrán que preguntárselo a él.
– Humm -el hombre miró a su esposa y se encogió de hombros-. Bueno, supongo que volveremos más tarde. Vamos a dar una vuelta por la isla. Acabamos de llegar de Lincolnshire, queremos asistir a la celebración de Samhain mañana por la noche. Usted es estadounidense, ¿verdad?
– Sí, de Chicago.
– Bonita ciudad -dijo Glynis-. Estuvimos allí hace, ¿cuánto tiempo, George? ¿Tres o cuatro años?
– Creo que cinco. Subimos a las Torres Sears. Qué vista tan increíble… Bueno, ha sido un placer conocerla, querida.
Claire asintió y los vio alejarse por el pasillo.
En cuanto desaparecieron por las escaleras, regresó al dormitorio, se sentó en la cama y sacudió a Will para que se despertara.
– Will, despierta.
Will abrió los ojos y la miró con el ceño fruncido, pero aquella expresión fue sustituida gradualmente por una sonrisa.
– Buenos días.
– Ha venido una pareja buscando habitación. He estado hablando con ellos en el pasillo. Están buscándote.
Will se sentó inmediatamente y se pasó la mano por el pelo.
– ¿Qué hora es?
– Las ocho o las nueve. Les he dicho… -se interrumpió-, les he dicho que seguramente habías salido a hacer algún recado.
Will la agarró por la cintura y la colocó encima de él.
– Bien hecho. En ese caso tenemos… una hora o dos por lo menos.
– También les he dicho que creía que tenías la posada llena para esta noche. Será mejor que bajes a decirles que estaba equivocada.
– ¿Por qué voy a tener que bajar? -le preguntó-. Por mí, podemos cerrar la puerta y tirar la llave. Eres una huésped importante que requiere toda mi atención.
– Will, creo que será mejor que…
– Pasemos el resto del día juntos -respondió.
– La verdad es que estaba pensando en ir al pueblo. Ayer conocí a Sorcha y me apetece acercarme a ver su tienda.
– Sí, me comentó que había pasado por aquí -dijo Will con el ceño fruncido-. ¿Qué te dijo exactamente?
– Me dijo que habíais sido amantes hace tiempo. Y que puede lanzar hechizos. En Chicago no tenemos druidas, ¿sabes?, por lo menos que yo sepa. Así que, ya que estoy aquí, me gustaría volver a verla.
– Es un fraude, ¿sabes? Sorcha finge tener poderes mágicos, pero en realidad es una forma de sacarles dinero a los turistas.
– Lo sé, pero estoy de vacaciones, y me gustaría contribuir a la economía local.
– No creo que la tienda esté abierta. Sorcha debe estar ocupada preparando el ritual de mañana por la noche. De todas formas, te llevaré al pueblo. Hay una tetería cerca de la biblioteca en la que preparan unos bizcochos de pasas y mantequilla deliciosos. Podemos desayunar allí.
– Si no te importa, creo que me gustaría tener algún tiempo para mí. Voy a vestirme y, mientras tanto, tú podrías aprovechar para bajar a recepción a ver si puedes alcanzar a esa pareja de Lincolnshire.
Will la miró con cierto recelo.
– Muy bien, pero esta noche cenaremos juntos. Prométemelo.
– Sí -dijo Claire-. Esta noche cenaremos juntos.
Will se levantó de la cama, se abrochó los vaqueros y recorrió la habitación con la mirada, buscando su camisa. La encontró a los pies de la cama y se la puso.
– Ayer lo pasé maravillosamente -musitó mientras se la abrochaba con la mirada fija en su rostro.
– Yo también -contestó Claire sonrojada. Will pareció entonces satisfecho. Asintió antes de dirigirse hacia la puerta.
– ¿Quieres desayunar?
– Creo que bajaré a por una manzana y me iré.
Will buscó en el bolsillo de los vaqueros y le tendió unas llaves.
– Llévate la camioneta. Tengo otro coche. Dejaré el móvil en el asiento del conductor. Si te pierdes o tienes algún problema, busca en la agenda y llámame a la posada. Iré a buscarte inmediatamente.
– Estamos en una isla. No creo que sea fácil perderse.
– Bueno, en ese caso, llámame si necesitas… cualquier cosa -le dijo. Abrió la puerta para salir al pasillo, pero en el último momento retrocedió, la agarró por la cintura y la besó-. Estaré abajo.
Claire sonrió.