– Yo… agradezco la invitación. Derrick, pero… -tomó aire-, la verdad es que me iré de la isla dentro de unos días y no me gustaría… romperte el corazón.
– Oh, no me lo romperás. Tengo un corazón muy duro.
– Bueno, quizá podría cenar contigo, pero con una condición. ¿Sabes dónde está el manantial del Druida?
– Claro que sí, casi todo el mundo en la isla lo sabe. O dice que lo sabe.
– ¿Y te importaría enseñármelo? Derrick frunció el ceño.
– Bueno, yo… No estoy seguro de que deba. Es un secreto muy buen guardado. Y no me gustaría ser el primero en sacarlo a la luz.
– Y yo no tengo planes para esta noche -dijo Claire, suspirando con dramatismo.
– Bueno, supongo que no tiene por qué hacer ningún daño, siempre y cuando me prometas no decírselo a nadie.
Claire sonrió.
– Prometido.
Cenar con Derrick era un precio muy bajo a pagar a cambio de encontrar el manantial. Comería algo con él a primera hora y después volvería a la posada para cenar con Will. Y no se marcharía de Trall sin el agua.
Capítulo 4
Will había estado esperando a Claire durante casi tres horas. Como no había vuelto tras la puesta del sol, había llamado al pub. Allí le habían dicho que llevaba una hora en el pub, tomando una copa con Sorcha, Derrick Dooly y un puñado de solteros de la isla.
Will había decidido continuar esperándola, pero a medida que avanzaba la noche, aumentaba su preocupación al imaginarla conduciendo por los estrechos caminos de la isla.
Así que al final, agarró unas llaves del mostrador de recepción y se dirigió a la parle posterior de la casa, donde tenía aparcado un Mercedes. Aquel coche era una de las pocas cosas que había conservado de su antigua vida: el coche, la cama y una casa a las afueras de Killarney.
Había habido una época en la que se había considerado a sí mismo el más afortunado de los hombres. Su interés por los ordenadores se había convertido en pasión por el desarrollo de nuevos programas: había conseguido elaborar un programa de reconocimiento facial y había creado una empresa que le había hecho millonario de un día para otro. Durante tres años, había sido el niño prodigio de los ordenadores en Irlanda. La gente había comenzado a llamarle el Bill Gates de Irlanda, una referencia que había llegado a odiar.
Y un buen día, había recibido una llamada de un gigante empresarial interesado en quedarse con su empresa. Cuando le habían ofrecido la cantidad que él consideraba suficiente, había vendido su empresa. En un primer momento, había pensado en fundar una nueva empresa, más grande y mejor que la primera. Pero tras pasar unos meses alejado de la responsabilidad de dirigir un negocio, había comenzado a darse cuenta de que no quería regresar a esa vida. Cuatro años después de la venta de la empresa, vivía en una tranquila isla, dirigiendo un negocio familiar y aceptando de vez en cuando algún contrato como asesor.
Tenía dinero suficiente para vivir, pero había dejado su vida en espera, aguardando a que sucediera algo interesante. Y de pronto, por primera vez desde hacía arios, volvía a sentir algo… Aunque no estaba seguro de lo que era.
Encontró la camioneta aparcada cerca del pub. Entró y buscó con la mirada en aquel ambiente cargado de humo. No tardó en ver a Claire jugando a los dardos y rodeada de un grupo de hombres, Sorcha estaba cerca, bromeando con ella.
Will esperó un rato antes de abrirse paso entre la multitud que abarrotaba el pub para acercarse a Sorcha.
– ¿La has emborrachado?
– ¡William! Así que has decidido venir a apoyar a Claire, Derrick está dispuesto a hacerte sudar tinta. Y no seas tonto. No la he emborrachado. Se ha emborrachado ella sola.
– Voy a llevármela ahora mismo a la posada.
Sorcha se encogió de hombros.
– Sí, probablemente sea lo mejor. Un martini más y tendrás que llevártela en brazos.
Will se acercó a Claire y le agarró la mano.
– Hora de marcharse.
– ¿Ya? -preguntó Claire.
Los hombres gimieron disgustados mientras Will dejaba diez euros en la mesa.
Claire se volvió hacia Derrick y le dio un fuerte abrazo.
– Gracias por la cena -le dijo-. Y no te preocupes. Estoy segura de que encontrarás una chica encantadora con la que casarte.
Will la agarró de la mano y tiró de ella hacia la puerta. Claire se volvió para despedirse de sus nuevos amigos y, a los pocos segundos, estallan los dos de nuevo en la calle. Will la ayudó a sentarse en la camioneta y se colocó después tras el volante.
– Son encantadores -dijo Claire-. ¿Por qué no pueden ser todos los hombres tan encantadores como los de aquí? He recibido tres propuestas de matrimonio y Beatrice Fraser ha dicho que podía conseguirme tres más -suspiró con dramatismo-. Cuánto me gustaría casarme algún día.
Will frunció el ceño mientras ponía el coche en marcha. Obviamente, el alcohol le había soltado la lengua. Y las emociones, pensó al ver el brillo de las lágrimas en sus ojos.
– ¿Estás llorando?
– No -musitó.
– ¿Qué le pasa? ¿Sorcha te ha dicho algo que te haya hecho daño?
– Me ha dicho que me merezco algo mejor -respondió Claire, secándose las lágrimas con la manga de la chaqueta.
– ¿Mejor que yo?
– No. Mejor que él.
– ¿Mejor que quién?
– Que Eric. Mi prometido.
– ¿Estás prometida? -había estado a punto de quedarse sin respiración.
– Sí. Quiero decir, no. Pensaba que lo estaba, pero… Oh. Dios mío, no me encuentro bien -abrió la puerta del coche y salió tambaleándose…
Will la vio inclinarse a un lado de la carretera y vomitar. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que él se había emborrachado y se preguntaba hasta qué punto sería Claire capaz de recordar su conversación al día siguiente.
Claire se apoyó en el coche, respiró el aire fresco de la noche y regresó de nuevo al interior.
– ¿Te encuentras mejor?
– Mucho mejor.
Will volvió a poner el coche en marcha y salió a la carretera. Hicieron el resto del trayecto en silencio. Will iba pensando en lo que Claire acababa de contarle sobre su vida en Chicago. ¿Qué clase de estúpido habría dejado pasar a una mujer como aquélla? Tenía que estar loco. Claire era una mujer sexy, dulce e inteligente. No se encontraban mujeres como Claire O'Connor lodos los días.
Cuando llegaron a la posada, dejó el coche en la puerta principal y ayudó a Claire a entrar. Claire avanzó tambaleante hacia las escaleras y en cuanto llegó a su habitación, comenzó a desnudarse.
– Ni siquiera sé por qué me he tomado la molestia de venir hasta aquí. ¿De verdad quiero volver con ese hombre? Pero si es evidente que ni siquiera me quiere.
Empezó a quitarse el jersey por la cabeza, pero se le quedó enganchado allí. Will se acercó a ayudarla a quitárselo. Al ver que le costaba mantener el equilibrio, la sujetó por la cintura y le quitó la camiseta.
– ¿Todavía le quieres? -le preguntó. Claire arrugó la nariz y pensó en la pregunta durante largo rato antes de mirarle.
– ¿Has estado enamorado alguna vez?
– No -contestó Will.
– Pues considérate afortunado -musitó Claire, señalándole con el dedo.
Se desabrochó el cierre del sujetador y lo dejó caer al suelo antes de comenzar a desabrocharse los vaqueros.
Will no podía evitar deleitarse en aquella visión. Pero Claire no era consciente de lo que estaba haciendo. Tragó saliva. Desgraciadamente, él era dolorosamente consciente de lo que Claire le estaba haciendo a él.
– Pero éramos perfectos el uno para el otro. Nos gustaban las mismas cosas. Compartíamos los mismos intereses. Teníamos todo el futuro planeado y de pronto… ¡plaf!
Abrió los brazos con un gesto dramático y comenzó a tambalearse. Si Will no la hubiera sujetado, habría terminado en el suelo.
– ¿Y quieres volver con ese hombre?