– Por supuesto -dijo, caminando hacia el baño-. O eso creo -frunció ligeramente el ceño-. ¿Tú no querrías?
Will la observó lavarse los dientes. Y le resultó fascinante verla realizar aquella tarea tan rutinaria. Incluso dedicada a la higiene dental le resultaba sexy. Sobre todo con los senos al descubierto.
Claire se secó la boca con una toalla y regresó al dormitorio.
– Por eso he venido aquí.
– Por el agua… -musitó Will.
– Mi abuela me habló de ese manantial. Me dijo que podía utilizarlo para hacerle regresar a mi lado. Y hoy he descubierto el manantial. Derrick Dooly me ha enseñado dónde estaba -se llevó la mano a la boca-. Vaya, se suponía que no tenía que decírselo a nadie.
Will estuvo a punto de decirle la verdad. Que el manantial del Druida sólo era un engaño inventado por su bisabuelo para atraer más turistas a la isla. Con los años, se había olvidado el origen de aquella leyenda.
– Tengo una botella de agua -Claire miró a su alrededor-. La he dejado en la camioneta.
– ¿Y cómo es que has terminado en el pub?
– Después de cenar con Derrick, me he encontrado con Sorcha y nos ha invitado a una copa. Y después hemos tomado otra, y otra. Hemos pasado la noche tomando martinis.
– ¿Y estás borracha?
– No, no estoy borracha -dijo Claire, bajándose la cremallera de los vaqueros. Comenzó a quitárselos, pero de pronto, alzó la mirada hacia Will y le rodeó el cuello con los brazos-. ¿Vamos a pasarnos toda la noche hablando o vas a llevarme a la cama?
Will gimió para sí. Se había pasado el día pensando en la próxima vez que hiciera el amor con ella y en ese momento Claire se le estaba ofreciendo. El único problema era que ella no se acordaría de nada a la mañana siguiente. Así que el dilema era satisfacer sus deseos o comportarse como un caballero… otra vez. Will sabía cuál era la decisión final antes de planteárselo siquiera, pero eso no hacía que le resultara más fácil rechazarla.
– ¿Por qué no te metes en la cama? Voy a bajar a buscarte algo que te ayude a asentar el estómago.
Claire obedeció, pero le agarró del brazo y tiró de él. Will fijó la mirada en su boca y no fue capaz de resistirse a besarla, sólo una vez. Claire entreabrió los labios y le acarició la lengua con la suya, invitándole a explorar su interior.
Continuaron besándose durante largo rato, disfrutando de aquel dulce placer. Will habría sido capaz de pasarse cuarenta y ocho horas besándola y aun así no se habría cansado de hacerlo. Eran muchas las cosas que no sabía sobre ella y Will quería aprenderlas todas, muy lentamente.
Claire alargó la mano hacia sus pantalones. Will ya estaba excitado y bastó aquella fricción para hacerle desear desprenderse de su ropa y hundirse en ella. ¿Retomaría el juego que habían comenzado la noche anterior? ¿O Claire se levantaría a la mañana siguiente, haría las maletas y regresaría con el hombre al que realmente quería?
Ningún hombre debería verse obligado a tomar una decisión como aquélla, se dijo Will mientras le mordisqueaba el cuello. Maldita Sorcha. Si no hubiera invitado a Claire al pub, habría pasado la noche con ella en la cama. Se apoyó en un codo y le apartó un mechón de pelo de los ojos.
– Voy a prepararte una taza de té -le dijo.
– No quiero té -protestó Claire.
– Con un poco de leche y azúcar, te asentará el estómago. Mañana me lo agradecerás.
– Pero prométeme que volverás. Porque el té no es lo único que te quiero agradecer mañana por la mañana -sonrió-. No sé si entiendes lo que quiero decir.
Will se echó a reír.
– Sí, claro que lo sé. Ahora mismo vuelvo -se levantó de la cama y la arropó-. Cierra los ojos y descansa.
Claire gimió suavemente y enterró la cara en la almohada. Will permaneció en la habitación hasta que la vio dormirse. Entonces, agarró el vaso de la mesilla de noche, lo llenó de agua en el cuarto de baño y lo dejó en la mesilla. En cuanto se aseguró de que Claire estaba profundamente dormida, se inclinó sobre ella y le dio un beso en la frente.
No sabía qué recordaría Claire al día siguiente, pero se asegurarla de que, cuando volvieran a disfrutar del sexo, el recuerdo quedara grabado para siempre en su memoria.
Cuando bajó al piso de abajo, en vez de meterse en la cama, tomó las llaves y salió por la puerta principal de la posada. El Mercedes estaba donde lo había dejado. Se metió en el coche, lo puso en marcha y regresó al pueblo.
Aparcó en frente de la camioneta, salió y se acercó hasta ella. Encontró la botella de agua del manantial en el asiento de pasajeros. La agarró, desenroscó el tapón y se dispuso a vaciarla… Si Claire tenía que regresar al manantial al día siguiente, no se iría de la isla y podría pasar otra noche con ella.
Pero antes de que hubiera comenzado a volcar la botella, decidió que podría darle un mejor uso al agua. Él nunca habla creído en la magia, pero no podía hacerle ningún daño intentarlo. Al día siguiente prepararía un té con esa agua, o un zumo de frutas. Esperaría a que Claire lo tomara y después se serviría él mismo una taza o un vaso. Y si el agua tenía algún componente mágico, él serla el primero en comprobarlo.
Claire fijó la mirada en los ojos irritados que le mostraba el espejo del cuarto de baño. Desde que había llegado a Irlanda, no habla vuelto a ser ella misma. Apenas reconocía a la mujer que la miraba desde el espejo. Había cruzado un océano para buscar un manantial. Y se había enredado con el primer hombre que había encontrado en la isla. Después, se había emborrachado no una, sino dos veces, algo que no había hecho jamás en su vida.
Apenas se acordaba de lo ocurrido la noche anterior. Se recordaba vomitando a un lado de la carretera, subiendo después a la habitación con Will e intentando seducirle. Y también creía haber mencionado a su prometido, aunque no sabía si había nombrado a Eric en voz alta o si sólo había estado pensando en él.
Cuando bajó a la cocina, encontró a Will sentado a la mesa, con el periódico frente a él. Llevaba una camiseta vieja y unos vaqueros. Como siempre, tenía el pelo revuelto, pero se había afeitado y a Claire le sorprendió lo joven que parecía sin barba.
Entró en la cocina y le sonrió.
– Buenos días.
Él alzó la mirada y le devolvió la sonrisa.
– No tienes muy mal aspecto después de la velada del pub. ¿Cómo te encuentras?
– Todavía no estoy segura. ¿Cómo crees que debería sentirme?
– ¿Cansada?
– ¿Qué tal avergonzada?
– ¿Quieres saber si hiciste algo de lo que debas avergonzarte?
– ¿Lo hice? No recuerdo haber hecho nada humillante.
– No, no hiciste nada humillante, salvo vomitar en la carretera. Y el striptease del club. Pero yo no diría que fue humillante. A los hombres pareció gustarles.
Claire soltó una exclamación y Will alzó la mano.
– Sólo era una broma. Lo de vomitar no, lo del striptease.
– Martini -Claire sacudió la cabeza-. No es una gran opción, sobre todo después de una pinta de cerveza.
– Y después, por supuesto, intentaste seducirme.
Claire abrió los ojos como platos.
– ¿Y lo conseguí?
– No. Pensé que era preferible dejarlo para cuando estuvieras sobria. Esta tarde tengo unas horas libres -bromeó-. Me encantaría que volvieras a intentarlo.
Claire se puso roja como la grana.
– Si me apetece, te lo haré saber -se frotó las sienes-. ¿Tienes aspirinas? Me duele terriblemente la cabeza.
– Tengo algo mejor. Imaginé que tendrías resaca esta mañana y te he preparado el remedio especial de Trall.
Abrió la nevera, buscó algo en su interior y se volvió hacia ella con una jarra en la mano. Dejó la jarra en el mostrador y le sirvió un vaso a continuación.
– Para que funcione, tienes que tomártelo todo ahora mismo.
Claire olió el contenido del vaso.