– ¿Zumo de tomate y cerveza? Si llevara vodka, sería un Bloody Mary. ¿Quieres emborracharme otra vez?
– Los irlandeses tenemos grandes remedios para las resacas -respondió-. Además, esa bebida lleva otros ingrediente secretos que te ayudarán a sentirte mucho mejor.
Se sirvió un vaso y lo chocó con el de Claire antes de darle un largo sorbo. No muy convencida. Claire levantó su vaso y bebió. Por un instante, pensó que estaba a punto de vomitar otra vez. Pero pocos segundos después, experimentó una sensación extraña. El estómago dejó de darle vueltas y la cabeza de dolerle.
– ¿Te encuentras mejor?
– Sí. Vaya, realmente funciona. Me encuentro muy bien.
Will colocó una fuente de bizcochos de pasas y mantequilla delante de ella.
– ¿Qué planes tienes para hoy?
– Pensaba dormir un rato -mordió un bizcocho-, pero ahora ya no estoy segura. Me gustaría ir a la celebración de Sorcha esta noche. Y quizá también acercarme a la península y dar una vuelta por allí antes de marcharme.
Sus ojos se encontraron durante unos instantes, pero Will desvió rápidamente la mirada.
– Le prometí a Sorcha que la ayudaría a llevar algunas de las cosas que necesita para la celebración de esta noche. Y a la una llegan unos huéspedes en el ferry. Pero podríamos ir mañana, o pasado mañana.
Claire continuó mordisqueando el dulce.
– ¿Qué hace Sorcha en su ritual?
– Hay música, danzas. Y también sacrifican una virgen -respondió mientras doblaba el periódico.
– ¿Una virgen?
– No tienes por qué preocuparle, tú estás a salvo, ¿verdad?
Le gustaba bromear con ella. Y la verdad era que también a Claire le gustaba que lo hiciera. Eric siempre había sido tan serio… No tenía sentido del humor. Curiosamente, aquélla no era una de las cualidades que había puesto en su lista y, sin embargo, empezaba a darse cuenta de lo importante que era.
– No estoy segura. Ayer, mientras recorría la isla, creo que conocí a todos los solteros de Trall, incluyendo algunos que podrían haber sido mis abuelos. ¿Cómo es posible que todo el mundo sepa de mi existencia?
– Si a Sorcha se le diera tan bien la brujería como los chismes, ahora mismo todos nosotros seríamos sapos y ella la reina de Inglaterra. Lo que pasa es que te has convertido en un tema interesante. Eres guapa, soltera y vienes sin pareja. No hay muchas mujeres solteras en Trall -la miró a los ojos-. Así que te encontramos fascinante.
– ¿De verdad?
Will dio un paso hacia ella y le hizo apoyarse contra el mostrador mientras posaba las manos en su cintura.
– ¿Ahora te encuentras mejor?
Claire asintió mientras recorría con la mirada sus facciones perfectas. Will le dio un beso en la sien y ella suspiró suavemente, disfrutando al sentir el calor de sus labios sobre su piel.
– Podría llegar a acostumbrarme a desayunar esto todos los días -dijo Will.
– Tú decides -bromeó ella-. O yo, o los bizcochos de pasas y mantequilla.
– Tú -respondió Will sin vacilar.
– ¿Yo o un bizcocho recién salido del horno?
Aquella vez Will se lo pensó durante varios segundos.
– Es una elección difícil. ¿Has dicho recién salido del horno?
Claire le golpeó el hombro suavemente. ¿Cómo era posible que se sintiera tan cómoda con un hombre al que sólo hacía un par de días que conocía? ¿Sería porque no tenían ningún futuro del que preocuparse?
– Si eso es lo que has decidido, entonces te dejo con tus bizcochos.
Will tensó la mano sobre su cintura cuando Claire intentó alejarse. La alzó, la sentó en la encimera, se colocó entre sus piernas y comenzó a desabrochar lentamente los botones de la blusa.
– No puedo tomar una decisión sin haberte probado antes -dijo.
Posó los labios en la base del cuello y fue descendiendo a medida que iba desabrochándole la blusa hasta llegar al sujetador. Una vez allí, desabrochó el sujetador y continuó bajando hasta el último botón de la blusa. Cuando terminó, estrechó a Claire contra él.
– Te prefiero a ti -susurró.
– Me alegro de saberlo -respondió Claire.
– Ahora mismo, no se me ocurre nada que pueda gustarme más.
Con una risa ronca. Will la tumbó en la mesa y se tumbó encima de ella de manera que sus caderas quedaran en contacto.
Claire se olvidó inmediatamente del estómago revuelto y del dolor de cabeza. Aunque el remedio de Will había sido en gran parte responsable de su mejoría, aquel encuentro le devolvió el color a las mejillas.
Él posó las manos a ambos lados de su cabeza y se inclinó como si pretendiera besarla. Pero se limitó a deslizar la lengua a lo largo de sus labios y a retroceder. Todos los esfuerzos de Claire por capturar su boca en un beso fueron en vano, hasta que, desesperada, hundió la mano en su pelo y le obligó a acercar sus labios.
Will gimió mientras la besaba, la conexión entre ellos fue tan inmediata e intensa que Claire se quedó sin respiración. Quería desnudarse y entregarse a todas sus fantasías sexuales. Sólo era capaz de pensar en acariciar a Will mientras tiraba frenéticamente de sus ropas.
El hecho de que estuvieran en medio de la cocina añadía un peligro a la situación que Claire descubrió excitante.
Deslizó las manos bajo la camiseta de Will para acariciarle los músculos de la espalda. Pero para Will no fue suficiente y, rápidamente, se arrodilló y se quitó la camiseta.
Claire ya le había acariciado en otra ocasión, se había perdido en la belleza de su cuerpo y se preguntaba por lo que sentiría al rendirse por completo a su deseo.
Y surgió entonces una duda. ¿De verdad estaba preparada para aquello? Si hacían el amor, podría cambiar definitivamente su relación. Podría querer de Will algo más que una o dos noches de pasión. Claire decidió ignorar el primer pensamiento práctico que la había asaltado desde que había llegado a Irlanda. Deseaba a Will y en aquel momento no le importaba lo que pudiera ocurrir después.
– Tengo que reconocer -musitó Will- que cuando compré esta mesa no imaginaba que la usaría de este modo. Pero esto sí lo he imaginado -deslizó la mano desde sus senos hasta su vientre.
– ¿Habías imaginado esto?
– Desde que te vi entrar empapada en la pensión.
– Demuéstrame cómo lo imaginabas.
Will se tumbó a su lado, apoyando la cabeza en la mano, y deslizó los dedos sobre sus senos en una tentadora caricia. Volvió a besarla, se levantó de la mesa y le tendió la mano.
– Ven conmigo.
– ¿Adónde vamos?
– A un lugar mucho más cómodo que esta mesa -la agarró de la cintura, la deslizó al borde de la mesa y la colocó de nuevo entre sus piernas.
Deslizó las manos por sus muslos, le hizo rodearle la cintura con las piernas y la levantó en brazos.
Se dirigió entonces hacia una puerta que había en la cocina con un letrero en el que decía «privado». La abrió de una patada y accedieron a un cómodo cuarto de estar, perfectamente amueblado, con un aparato de música y estanterías llenas de libros.
– Me preguntaba dónde vivirías -dijo Claire, mirando a su alrededor.
Will cruzó la habitación para acceder a otra ocupada en gran parte por una enorme cama.
– Esto fue lo que me imaginé. A ti en mi cama.
Claire enterró la cabeza en el cuello de Will. Estaba con Will y aquél era el lugar en el que él vivía. Allí pasaba las noches, solo en una enorme cama.
Una cama casi tan alta como la mesa de la cocina, de modo que cuando Claire se sentó en el borde del colchón, las piernas le quedaban a la altura del torso de Will.
Le rodeó el cuello con los brazos y él besó sus senos, acariciando con la lengua cada pezón.
Aunque con el pulso acelerado. Claire se sentía envuelta en una agradable languidez. Era como si Will y ella estuvieran solos en la isla. Sabía que el mundo real se interpondría entre ellos en cuanto llegaran los huéspedes. Pero, de momento, lo tenía para ella sola.