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– Yo soy el único que va a complacerte, ¿entendido?

Claire contuvo la respiración ante la determinación de su mirada. Lo que había comenzado como un juego se había convertido de pronto en algo muy serio. Will ya había dejado claro lo mucho que la deseaba con cada uno de sus besos, con cada una de sus caricias, pero aquello era diferente. Era como si de pronto estuviera reclamando su cuerpo para él solo.

– ¿Entonces prometes que vas a complacerme?

A los labios de Claire asomó una sonrisa.

– Te lo prometo.

Claire se volvió y corrió hacia el círculo de piedra. En cuanto entró en el círculo luminoso del fuego. Sorcha la vio y corrió hacia ella.

– ¡Baila con nosotras! -gritó. Tomó una guirnalda de una de las bailarinas, se la colocó a Claire en la cabeza y le entregó un cesto lleno de cereales-. De vez en cuando, echa un puñado al fuego.

Claire alzó la mirada hacia la loma, pero era imposible distinguir a Will en la oscuridad. Aun así, sentía sus ojos sobre ella. Siguió a Sorcha y echó un puñado de granos a una hoguera. Estallaron inmediatamente, lanzando chispas al cielo.

Durante unos minutos. Claire se limitó a seguir a las mujeres mientras éstas rodeaban las hogueras y el altar. Pero pronto comenzó a dejarse llevar por la música. Se deshizo del gorro, la bufanda y la chaqueta y comenzó a moverse al ritmo de los tambores.

Era una sensación liberadora: cuanto más bailaba, más viva se sentía. Cerró los ojos, volvió el rostro hacia el cielo y giró. Poco a poco, fue olvidándose de todas sus inhibiciones y experimentando una maravillosa sensación de libertad, como si sus preocupaciones hubieran volado de pronto: Eric, el trabajo, su futuro. Ya nada importaba, salvo el presente, y el presente era maravilloso.

Cuando llegó a la parte de atrás del círculo. Claire se detuvo y se apoyó contra uno de los pilares de piedra, aprovechando aquel descanso para contemplar el espectáculo. Tenía las mejillas frías y su aliento se transformaba en vapor frente a su rostro. Cerró los ojos y rió ante aquella locura. De pronto, se sentía poderosa.

Claire se apartó de la piedra, dispuesta a unirse de nuevo a la danza, pero alguien la agarró de la mano y tiró de ella. El grito de Claire se fundió en el caos y, segundo después, alguien la hacía apoyarse en la parte de fuera de uno de los pilares protegidos por las sombras.

En cuanto percibió aquel aroma familiar, suspiró. Will la besó al tiempo que deslizaba las manos por su torso.

– ¿Ya he cumplido mi parte del trato? -preguntó Claire mientras él le mordisqueaba el cuello.

Sin decir nada, Will deslizó las manos bajo el jersey. Claire contuvo la respiración al sentir sus dedos fríos contra su piel caliente. Aunque la actividad en las hogueras estaba alcanzando su punto álgido y los tambores tocaban cada vez más fuerte, estaban solos entre las sombras, escondidos tras las piedras, de manera que era imposible que pudieran verlos desde el otro lado del círculo.

Will volvió a besarla, en aquella ocasión con más delicadeza, entreabriendo sus labios con la lengua.

– No me cansaré nunca de ti -musitó desesperado, restregando las caderas contra las de Claire.

Claire podría haber repelido sus palabras. También ella se sentía presa de una necesidad sobrecogedora de acariciarle, de hacerle gemir de placer. Le desabrochó el cinturón y le bajó después la cremallera de los pantalones. Cuando por fin consiguió liberarle, rodeó con los dedos su miembro erecto.

Will susurró su nombre al oído, urgiéndola a continuar y mostrándole al mismo tiempo lo mucho que le gustaba que le tocara. Los sonidos de la ceremonia parecían fundirse en la distancia mientras la pasión les envolvía. Claire era consciente de que podrían verlos, pero la noche era oscura y estaban solos.

Will alzó las manos a lo largo de su torso hasta descubrir sus senos. Un segundo después, cerró los labios alrededor de un pezón y succionó delicadamente. Claire estaba desesperada por sentir sus caricias, por sentir el calor de su boca en su piel. Enardecida, hundió las manos en su pelo y lo guió hacia el otro pezón.

El pulso le latía al ritmo de los tambores mientras le hacía alzar la cabeza de nuevo hasta sus labios para fundirse en un profundo beso. Will alargó la mano hasta la cintura de sus vaqueros, la deslizó en su interior y buscó el rincón más deseado.

Claire suspiró, sorprendida ella misma por su nivel de excitación. Se desabrochó los vaqueros y Will se los bajó sin dejar de tocarla.

Era todo tan primitivo como la música que estaban tocando; todo era instinto y placer. A Claire ya no le preocupaba que pudieran descubrirlos. Deseaba a Will, necesitaba sus manos, su boca. Sentía cómo iba acercándose rápidamente al orgasmo, pero en aquella ocasión, el orgasmo no era suficiente. Aquella vez, quería que Will estuviera dentro de ella.

– Hagamos el amor -musitó-. Por favor, te necesito.

Will retrocedió, enmarcó su rostro entre las manos y la miró a los ojos.

– ¿Estás segura?

– Sí -contestó.

Claire se desprendió entonces de los vaqueros y las bragas. Will agarró la manta que había dejado en el suelo y se envolvió en ella junto a Claire, proporcionándole a ésta cierta cobertura en el caso de que los descubrieran.

Un segundo después, le tendió un preservativo que sacó de la cartera. Ella se lo puso. Entonces, él le hizo apoyar la espalda en el pilar de piedra y colocar las piernas alrededor de su cintura.

Claire contuvo la respiración mientras Will iba deslizándose centímetro a centímetro dentro de ella, hasta quedar completamente enterrado. Permaneció durante largo rato sin moverse, apoyando la frente en el pecho de Claire.

Ella le rodeaba el cuello con los brazos. Will la llenaba por completo e imbuida por una deliciosa sensación de poder, se arqueó contra él, arrastrándolo más dentro de ella. Entonces Will comenzó a moverse lentamente, como si estuviera ya rozando el orgasmo. Pero ninguno de ellos quería contenerse.

Will se hundía en ella una y otra vez y Claire gritaba de placer, dejando que la noche disolviera sus gritos. Will la abrazó con fuerza y comenzó a moverse de una forma que desató un nuevo torrente de placer dentro de ella.

– Oh -gimió-. Oh, por favor.

Claire sintió cómo iba tensándose el deseo hasta estallar en un potente orgasmo. Su cuerpo se convulsionó alrededor de Will y un segundo después, éste se unía a ella.

Todo terminó tan rápidamente como había empezado, pero para Claire, aquélla había sido la experiencia más apasionante que había vivido jamás. Las rodillas de Will parecieron ceder y éste la bajó lentamente al suelo, hasta dejarla sentada sobre los pantalones que Claire se había quitado minutos antes. Él se sentó a su lado, con la espalda apoyada contra uno de los pilares de piedra, y echó la manta encima de ellos.

– Increíble -dijo Claire, cerrando los ojos y sonriendo-. Jamás había hecho nada parecido.

– Yo tampoco -le pasó el brazo por los hombros y la estrechó contra él.

Claire temblaba por la fuerza del orgasmo y el impacto de lo que habían compartido.

– Deberíamos irnos -sugirió Will-. Podemos continuar esto en mi cama.

– Se supone que hoy deberías ser mi esclavo.

Will se levantó, le dio la mano para ayudarla a levantarse y la sujetó mientras se vestía. Fueron a buscar la chaqueta, el gorro y la bufanda y, de la mano, llegaron hasta la camioneta de Will. Éste la ayudó a entrar, pero antes de ponerla en marcha, se inclinó hacia ella, le enmarcó el rostro entre las manos y volvió a besarla.

– Estabas preciosa bailando entre las hogueras. Jamás había visto a nadie tan adorable.

– Gracias -contestó Claire, sonrojada de placer.

Cuando entraron en la camioneta. Claire estiró las piernas y chocó contra la botella de agua que había rellenado en el manantial del Druida esa misma tarde. Cuando había ido a llevarle las cajas a Sorcha, se había dado cuenta de que estaba vacía, así que, de camino a la posada, había parado en el manantial para rellenarla.