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Claire agarró la botella y miró a Will, que estaba concentrado en la carretera.

– ¿Quieres beber? -le preguntó, tendiéndole la botella.

Will la miró y sonrió.

– Claro -tomó la botella-. Gracias.

Bebió un largo trago y se la devolvió. Claire bebió también y cerró la botella con los dedos ligeramente temblorosos. Si el agua funcionaba de verdad, acababa de tomar una decisión muy importante.

Había dejado de lado todas las razones que la habían llevado hasta Trall. Había olvidado todos sus sueños de futuro. Deseaba a Will y en aquel momento, lo de menos era que su deseo durara un día, una semana o toda una vida.

Claire se acurrucó bajo el edredón de Will, escondiendo la cabeza para protegerse de la luz de la mañana. Will se había levantado al amanecer para ayudar a Katie a preparar el desayuno. Había prometido regresar en cuanto hubiera terminado de atender a los huéspedes, pero eran casi las diez de la mañana y todavía no había vuelto.

Claire se sentó en la cama y se apartó el pelo de los ojos. En cuanto habían llegado a la posada la noche anterior, se habían desnudado y se habían metido en la cama. Pero habían pasado la mayor parte de la noche hablando de sus familias, sus amantes, sus trabajos y sus recuerdos de la infancia. Una hora antes de que saliera el sol, habían vuelto a hacer el amor, muy lentamente, como si estuvieran saboreando todas y cada una de las sensaciones. Y habían compartido un orgasmo dulce, cálido y rebosante de anhelo.

Impaciente por ver a Will. Claire se levantó de la cama, se vistió rápidamente y se dirigió a la cocina. Lo encontró en el fregadero, enjuagando platos. Se acercó de puntillas hasta él y le rodeó la cintura con los brazos.

Will se tensó ligeramente.

– Te has despertado.

Claire frunció el ceño ante la frialdad de su voz.

– Si, pensaba que ibas a ir volver a la cama -lo rodeó y se apoyó contra la encimera, para poder mirarle a la cara.

Pero Will no la miraba, sino que continuaba concentrado en su tarea.

– Tenemos un nuevo huésped. He estado preparándole la habitación. Supongo que te interesará saber que es de Chicago. De hecho, hasta le conoces.

Claire tragó saliva.

– ¿Es Eric?

– El mismo. Ahora mismo está desayunando y dispuesto a subir a tu habitación. Le he dicho que te habías ido a dar un paseo. Supongo que no te apetecía que te descubriera en mi cama.

– No quiero verle. Dile que te has equivocado, que me he ido en el ferry esta misma mañana.

– Él ha venido en el ferry. Si te hubieras ido esta mañana, os habríais encontrado en el puerto.

– Rompimos con un post it.

– ¿Qué?

– Sí, dejó uno de esos papelitos amarillos en el espejo de mi cuarto de baño.

– Qué cobarde -musitó Will.

– No quiero hablar con él. Nada de lo que diga puede hacerme volver a su lado.

– A lo mejor deberías decírselo a la cara.

– No, si lo ignoro, terminará yéndose.

– Piensa quedarse aquí. Ha pedido una habitación.

– ¿Y se la has dado? -Claire le miró estupefacta-. ¿Cómo se te ha ocurrido hacer una cosa así?

– Porque me la ha pedido. Y no sabía quién demonios era hasta que no se registró y me preguntó por ti -Will se apartó del fregadero y se secó las manos con un trapo-. Ahora tengo que ir al mercado. Volveré dentro de una hora.

– Will, yo no le he pedido que venga. Y no me hace ninguna gracia que esté aquí -le tomó las manos y la miro a los ojos-. Me desharé de él, le lo prometo.

– No tienes por qué prometerme nada, Claire.

Claire se puso de puntillas y le rozó los labios. Al principio, pensó que allí acabaría todo. Pero entonces Will enterró las manos en su pelo y moldeó su boca, capturándola en un beso fiero y frenético. Cuando por fin terminó, sonrió, agarró la chaqueta y se marchó.

Claire cerró los ojos. La última persona del mundo que le apetecía ver en aquel momento era Eric. No tenía nada que decirle. Durante los últimos cuatro días, había conseguido olvidar completamente al hombre con el que había vivido durante tres años.

Se frotó los ojos. ¿Cómo era posible? Eric había sido su vida, su futuro y, de pronto, ni siquiera era capaz de recordar por qué se había enamorado de él. Quizá no fuera mala idea hablar con él, poner punto y final a su relación definitivamente.

De modo que cruzó el pasillo que comunicaba la cocina con el comedor y miró a través de la puerta. Eric estaba leyendo el periódico en una mesa situada junto a la ventana, de espaldas a ella. Claire se acercó silenciosamente hasta su mesa y se sentó frente a él.

– Claire -dijo Eric, bajando el periódico y en el mismo tono que habría empleado si se hubieran visto una hora antes.

– ¿Qué estás haciendo aquí?

– Estás muy guapa.

– No intentes engatusarme. Contesta a mi pregunta. ¿Qué estás haciendo aquí?

– He venido para pedirle perdón.

– ¿Has venido hasta Irlanda para pedirme perdón? Podrías haber escrito una carta. O mejor aún, un post it.

– La verdad es… que te necesito.

– Ya es un poco tarde para eso. Si crees que voy a acostarme contigo…

– No en ese sentido, sino profesionalmente. Acabo de empezar a trabajar con una agencia de Manhattan. El director artístico es un incompetente, y si no encuentro a alguien que le sustituya, estoy perdido. Necesito que vengas a Nueva York y trabajes de nuevo para mí.

Claire no podía dar crédito a lo que estaba oyendo.

– ¿Entonces has venido hasta aquí para…?

– No voy a decirte que no he pensado en ti. Y quizá no haya hecho las cosas de la mejor manera… Fui un miserable, y tienes todo el derecho del mundo a odiarme. Pero quiero arreglar las cosas. La agencia te pagará el traslado a Nueva York, te pagarán el doble de lo que ganabas y te ayudaré a buscar un apartamento. Es un gran paso. Claire. Me juego muchas cosas en este proyecto. Y si hay malas vibraciones entre nosotros, no funcionará.

– ¿Malas vibraciones? Eres un miserable y un cobarde, que no tuviste siquiera la decencia de ser sincero conmigo.

Eric tomó aire y asintió.

– Muy bien, respeto tu opinión. Pero, dejando los sentimientos a un lado, creo que podríamos trabajar juntos. Y quién sabe, a lo mejor podemos encauzar de nuevo nuestras vidas.

– ¡No! -Claire se levantó de un salto y le dio un puñetazo en el hombro-. Márchate. Eric.

– Piensa en lo que te he dicho. Sería un paso enorme en tu carrera.

Claire retrocedió y repitió:

– Márchate. Eric.

– No lo haré hasta que no pienses en mi oferta. Tómate tu tiempo, tranquilízate y piensa en lo mucho que podría significar para ti.

Claire sacudió la cabeza y frunció el ceno.

– ¿Cómo sabías que estaba aquí?

– Me lo dijo tu abuela. La verdad es que me sorprendió. No entendía qué podías estar haciendo en Irlanda, en una isla que está en medio de la nada. ¿Sabes lo difícil que es llegar hasta aquí?

– Pobrecito. Tantas molestias para nada.

Y, sin más, giró sobre los talones y salió del comedor. Cuando llegó a las escaleras, comenzó a subirlas de dos en dos y, para cuando llegó a su habitación, tenía los ojos llenos de lágrimas.

¿Por qué tenía que haber ido Eric hasta allí? Lo había echado todo a perder. Will y ella apenas estaban empezando a conocerse y después de aquello tendría que explicarle todo. Se sentó al borde de la cama y se cubrió los ojos con las manos.

Aunque Eric no fuera en aquel momento su persona favorita, no podía negar que, gracias a él, había llegado hasta esa isla y había encontrado a Will Donovan. El único hombre al que en aquel momento deseaba.

En secreto, se había permitido imaginarse a sí misma viviendo en la isla con Will. Ayudándole a llevar la posada y pintando durante el tiempo libre. Claire siempre había querido dedicarse a pintar y en Trall había muchos lugares hermosos que la inspiraban. Pero pensar en un futuro junto a Will era absurdo. Sólo hacía cuatro días que se conocían.