Y hasta ese momento, jamás había pensado en irse de Chicago. Tenía allí a toda su familia. Mudarse a Nueva York ya era una decisión difícil, pero ir a vivir a Irlanda sería como trasladarse a la luna. Además, había otros asuntos que considerar. Aunque Will despertara en ella una pasión increíble, la pasión no servía para pagar facturas. El trabajo que Eric le ofrecía era el futuro, la carrera profesional con la que siempre había soñado.
Podría encauzar de nuevo su vida, le había dicho Eric. ¿Pero para llegar a dónde? ¿A una existencia aburrida con un hombre que apenas tenía tiempo para ella? ¿O hacia una existencia llena de emoción, de pasión y felicidad con un hombre que hacía que se le acelerara el corazón cada vez que le veía?
Will abrió la puerta de la tienda de Sorcha violentamente y entró.
– ¡Sorcha! -gritó.
Un segundo después, su amiga salía de detrás de la cortina que separaba la trastienda. Tenía el pelo revuelto y parecía que no se había molestado en peinarse.
– Will, buenos días. Lo siento, ¿pero no ibas a traerme mis cosas esta tarde?
– Exacto, pero lo había olvidado. Bueno, pásale luego por la posada y le dejaré las llaves de la camioneta.
Sorcha le miró con el ceño fruncido.
– ¿Te encuentras bien?
– Sí -musitó-. No, no me encuentro bien. Necesito ayuda.
– ¿Qué clase de ayuda? -Sorcha parpadeó sorprendida.
– Necesito tu magia.
Una lenta sonrisa afloró a los labios de Sorcha.
– Oh, Will, esto si que no me lo esperaba. Pero supongo que no debería sorprenderme. Es evidente que la norteamericana y tú estáis locos el uno por el otro. La besaste delante de todo Trall -Sorcha se sentó en un taburete de detrás del mostrador-. Y tengo que decir que me parece una mujer encantadora. Hacéis muy buena pareja.
– Gracias.
– Y no sé si sería capaz de emplear mi magia con ella. Me gusta Claire y no quiero engañarla. Eliminé todos los hechizos, así que ahora todo depende de ti.
– No quiero que le hagas nada a ella. Necesito tu magia para su prometido. Su ex prometido, en realidad. Se ha presentado en la posada esta mañana y creo que quiere convencerla de que se vaya con él. Y yo quiero impedírselo.
– Estás verdaderamente loco por ella.
– Sí, es cierto, pero sólo hemos pasado juntos cuatro días y no tengo la menor idea de qué es lo que siente ella. Y si se va, nunca lo sabré.
Sorcha frunció el ceño.
– Bueno, podría aplicar diferentes hechizos, dependiendo de cuál quieres que sea el resultado.
– Estaba pensando más en tu propia magia. En el efecto que tienes en los hombres -Will se aclaró la garganta-. Es posible que te guste ese tipo. Es atractivo, un hombre de éxito, y parece amable. A lo mejor no le viene mal echarle un vistazo.
– ¿Quieres que me acueste con él?
– Claro que no. Quiero que te ocupes de él. Coquetea con él, haz lo que sea. Lo que quiero es que le entretengas hasta que yo averigüe si Claire continúa enamorada de él -se frotó las manos-. Voy a pedirle a Claire que venga conmigo a tierra firme. Me inventaré alguna excusa para que pasemos allí la noche. Así tendrás tiempo de averiguar lo que se propone Eric.
– ¿Y qué saco yo de todo esto?
– ¿Qué quieres?
– Mmm, eres un hombre desesperado… y me estás poniendo en una encrucijada -permaneció varios segundos pensativa-. ¡Ya lo sé! ¡Quiero tu cama!
– ¿Pero por qué? Nunca has dormido en ella.
– Pero me gusta. Me parece ideal para una sacerdotisa.
– De acuerdo, pero sólo si consigo convencer a Claire de que se quede en la isla.
– ¿Para siempre? No, esa es una apuesta estúpida. ¿Por qué iba a querer quedarse en Trall?
– Durante un mes.
Sorcha consideró el trato, asintió y le tendió la mano.
– Trato hecho.
– Kalie va a ocuparse de ese tipo mientras yo estoy fuera, pero quiero que te dejes caer por la posada para conocerle. Puedes quedarte a pasar la noche allí, mi habitación estará vacía. Tienes cuarenta y ocho horas, Sorcha. Por favor, pon toda tu magia en funcionamiento.
Minutos después. Will se acercaba a la puerta de la posada a grandes zancadas, esperando encontrar a Claire y a su prometido en el salón, frente a la chimenea. Pero el salón estaba vacío. Se dirigió a la cocina, donde encontró a Katie fregando una sartén.
– ¿Va lodo bien? -le preguntó Will.
Katie asintió con una alegre sonrisa.
– El norteamericano está fuera, hablando por el móvil, y la señorita O’Connor en el piso de arriba. Las dos mujeres de Nottingham han ido a dar un paseo por la isla y la pareja de Escocia almorzará en el pueblo.
– Después del almuerzo, quiero ir a tierra firme. Necesito que te encargues de la posada durante un par de días. Si necesitas ayuda, llama a Sorcha. Se pasará por aquí esta noche. Mañana por la mañana se irá todo el mundo y nadie ha hecho ninguna reserva hasta el fin de semana.
– De todas formas, llévate el móvil por si surge algún problema.
Will asintió, le dio las gracias con una sonrisa y se dirigió hacia el vestíbulo. Una vez hubiera alejado a Claire de la isla y de su ex prometido, le resultaría más fácil averiguar lo que sentía por ella.
Pero mientras subía las escaleras a toda velocidad, no pudo evitar preguntarse si, en el fondo, no sabría ya lo que sentía, pero le daba miedo admitirlo.
Capítulo 6
Claire permanecía tumbada en la cama, intentando imaginar siluetas de animales a partir de las grietas de la escayola. Había pasado allí casi toda la mañana y gran parte de la tarde, intentando evitar otra conversación con Eric. Se había duchado, se había depilado y se había pintado las uñas. Y ya no sabía qué hacer.
¿Por qué habría ido Eric hasta allí? ¿Y cómo habría llegado a convencerse de que estaría dispuesta a trabajar con él? Tenía que reconocer que también ella había llegado a Irlanda intentando recomponer su relación, pero ésa había sido una reacción histérica a una situación realmente terrible.
En cuanto había tenido oportunidad de tranquilizarse y analizar las cosas con cierta perspectiva, se había dado cuenta de que Eric era la última persona que le apetecía que formara parte de su vida. Claire gimió para sí, dio media vuelta en la cama y enterró la cabeza en la almohada. Porque aquella conclusión la obligaba a enfrentarse a un nuevo dilema. Un dilema que se llamaba Will Donovan.
Se suponía que acostarse con Will tenía que haber sido una diversión. Estaba convencida de que podría separarse de él sin arrepentimientos. Pero cuando estaba a punto de llegar el momento de marcharse, se daba cuenta de que le resultaría imposible abandonar Irlanda sin una maleta llena de dudas y arrepentimientos.
Una llamada a la puerta la hizo levantarse precipitadamente de la cama.
– Vete. Eric -gritó-. No quiero hablar contigo.
– Soy Will.
Profundamente aliviada. Claire abrió la puerta, arrastró a Will al interior de la habitación y volvió a cerrarla.
– ¿Todavía está abajo?
– Acaba de marcharse a almorzar. Me ha pedido que te diera esto cuando bajaras -le tendió una cajita.
– ¿Qué es?
– No lo sé. Está cerrada y no me he tomado la molestia de preguntárselo.
Hablaba con voz fría, distante. Aquél no era el hombre divertido y cariñoso con el que Claire se había acostado la noche anterior.
– Yo no le he pedido que venga. No quiero que esté aquí -le explicó a Will.
– Entonces dile que se vaya.
Claire vaciló y vio inmediatamente la sombra de recelo que asomaba a los ojos de Will.