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– Me ha ofrecido un puesto de trabajo en una agencia muy importante de Nueva York y no estoy segura de que deba rechazarlo.

– Parece unan gran oportunidad. Deberías aceptarlo.

– No pareces muy convencido -bromeó Claire, esperando arrancarle una sonrisa. Dejó la caja en la cama.

– ¿No vas a abrirla?

– No me importa lo que pueda haber dentro. Pero Will se acercó a la cama, recuperó la caja y se la tendió.

– Ábrela.

Claire suspiró, abrió la caja y se quedó helada. En el interior había una bolsita de terciopelo con el nombre de una importante joyería de Chicago.

– No necesito abrirla.

Fue Will el que lo hizo por ella, y sacó una bonita sortija con un zafiro rodeado de diamantes.

– Bueno, supongo que ésta es una buena manera de enmendar lo de la nota del espejo.

Claire se quedó mirando el anillo fijamente.

– Iba a proponerme matrimonio…

Will le agarró la mano y le deslizó el anillo en el dedo.

– ¿Es esto lo que quieres? Porque si es así, estupendo. Pero si ese tipo te dejó como tú me contaste, serías una estúpida si consideraras siquiera su ofrecimiento. Te mereces algo mejor, mucho mejor.

– No. claro que no es eso lo que quiero -replicó Claire, quitándose el anillo y guardándolo de nuevo en la bolsa-. Pero no tengo trabajo y dentro de unos meses me quedaré sin casa. ¿Qué voy a hacer? ¿Quedarme aquí contigo?

En cuanto pronunció aquellas palabras, deseó no haberlo hecho. O. quizá, haberle dado otro tono a la frase para que no pareciera tan sarcástica. La verdad era que le resultarla muy fácil quedarse con Will, continuar lo que habían empezado. Pero sabía que su atracción se basaba solamente en el deseo, que no la sostenía nada más sustancial.

– Lo siento -musitó-. Has sido muy generoso conmigo, y no quiero que pienses que no he disfrutado de cada minuto que hemos…

– No sigas -le pidió Will y alzó la mano-. Ven, tenemos que salir de aquí. Prepara equipaje para un par de días.

– ¿Adónde vamos?

– No lo sé, pero quiero sacarte de esta isla, alejarte de tu prometido. En cuanto hagas el equipaje, baja por la escalera de servicio. La puerta está al final del pasillo da directamente a la cocina.

– Pero tú no puedes dejar la posada. Tienes huéspedes.

– Lo hago constantemente. Katie se encargará de atenderla.

En el fondo. Claire sabía que debía negarse. Ya iba a ser suficientemente doloroso marcharse de Irlanda como para profundizar en su relación con Will. Pero aun así, estaba dispuesta a aceptar las consecuencias de pasar unas noches más a su lado.

– De acuerdo -dijo.

Will la abrazó entonces y la besó. Se apartó ligeramente, le apartó el pelo de la cara y le dio un beso en la nariz. Claire le miró a los ojos y vio cómo iba desapareciendo de ellos el enfado.

– Dame un minuto -le pidió-. Terminaré de hacer las maletas y bajaré.

– Date prisa, tenemos que llegar al último ferry.

Cuando la puerta se cerró tras Will. Claire se llevó la mano el corazón. Le latía con una fuerza extraordinaria. ¿Cómo era posible que aquel hombre la hiciera sentirse tan viva sólo con tocarla?

Se volvió hacia la cama y comenzó a hacer el equipaje. La anticipación crecía con cada prenda de ropa que guardaba. Cuando terminó, se vistió, eligiendo como ropa interior un sujetador negro y un tanga.

– Siempre conviene estar preparada -musitó para sí con una sonrisa.

Pasarían la noche juntos, en la misma cama. Y procuraría disfrutar como nunca.

En cuanto terminó, agarró la bolsa y la chaqueta y se asomó a la puerta antes de salir al pasillo. Cuando llegó a la cocina. Will estaba esperándola con las llaves del coche en la mano.

– ¿Ya estás lista?

– Sí, ¿adónde vamos?

Will sonrió. Era la primera vez que Claire le veía hacerlo desde que había llegado Eric.

– Es una sorpresa -contestó.

Minutos después, subían en el coche a la cubierta del ferry.

Claire recordó su viaje de ida a Trall en el barco del correo. Recordó lo decidida que estaba a encontrar la manera de recuperar a Eric. Y en menos de una semana, estaba escapando de su lado para estar con otro hombre.

Cuando el ferry comenzó a alejarse de la isla. Will salió del coche y lo rodeó para abrir la puerta de Claire. Le pasó el brazo por los hombros y caminaron juntos hacia la popa del barco para ver cómo iba alejándose la isla en la distancia.

– ¿Qué era lo que te gustaba de él? -preguntó Will.

Claire alzó la mirada hacia él.

– Cuando era joven, hice una lista con todas las cosas que me gustaban en un hombre. Y él encajaba en esa lista.

– ¿Y qué escribiste en aquella lista?

– Quería un hombre alto, guapo, educado, inteligente, con un buen trabajo y buenas perspectivas profesionales. Hasta hace una semana, pensaba que Eric tenía lodo lo que podía esperar en un hombre.

– ¿Y ahora?

– Ahora no sé lo que quiero. Y la verdad es que me asusta un poco.

Will la estrechó contra él y le dio un beso en la frente.

– No siempre hace falta tener un plan -le dijo-. A veces sólo hay que dejar que las cosas sucedan.

– ¿Es eso lo que estamos haciendo nosotros?

– Por lo que yo sé, sí -contestó Will-. Pero si vamos a empezar a hablar tan en serio, éste terminará siendo un viaje muy aburrido.

– ¿Y qué crees que podemos hacer para que sea más divertido?

– Mmm, se me ocurren muchas ideas -se inclinó como si fuera a susurrarle algo al oído, pero lo que hizo fue mordisquearle la oreja-. Y te prometo que vamos a divertirnos.

El ferry llegó hasta el puerto de Fermoy, un pueblo situado en la península de Dingle. Para cuando salían del ferry en el coche, ya era casi de noche.

– Me temo que no vas a poder disfrutar del paisaje durante el camino, pero te prometo ensenarte mañana los rincones más bonitos de la península.

– La verdad es que tampoco le presté mucha atención al paisaje cuando llegué. Estaba agotada. ¿Adónde vamos, exactamente?

– No muy lejos.

– Estoy muerta de hambre. No he querido bajar a almorzar, así que no he comido nada en todo el día.

– Podremos cenar en cuanto lleguemos.

Will se conocía aquellas carreteras de memoria, sabía exactamente cómo llegar desde el ferry a Castlemaine y desde allí a una antigua casa de piedra situada junto al río Maine que todavía conservaba. Cuando llegaron a la zona del río, se alegró de ver que habían encendido las farolas.

– Es preciosa -exclamó Claire al verla.

– Me alegro de que te guste.

Aparcó el coche junto a la casa y se acercaron a la puerta principal. Will marcó su código personal en un teclado y, en cuanto la cerradura cedió, empujó la puerta. La casa llevaba tres meses cerrada, pero el encargado de atenderla había conseguido quitarle el frío encendiendo la chimenea del salón principal. A excepción del salón, el resto de las habitaciones del primer piso estaban vacías. Durante los años anteriores, Will había ido vendiendo los muebles a medida que había ido desprendiéndose de su antigua vida.

Claire miró a su alrededor con el ceño fruncido.

– ¿Vamos a quedamos aquí?

– Sí, ésta es mi casa. No es gran cosa, pero es acogedora y tenemos todo lo que necesitamos. En el segundo piso hay un dormitorio amueblado y la cocina está perfectamente equipada.

– ¿Esta casa es tuya? -Claire comenzó a recorrer lentamente las habitaciones, encendiendo luces a lo largo del camino.

Will se había comprado aquella casa cuando había ganado su primer millón. Y había gastado otro millón en restaurarla y amueblarla.

– ¿Vivías aquí? -le preguntó Claire.

– Y todavía vivo aquí de vez en cuando, cuando tengo que trabajar en Killarney. Antes estaba amueblada, pero he ido vendiendo los muebles poco a poco. El director comercial de mi empresa pensó que sería una buena inversión. Ahora alquilo la casa para fiestas, a veces para alguna boda. Los jardines son preciosos, dan directamente al río.