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Claire deslizó la mano por su pecho, jugueteando con las uñas sobre los pezones hasta hacerlos erguirse. Will cerró los ojos mientras ella saboreaba sus pezones con los labios. Aquello era una tortura, se dijo él. Le tocara donde le tocara, parecía enviar una corriente de deseo a todo su cuerpo. Era tal su necesidad de liberarse, que resultaba casi dolorosa y temía que, en el instante en el que Claire le acariciara su sexo, todo terminara.

– ¿Por qué me haces esto? -musitó.

– ¿Preferirías que estuviera haciendo otra cosa?

– Oh, no.

– Entonces, deja de quejarte -se incorporó lentamente, restregando su cuerpo contra el de Will, de manera que sus senos frotaran su pecho desnudo y su vientre presionara su firme erección.

Will se inclinó hacia delante y le besó el hombro. Claire tembló y Will advirtió que le castañeteaban los dientes.

– Tienes frío -susurró.

Le tomó la mano y la condujo hasta la chimenea del salón. Una vez allí, echó un tronco al fuego y le frotó después los brazos a Claire.

– ¿Estás mejor?

– Mmm.

Will le dio un beso en la frente.

– Espérame aquí.

Fue al vestíbulo, regresó con su bolsa y sacó una caja de preservativos. Después, tomó una manta del sofá y se la echó a Claire por los hombros.

– Tampoco había estado nunca con una mujer desnuda en esta casa, así que no estoy preparado. Pero en la cama hay un edredón.

– Prefiero quedarme aquí. Nunca he hecho el amor delante de una chimenea.

Se arrodilló en el suelo, tomó su mano y le hizo agacharse junto a ella. Will le acarició la cara mirándole a los ojos y preguntándose cómo habría sido capaz de vivir hasta ese momento sin ella. En solo una semana, aquella mujer le había cautivado por completo.

Will le tomó las manos y la besó, regodeándose en el sabor de su boca. ¿Era eso lo que había estado esperando durante todo aquel tiempo?

Se tumbaron en el suelo, sobre una mullida alfombra. Will enredó las manos en su pelo, un pelo que resplandecía como el oro a la luz del fuego.

– ¿Podrías llegar a amarme, aunque sea sólo durante esta noche? -susurró.

Claire sonrió y deslizó la mano por su barbilla.

– Te amo. Sólo por esta noche.

Y cuando Will se hundió en ella y comenzó a moverse. Will dejó que fueran aquellas palabras las que lo guiaran. Aunque sólo fuera durante aquella noche. Claire lo amaba. Y lo que compartieron en aquella ocasión no fue sólo sexo, sino una conexión emocional mucho más profunda. Por primera vez en toda su vida de adulto, el vacío que sentía en su interior comenzaba a desaparecer. Claire le había cambiado para siempre, y no estaba seguro de que pudiera permitir que eso ocurriera.

Claire había estado de vacaciones en lugares preciosos pero mientras contemplaba el lago Learie, pensó que jamás había visto un lugar más hermoso.

– ¿Alguna vez llega uno a acostumbrarse a tanta belleza? Esto parece un paraíso.

– Estamos en uno de los lugares más bonitos de Irlanda -admitió Will-, pero seguro que en Chicago también hay lugares preciosos.

– Chicago es todo cemento y acero. También tenemos un lago, pero es frío y gris.

Will le tomó la mano.

– Vamos a comer. Quiero llevarte a un restaurante de Killarney. Además, compraremos algunos recuerdos.

Le tomó la mano y la condujo hasta el coche. Una vez dentro. Claire se recostó en el asiento y alargó la mano para tomar la de Will. Éste entrelazó los dedos con los suyos y se llevó su mano a los labios.

– ¿Te estás divirtiendo?

– Todo es maravilloso. ¿Cómo es posible que alguien dejara un lugar como éste?

– Hubo una época en la que no había trabajo. El país ha cambiado mucho en estos últimos diez años. Y el turismo ha llegado a convertirse en una de las industrias más importantes del país.

– No sé por qué, pero siento una conexión especial con este lugar. Es como si formara parte de mí.

– Eres irlandesa.

– Pero mi madre es noruega. Por eso tengo el pelo tan rubio.

– Me gusta tu pelo.

Continuaron hablando del paisaje mientras conducían hasta Killarney. Después de desayunar, habían dado una vuelta por la ciudad. Will le había dicho que era un lugar excesivamente turístico, pero a ella le había parecido precioso, con sus calles estrechas y las casas de todos los colores. Respondía exactamente a la imagen que se había hecho de Irlanda.

Una vez en Killarney, Will dejó el coche en el aparcamiento de una calle muy transitada y recorrieron andando las dos manzanas que les separaban del restaurante.

– Aquí sirven comida tradicional irlandesa, he pensado que te gustaría probarla.

La camarera los condujo hasta una mesa con vistas al jardín. Claire pidió un té y, cuando se lo sirvieron. Will se levantó.

– ¿Adónde vas?

– No tardaré mucho, te lo prometo.

Claire le observó cruzar el restaurante. Más de una mujer se fijó en él y Claire no pudo evitar una punzada de celos. Le resultaba difícil imaginárselo con otra mujer, pero si ella se marchaba. Will tendría que continuar viviendo y no tardaría en encontrar a alguien que la sustituyera.

Bebió un sorbo de té. ¿Sentiría Will el mismo deseo y la misma pasión que ella?

Sacudió la cabeza, intentando apartar aquellos pensamientos de su cabeza. La camarera le llevó la carta y Claire la estudió. La verdad era que habría preferido regresar a casa y comer lo que había sobrado de la noche anterior a tener que estar sentada en aquel restaurante sin poder tocarle ni besarle.

A los diez minutos. Will regresó a la mesa y colocó una cajita en frente de Claire.

– Ábrela -le dijo.

– No tenías por qué comprarme nada.

– Claro que sí. Adelante, ábrela. Y no te preocupes, no es un anillo de diamantes.

Claire abrió la caja, conmovida por aquel gesto. Will parecía tan satisfecho de sí mismo que Claire no pudo evitar echarse a reír.

– Ahora no saldrá una de esas serpientes de broma de la caja, ¿verdad?

– Claro que no. No tienes nada que temer. No es ninguna broma.

Claire desenvolvió el regalo con mucho cuidado y abrió la caja. En el interior había una cadena de oro con un colgante. Claire la lomó y la sostuvo frente a ella. El colgante tenía en el medio una piedra preciosa.

– Es precioso. Lo he visto en otras ocasiones, pero no sé lo que significa. ¿Es un símbolo religioso?

– No, es un claddagh, un anillo tradicional irlandés, y tiene un sentido más romántico. Es un corazón sostenido por un par de manos sobre una corona. El corazón representa el amor, las manos la amistad y la corona la lealtad. Así te acordarás de mí.

– ¿Crees que podría olvidarte?

– No lo sé, intento no pensar en ello.

– Han sido unos días maravillosos -dijo Claire, fijando la mirada en el colgante-. Creo que jamás volveré a tener unas vacaciones como éstas.

Will le lomó la mano a través de la mesa y comenzó a besarle las yemas de los dedos.

– Vas a marcharte, ¿verdad?

– Sí, mi vida está allí, Will. En Chicago tengo a mis amigos, a mi familia. Si me quedo, no podré encontrar trabajo. Pero eso no significa que no pueda volver de visita. O que no puedas venir tú a Chicago -sugirió.

– Sí, es una posibilidad.

– ¿Y lo harías?

Will negó con la cabeza.

– Dejar que te vayas una vez ya está siendo suficientemente difícil. No quiero pasar dos veces por lo mismo. Es como clavarle una astilla en un ojo. La primera vez puede ser un accidente, pero la segunda ya es masoquismo.

Claire se echó a reír.

– Me alegro de que podamos hablar de esto -dijo-, no quiero marcharme triste y llena de arrepentimientos -se puso la cadena alrededor del cuello-. Gracias.