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Continuaron moviéndose, consumidos todavía por el placer. Will sabía que podría estar haciendo el amor toda la noche. Jamás se saciaría de Claire. Pero lo que habían compartido había sido absolutamente perfecto y no quería estropearlo.

La abrazó por detrás, de manera que la espalda de Claire quedaba en su regazo y él apoyaba la barbilla en su hombro. Claire tomó sus manos, las colocó frente a ella y posó los labios en su palma.

Y así se quedó dormida, acurrucada contra él. Will también cerró los ojos, pero no era capaz de dormir, ni de dejar de pensar en el futuro.

¿Qué se suponía que iba a pasar después de aquello? ¿Sería capaz de sentir por otra mujer la pasión que había sentido por Claire?

Aquella noche no durmió. Permaneció despierto en la cama hasta que asomaron las primeras luces del amanecer. Cuando vio que el despertador de la mesilla marcaba las cinco de la mañana, comprendió que había llegado el momento de marcharse.

Le dio un beso a Claire en el hombro, se levantó, se vistió y, después de mirar a Claire por última vez, salió al pasillo. Una vez en el dormitorio, se cambió los vaqueros por unos pantalones de chándal, se puso una sudadera y unas playeras, salió a la calle y comenzó a correr.

El aire frío le despejaba la cabeza y llenaba sus pulmones mientras golpeaba rítmicamente el asfalto. Zancada tras zancada, iba corriendo como si de esa forma pudiera borrar hasta el último recuerdo de Claire.

Fue corriendo hasta el muelle y regresó por el pueblo. Al pasar por la tetería-panadería le detuvo la fragancia del pan recién hecho. Sí, se dijo, debería recuperar cuanto antes su antigua rutina.

Mary Kearney le sonrió al verle entrar.

– Vaya, hacía semanas que no te veía. Tengo entendido que estabas muy ocupado con esa norteamericana tan guapa.

– Eso ya se ha acabado. Vuelve a su país esta misma mañana.

Mary le metió dos bizcochos de mantequilla en una bolsa de papel y sacó un zumo de manzana del refrigerador que tenía detrás del mostrador.

– Te lo apuntaré en la cuenta.

Will se llevó su desayuno y continuó su carrera por el puerto. Había un lugar al que le gustaba ir cada mañana, un lugar desde el que se vela el ferry y los barcos de pesca saliendo al amanecer.

Para cuando vio los coches haciendo cola para subirse al ferry, el cielo comenzaba a teñirse de rosa por el este.

Will abrió la bolsa de papel y sacó uno de los bizcochos, todavía caliente. Le dio un mordisco y esperó a ver el coche rojo de Sorcha. Cuando lo distinguió, sintió que se le encogía el corazón al saber que Claire iba dentro.

Minutos después, el ferry se deslizaba por las aguas de la bahía con el coche de Sorcha a bordo. Estaba demasiado lejos como para distinguir las caras de los pasajeros, pero a Will le pareció reconocer la chaqueta de Claire.

Sonrió para sí. Seguro que estaba pensando en él. Preguntándose si estaría cometiendo un error al marcharse, preguntándose si se volverían a ver.

– Adiós, Claire -musitó-, que te vaya muy bien.

Tiró los restos del bizcocho en la hierba y comenzó a correr hacia el pueblo. Katie se encargaría de la posada. Él ni siquiera había deshecho todavía el equipaje que se había llevado a la península, así que agarraría esa misma bolsa y se marcharía en el siguiente ferry.

No podía quedarse allí. Y tampoco podía alojarse en su casa. Tenía que encontrar un lugar que no le recordara a Claire. Y cuando lo consiguiera, quizá fuera capaz de empezar a imaginar un futuro sin ella.

Capítulo 8

Claire revisó su billete y alzó la mirada hacia la pantalla que anunciaba las salidas, Eric estaba sentado a su lado, con los brazos cruzados y expresión sombría.

– Parece que acabo de atropellar a tu perro -dijo Claire.

– No tenías por qué haberme sacado de la isla como si fuera un niño mimado. Pensaba irme solo.

– No te creas, no sabes el poder que tiene Sorcha Mulroony sobre los hombres.

– Desde luego, es una mujer de lo más caliente en la cama.

– No sigas -dijo Claire, tapándose los oídos-. Sólo hace una semana que no estamos juntos. No creo que tengas derecho a decirme ese tipo de cosas.

– Lo siento -musitó Eric-, ¿pero qué me dices de ti? Tampoco tardaste mucho en correr a los brazos de Will.

– Sí, admito que quizá tú y yo no tuviéramos que estar juntos. Y que quizá hiciste bien al cortar conmigo. Seguramente nos has ahorrado mucho dolor.

– En ningún momento quise hacerte daño. Claire. Pero la situación se me estaba yendo de las manos. Cuanto más pensaba en nuestro futuro matrimonio, más sentía que estaba perdiendo el control sobre mi vida. Necesitaba tiempo para pensar. Pero no pude hacer las cosas peor. Lo siento.

– Me lo has dicho un montón de veces, así que supongo que tendré que creerte.

– ¿Y confías en mí lo suficiente como para aceptar ese trabajo de Nueva York? Sé que lo harías magníficamente. Y que formaríamos un buen equipo.

– Quiero pensar en ello. Me gustaría ver las oficinas, y quizá pasar algún tiempo en Nueva York, conocer a la gente que trabaja en la agencia.

Eric sonrió y Claire ya no pudo seguir enfadada con él. Quizá llegaran a ser buenos amigos.

– Voy a buscar algo de beber -Eric se levantó de su asiento-. No tenemos que embarcar hasta dentro de cincuenta minutos, ¿quieres algo?

– No. gracias.

Mientras veía marcharse a Eric. Claire no pudo evitar preguntarse cómo era posible que hubieran cambiado tan rápidamente sus sentimientos. Eric había dejado de ser su príncipe azul, pero seguía siendo un buen tipo.

Y, si no hubiera sido por él, nunca habría conocido a Will. Algo bueno había salido de aquellos tres años de relación. Se había descubierto a sí misma en Irlanda. Había dejado Iras ella a la persona comedida y ordenada que era en Chicago y habla descubierto a una mujer salvajemente apasionada.

– ¿Ya ha llegado la hora de embarque?

Claire alzó la mirada y descubrió estupefacta a Sorcha frente a ella. Sorcha les había dejado una hora antes en el aeropuerto, después de despedirse de Eric con un beso interminable.

– ¿Qué estás haciendo aquí?

– Eric me invitó a Nueva York y he decidido ir. Siempre he querido conocer esa ciudad.

– Pero, ¿y tu tienda? Yo pensaba que Trall era tu verdadero hogar.

– No se pueden tener aventuras si uno se queda siempre encerrado en su casa. Y la vida es una gran aventura, ¿no te parece?

– ¿Pero de verdad sabes lo que estás haciendo?

Sorcha vaciló un instante y frunció el ceño.

– Oh, no. No estaré entrometiéndome en una reconciliación, ¿verdad?

– No -respondió Claire-. Eric y yo no vamos a volver a estar juntos.

– Estupendo. En ese caso. Will y tú tenéis todavía posibilidades. Él te adora, ¿sabes? No sé muy bien cómo va a poder vivir sin ti.

Claire sonrió.

– No seas tonta, él nunca…

– Me lo ha dicho a mí. Por supuesto, no podía decírtelo a ti. Ya sabes lo tontos que pueden llegar a ser los hombres.

– ¿De verdad te ha dicho que me quería?

– El problema es que te dio a beber agua del manantial del Druida y ahora cree que ése es el motivo por el que las cosas fueron tan… intensas entre vosotros -frunció el ceño-. En realidad, nunca había creído en la magia.

– Yo también le di agua del manantial -dijo Claire-, así que estamos en paz.

Sorcha le agarró las manos a Claire y se sentó a su lado.

– Voy a serte sincera. ¿Sabes? Yo no sé de dónde viene toda esa leyenda del manantial del Druida. Personalmente, creo que es agua normal y corriente. Es probable que toda la leyenda sea una tontería. Pero incluso en el caso de que el agua te haya ayudado a dar un paso en la dirección correcta, entre vosotros hay mucho más de lo que haya podido hacer la magia.