Si Sorcha, que era druida, no creía en el poder del agua. Claire tendría que reconsiderar seriamente su opinión sobre ese asunto.
– No sé qué hacer.
Sorcha buscó en el bolso y sacó las llaves del coche.
– Yo me iré con Eric a Nueva York. Tú regresa a Trall y continúa lo que has empezado con Will. Puedes llevarle mi coche y quedarte en mi casa. Y, si no te importa, podrías abrir la tienda de vez en cuando. Si necesitas hacer alguna poción, todas las recetas están en una libreta, debajo de la caja registradora.
Claire intentó pensar en todas las razones por las que no debería regresar a la isla. Pero había dejado de ser una persona que lomaba racionalmente todas sus decisiones. En ese momento, era su corazón el que mandaba, y el corazón le decía que siguiera el consejo de Sorcha.
Así que tomó las llaves y se despidió de Sorcha con un abrazo.
– Gracias. Te prometo que cuidaré de la tienda. ¿Cuándo piensas volver?
– No lo sé. Ahora no quiero pensar en el futuro.
Claire tomó su bolsa de viaje y se la colgó al hombro.
– Despídeme de Eric.
Mientras caminaba por el aeropuerto, pensaba que Sorcha tenía razón. La vida era una aventura.
Para cuando abandonó el aeropuerto, eran casi las doce. El vuelo salía con retraso y había tenido oportunidad de recuperar su equipaje.
Localizó el coche de Sorcha en el aparcamiento, guardó el equipaje en el asiento de atrás, encendió el motor y emprendió camino hacia Trall, siguiendo las señales de la carretera.
Pero cuanto más se acercaba a la ciudad, más dudas tenía sobre la decisión que había tomado. Si regresaba a Trall, estaría comprometiéndose a un futuro con Will. Era una decisión muy importante, y a lo mejor debería darse algún tiempo hasta estar segura de que estaba preparada para tomarla.
De camino hacia Trall, Claire vio la señal de Castlemaine y recordó los días que había pasado con Will en su casa. Había pasado algo especial en aquel lugar. Habían jugado a imaginar que estaban enamorados, pero lo que había sucedido había terminado siendo mucho más real de lo que ninguno de los dos esperaba.
Para cuando Claire llegó a la zona de embarque del ferry era presa de sentimientos encontrados. Quería volver a ver a Will, pero tenía miedo. Quería decirle lo que sentía, pero no estaba segura de que los sentimientos fueran recíprocos. Y quería comenzar una nueva vida en Irlanda, pero sin Will, sería imposible.
En el momento que subió en el ferry, comprendió que aquél era un acto de fe. Y aunque nada de aquello estuviera planeado, sabía que estaba haciendo lo que debía.
Will fijó la mirada en la pantalla de su portátil y alargó la mano hacia la taza de café. Estaba fría. Se levantó, se acercó al mostrador y dejó allí su laza. El joven encargado de la máquina del café volvió a llenársela. Will había optado por Dublín a falta de otro lugar mejor al que ir. Había pensado en Suiza o en Italia, pero al final, había ido a Dublín a ver a su familia. El tiempo que pasaba con sus sobrinos le ayudaba a no pensar en Claire.
Llevaba una semana allí y revisaba constantemente los mensajes del móvil y el correo electrónico, esperando que Claire le hubiera escrito o llamado para decirle que había llegado bien a Nueva York. Pero no había recibido ninguna noticia de ella, nada que indicara que pensara si quiera en él.
Sabía que tendría que regresar a Trall. Pero continuaba albergando la esperanza de despertarse un día y conseguir pasar por lo menos una hora sin pensar en ella. A lo mejor había llegado el momento de iniciar una nueva vida. No pretendía dedicar el resto de sus días a llevar una posada. Lo de la hostelería era algo temporal a lo que dedicarse mientras intentaba averiguar lo que quería hacer durante el resto de su vida.
Y había llegado la hora de seguir adelante, pensó para sí. Su hermana y su marido habían estado hablando de regresar a la isla. En ese caso, también lo harían sus padres, y la posada quedaría en buenas manos.
Sonó su teléfono móvil. Will lo sacó rápidamente y buscó el identificador de llamadas. Cuando vio que se trataba de una llamada internacional el corazón le dio un vuelco. ¿Sería por fin una llamada de Claire?
– ¿Diga?
– Hola. Will Donovan. ¿Sabes quién soy?
Reconoció al instante la voz de Sorcha.
– Hola, Sorcha -no había hablado con ella desde que se habían marchado Eric y Claire-, ¿desde dónde me llamas?
– ¡Desde la Gran Manzana! Pero la verdad es que no entiendo por qué la llaman así.
– ¿Estás en Nueva York? ¿Qué estás haciendo allí?
– Vine con Eric la semana pasada, ¿no te lo ha dicho Claire?
– No he hablado con Claire desde que se marchó.
– ¿Pero dónde estás?
– Estoy en Dublín, vine justo después de que Claire se marchara.
Se produjo un completo silencio al otro lado de la línea.
– Will, creo que será mejor que vuelvas a Trall. Claire no vino con nosotros a Nueva York, volvió a la isla. Le dejé mi coche y las llaves de mi casa. Si no vuelves pronto, es posible que se marche.
– ¿Y por qué demonios no me has llamado? -preguntó Will mientras se levantaba y recogía sus cosas a toda velocidad.
– Creí que lo sabías. Pensé que habría ido directamente a hablar contigo.
– Dios mío, ¿estás segura de que sigue en Irlanda?
– Bueno, en Nueva York no está, aunque es posible que haya vuelto a Chicago.
– Tengo que irme.
– Por favor, dile que me llame y me diga cómo van las cosas en la tienda. He intentado ponerme en contacto con ella pero no responde a mis llamadas. ¿Se lo dirás?
– Sí, si está en Trall.
Will apagó el teléfono y cerró los ojos, intentando asimilar lo que Sorcha acababa de decirle. Claire no había vuelto a Nueva York y había muchas probabilidades de que estuviera esperándole en Trall.
Marcó el teléfono de la posada y miró el reloj. Pero si no había huéspedes, Katie no estaría allí. Dejó sonar el teléfono unos treinta segundos y colgó. Si Claire había vuelto a la isla, alguien lo sabría. ¿Annie Mulroony? ¿Dennis Fraser, quizá? Decidió llamar a Mary Kearney, porque era uno de los números que tenía en la agenda. Mary contestó a los dos timbrazos.
– Mary. Soy Will.
– Hola. Will, ¿qué tal por Dublín?
– Bien, muy bien. Mary ¿has visto a Claire O'Connor por allí?
– Claro, la he visto esta misma mañana. Ha venido a por bizcochos y café. Parece que le está costando dejar la isla.
– Mary, si la vuelves a ver, ¿podrías decirle que voy para allá?
– Por supuesto.
Will colgó el teléfono y salió de la cafetería. Podría ir a casa de sus padres a por el equipaje, pero eso le llevaría por lo menos una hora. Y tardaría otras cuatro en regresar a Fermony, más casi otra hora más en el ferry. Por supuesto, siempre podía alquilar un helicóptero, pero tenía que pensar antes de volver a verla y el viaje en coche le proporcionaría ese tiempo que necesitaba para ello.
Will se irguió y tomó aire. Sí, era una buena noticia. ¡Una noticia magnífica! Por alguna razón. Claire había decidido no marcharse. Había vuelto a Trall por algún motivo, y Will no podía evitar esperar que fuera por él, que fuera por ellos.
Para cuando llegó a Fermoy, ya era de noche. Llegó diez minutos antes de que saliera el ferry y subió inmediatamente. Reconoció a todo el mundo a bordo y le resultó extraño después del anonimato dublinés. Aun así, se alegraba de volver a su hogar y, más todavía, de regresar con Claire.
Se acercó a la cabina del ferry y saludó a Eddie Donahue.
– ¿Has llevado a Claire O'Connor a Trall esta semana?
Eddie pensó en ello un instante y asintió.
– Sí, una mujer muy guapa. Llevaba el coche de Sorcha.
– ¿Y sabes si se ha marchado de la isla?