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– Lo siento -musitó Will-. Y deberíamos haber usado preservativo.

– En eso no hemos corrido ningún riesgo. Lo que realmente hemos echado a perder ha sido lo de intentar conocernos el uno al otro.

– Muy bien -Will disimuló una sonrisa-. A partir de ahora, prometo no tocarte a menos que tú me toques a mí. ¿Trato hecho?

– Trato hecho. Pero la culpa no ha sido tuya. Lo que nos falta es tener más decisión.

Will se agachó para recuperar la blusa de Claire y se la tendió sujetándola con la yema de los dedos. Bajó después la mirada hacia su seno, el sujetador había quedado de tal manera que asomaba por fuera un rosado pezón.

– Deberías colocártelo tú. Si lo hago yo, tendría que tocarte.

Y por decididos que ambos estuvieran. Will sabía que sería imposible mantener reprimida la pasión.

– Esto podría llegar a ser muy… incómodo.

– No pienses en ello -le sugirió Claire.

– Para ti es fácil decirlo, pero yo me excito cada vez que te veo.

– Tendrás que intentar arreglártelas solo.

Y la ventad era que estando ella cerca, no tendría ningún problema para hacerlo. Le bastaba con cerrar los ojos e imaginarla desnuda para estimularse.

En cualquier caso, no creía que tuviera que aguantar mucho. Unos días, quizá, pero por Claire, merecería la pena esperar. Y si eso significaba que podría aclarar lo que sentía por él, ¿quién se iba a quejar?

Will no tenía ninguna duda en ese sentido. Sabía exactamente lo que sentía por Claire. Y cuando llegara el momento de hacerlo, se lo diría. A partir de entonces, tendrían el resto de sus vidas para explorar los deseos que apenas acababan de rozar unos minutos antes.

Sonó la campanilla de la puerta. Claire alzó la mirada de las cuentas que estaba ensartando y vio a Mary Kearney con una caja en la mano.

– Buenos días. Mary -la saludó.

– Buenos días. He oído decir que nuestro Will ha vuelto. Supongo que estarás contenta.

Claire sabía que Mary sólo estaba intentando ser amable, pero le iba a costar acostumbrarse a hablar de su vida personal con sus vecinos.

– Sí, ya ha vuelto. ¿Ya ha pasado esta mañana a por sus bizcochos?

– Sí, y me ha dicho que le trajera esto. Sabe que te gustan muchos mis bizcochos. Hay dos de mantequilla y dos de queso.

– Gracias -contestó Claire, sonriendo.

– Dale las gracias a Will. Ha sido él el que los ha pagado -dejó la caja en el mostrador-. Tu vuelta al pueblo se ha convertido en la comidilla de Trall. Todo el mundo está especulando. Aquí nos gusta mucho especular.

Claire abrió la caja, sacó un bizcocho de queso y le dio un mordisco.

– ¿Y qué dice la gente?

– Todos adoramos a Will y pensamos que nunca le habíamos visto tan contento. Pero estamos preocupados.

– ¿Porque pensáis que no pasamos suficiente tiempo juntos?

– ¡Exactamente!

– Mira, Mary, me gusta vivir aquí, y me encanta la gente de esta isla. Pero si estáis preocupándoos por nuestra relación, estáis perdiendo el tiempo.

Claire sabía exactamente lo que todos pensaban. Ella no dormía en la posada y Will tampoco lo hacía en el apartamento que Sorcha tenía encima de la tienda. Y todo el mundo lo sabía. Claire, que ni siquiera conocía a sus vecinos de Chicago, iba a tardar algún tiempo en acostumbrarse a que se entrometieran en su vida.

– ¿Te gustan mis bizcochos? -preguntó Mary.

– Sí.

– ¿Sabes? También hago tartas de boda. No lo olvides. La verdad es que no hay muchas bodas en Trall, la gente se va, se casa en cualquier otra parte y no vuelve nunca. Por eso estamos tan emocionados contigo y con Will.

– Gracias por el ofrecimiento -dijo Claire-. Todavía no hemos hablado de boda. Pero seguro que os enteraréis en cuanto lo hagamos.

– Sí, seguro -dijo Mary con una sonrisa-. Bueno, será mejor que me vaya. Cuídate. Claire. Y pásate a almorzar por la panadería algún día de esta semana.

Claire bajó la mirada hacia las cuentas y sacudió la cabeza. Por supuesto, había muchas probabilidades de que los habitantes de Trall oyeran hablar de su boda antes que ella. De momento. Will y ella habían evitado hablar de futuro. Y se daba por satisfecha con el hecho de no estar acostándose con él.

Sonrió para sí. Realmente, era un hombre maravilloso. Al principio temía que decayera la atracción entre ellos si no se acostaban. Pero la verdad era que se había intensificado. Le bastaba que Will la tocara para que evocara todo tipo de fantasías prohibidas.

La campana de la puerta volvió a sonar, y en aquella ocasión fue Annie Mulroony la que entró.

– ¡Hola, Claire!

– Hola, Annie.

– Pasaba por aquí y he querido parar para decirte que Sorcha me ha llamado está mañana. Se lo está pasando muy bien en Nueva York. Me ha pedido que te diera esta lista. Le gustaría que le enviaras algunas de sus cosas.

Claire tomó la lista y la leyó. Algunas de las cosas que le pedía eran productos de la tienda.

– Prepararé todo lo que pueda, pero con las hierbas tendrás que ayudarme.

Annie se sentó en un taburete frente al mostrador y tomó una de las cuentas que Claire estaba insertando.

– Entonces, ¿van bien las cosas entre tú y Will?

– Sí.

– Me he fijado en que no pasas las noches en la posada. Quiero que sepas que soy una profesional de la medicina, de modo que si tienes alguna pregunta que hacer o si algo te preocupa, estaría encantada de darte consejo, sobre todo en asuntos relacionados con la planificación familiar.

– En ese sentido, no tengo problemas -dijo Claire.

– Estupendo. Aunque todo el mundo en la isla está emocionado ante la posibilidad de tener un pequeño Donovan. Y déjame decirle que, si prefieres no dar a luz en la isla, el hospital de Limerick está muy bien. Y no nos sentiríamos en absoluto ofendidos.

– Lo tendré en cuenta -contestó Claire.

Las cosas estaban yendo demasiado lejos. A ese paso, la próxima persona que apareciera por la puerta iba a ofrecerse a organizar la fiesta de cumpleaños de su hijo.

– Pero me gustaría que Sorcha estuviera aquí. Habríais sido muy buenas amigas. Aunque es curioso que cada una de vosotras haya terminado con el hombre de la otra, ¿verdad? Mmm, será mejor que me vaya. Tengo pacientes a los que atender.

Cuando volvió a sonar la campanilla de la puerta. Claire ya estaba dispuesta a decirle a quienquiera que entrara que se ocupara de sus propios asuntos y le dejara en paz. Pero fue Will el que asomó la cabeza por la puerta y sonrió.

– Voy a la panadería, ¿quieres que le traiga un café o una taza de té?

– No. Mary Kearney se ha pasado por la tienda a traerme esto -le mostró la caja de bizcochos-, y a ofrecerse a hacer nuestra tarta de boda. Y Annie Mulroony pretendía darme algún consejo sobre planificación familiar.

– Lo siento, pero así funcionan las cosas en Trall. Todo el mundo dice que no le gusta cotillear, pero consideran como una especie de deber ciudadano el meterse en la vida de los demás. Y piensan que estamos teniendo problemas en la cama. Claire se echó a reír.

– Sí, por lo visto les preocupa que no estemos pasando las noches juntos.

Will rodeó el mostrador y la agarró por la cintura. La abrazó de una forma que Claire encontró sumamente provocativa. Ella se restregó contra él y él gimió.

– Si esperas que me ciña a tus normas, no es justo que me provoques.

– Lo siento -dijo Claire-, pero decidimos seguir un plan y creo que tenemos que llevarlo a cabo.

– ¿No vas a dejarme llegar a la segunda base? -preguntó Will, acariciándole la espalda-. Podría saltarme la tercera y llegar directamente la cuarta.

– No hay cuarta base.

– Yo creía que la cuarta base era el sexo.

– No, eso es un home run.

– ¿De verdad?

– Si, un home run.