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Y le gustaba dormir hasta tarde. Eran casi las diez y Will normalmente empezaba el día al amanecer. Aquella noche apenas había dormido un par de horas, pero se sentía vivo, lleno de energía.

Habían pasado la noche haciendo el amor, como si no hubiera límite para su deseo. Cada vez que se acariciaban, Will quería más. Quería disfrutar de un futuro con Claire y haría todo lo que estuviera en su mano para hacerlo posible. Su viaje a Dublín había sido una manera de escapar, pero también había estado considerando algunas oportunidades de trabajo. Aunque tenía dinero suficiente como para vivir sin trabajar, necesitaba una profesión, algo en lo que ocupar su mente para no estar pensando en Claire veinticuatro horas al día.

En cuanto a Claire, también ella necesitaba algo con lo que satisfacer sus propias ambiciones. Se había entregado a la pintura y estaba emocionada con su evolución, pero él sabía que para tener éxito en cualquier empresa, debería abandonar Trall.

Había estado pensando en todas las opciones. Estaba Dublín, si querían quedarse en Irlanda. Pero también podían trasladarse a Londres si Claire quería algo un poco más sofisticado, o a París, el centro del mundo del arte. Podían incluso volver a Estados Unidos. Will estaría encantado de vivir en Chicago siempre y cuando estuviera con Claire, o en Nueva York.

Acababa de preparar la tetera y de colocarla en la bandeja para subírsela a Claire cuando oyó el timbre de la puerta principal. Eran poco más de las diez de un lunes por la mañana. No tenía ninguna reserva, así que pensó que O'Malley pasaba por allí para darse un baño.

Will corrió al salón para abrir la puerta. Pero en vez de encontrarse al bañista más famoso de Trall, descubrió a una anciana con una maleta a los pies.

– Buenos días -la saludó.

La anciana estudio el rostro de Will con expresión inescrutable.

– Entonces es usted, ¿verdad?

– Eso depende de a lo que se refiera.

– ¿Es usted el hombre que me ha robado a mi nieta?

Will contuvo la respiración.

– Ah, se refiere a Claire. ¿Es usted Orla O'Connor?

– Sí, soy yo.

Era una mujer pequeña, con el pelo blanco y delgada. Pero tenía una mirada de acero que le hizo temblar. Era lo más parecido a un padre que Claire tenía en Irlanda y la desaprobación que reflejaba su rostro era obvia. Will no estaba muy seguro de lo que le parecería encontrar a Claire desnuda en su cama, pero sospechaba que no le haría mucha gracia.

– Ha hecho un viaje muy largo, señora O'Connor -tomó su maleta y la invitó a entrar.

– He pasado por la tienda y Claire no estaba. Debo suponer que está aquí, ¿verdad?

– Sí, está aquí, ¿quiere que vaya a llamarla?

– No, antes me gustaría hablar con usted.

– Acabo de preparar un té. ¿Por qué no viene al comedor y desayunamos? Después le enseñaré su habitación. Porque se quedará aquí algún tiempo, ¿verdad?

Orla frunció el ceño.

– Es usted encantador, eso tengo que reconocerlo.

Parecía más un insulto que un cumplido, pensó Will.

– Claire me ha hablado mucho de usted. Tenía ganas de conocerla -le señaló la mesa, le sacó una silla y corrió después a la cocina.

Una vez allí, tomó la bandeja con el desayuno de Claire y se la sirvió a su abuela.

– Hay té y tostadas. La mermelada es de frambuesas de la isla.

– ¿Se le da bien la cocina?

– Hago lo que puedo. En la posada ofrecemos desayunos y yo suelo ayudar a la cocinera.

Orla bebió un sorbo de té y miró a su alrededor.

– ¿Dónde está Claire?

– Eh, todavía está durmiendo. Ayer nos acostamos tarde. Pero si quiere, puedo despertarla.

– Supongo que estará durmiendo en su cama.

Will se aclaró la garganta.

– Sí, supone usted correctamente.

– No puedo asegurar que yo fuera capaz de resistirme a los encantos de un hombre como usted si tuviera menos años.

– Pocos menos -bromeó Will.

Aquello le valió una sonrisa. Will disfrutó de su pequeña victoria. Y era un placer ver de dónde había sacado Claire su belleza y su franqueza. Su abuela y ella estaban cortadas por el mismo patrón.

– Además, conozco los efectos del agua de esta isla. Así fue como conseguí que mi marido se casara conmigo.

– Interesante.

– Déjeme aclarar una cosa -continuó Orla-. ¿Cuáles son sus intenciones, señor Donovan?

Will pensó un momento en la pregunta y después decidió contestar sinceramente.

– Pretendo casarme con su nieta en cuanto ella esté dispuesta. Pero después de lo que pasó con Eric, creo que necesitará algún tiempo y quiero darle todo el tiempo que necesite. Y cuando nos casemos, espero formar una familia y hacer feliz a su nieta durante el resto de su vida.

– ¿Y dónde vivirán?

– Donde Claire quiera.

Orla asintió en silencio.

– Parece que tiene todas las respuestas a mis preguntas.

– Eso es bueno, ¿verdad?

La anciana sonrió, en aquella ocasión con más cariño.

– Eso es muy bueno. Ahora, me gustaría refrescarme un poco antes de ver a mi nieta. Quiero que me dé la mejor habitación y después despierte a Claire para decirle que tiene una visita.

– Estará encantada de verla.

– Por supuesto, soy su abuela favorita.

Will instaló a Orla en la primera habitación que había ocupado Claire. Antes de marcharse, encendió la chimenea.

– Espero que esté cómoda.

– Esta habitación me trae viejos recuerdos -dijo Orla con una sonrisa melancólica-. Me parece que fue ayer cuando me trajo el barco. Yo era muy joven entonces. Tenía toda la vida por delante -se sentó en el borde de la cama-. Y pensaba que íbamos a pasar toda la vida juntos.

Will vio las lágrimas que asomaban a sus ojos, se sentó a su lado y le tomó la mano.

– Perdí a mi marido hace cinco años. E, incluso después de haber pasado cuarenta y cinco años con él, siento que no fue suficiente -se volvió hacia Will-. No pierda ni un solo día. Porque el tiempo nunca se recupera.

– Así que el agua funcionó.

– A veces las relaciones necesitan un poco de magia, señor Donovan. Real o imaginada, eso no importa. Cuando estamos enamorados somos capaces de aferramos a cualquier cosa para creer que es para siempre.

Will se inclinó hacia delante y le dio un beso en la mejilla. Sospechaba que el abuelo de Claire no había tenido elección en cuanto Orla había puesto los ojos en él. Y deseó que Claire estuviera tan segura de sus sentimientos como su abuela.

Dejó a Orla deshaciendo el equipaje y corrió a buscar a Claire. Cuando llegó al dormitorio, la encontró dormida. Se tumbó a su lado y la besó, pero no se despertaba, así que terminó sacudiéndola ligeramente.

Claire gimió.

– Vete, todavía es muy pronto.

– Dijiste que querías hablar. Ya es por la mañana, así que he pensado que podríamos hacerlo ahora.

Claire abrió los ojos y le miró con recelo.

– ¿Quieres que hablemos?

– Sé lo mucho que te gusta tu trabajo y en realidad, no hay nada que me ate a esta isla. Mi hermana y su marido quieren hacerse cargo de la posada, así que he estado pensando que quizá queramos cambiar de residencia. En el caso de que yo quiera trabajar, puedo hacerlo en cualquier parte, así que…

– Espera -dijo Claire, apartándose el pelo de los ojos-. ¿A qué huele?

Will parpadeó.

– Yo no huelo a nada.

– Pues yo sí -olfateó-. ¿De verdad no lo hueles? Porque a mí esto me huele… a un plan.

Will soltó una carcajada.

– Sí, supongo que tienes razón. Lo siento, no sé qué me ha pasado. Supongo que habrá sido la falta de sueño.

Claire alargó la mano y le acarició la mejilla.

– Ya veremos a dónde nos lleva la vida -le dijo-. Ahora mismo estoy feliz aquí, contigo. Si surge algo más interesante, ya hablaremos entonces. No quiero que ningún plan arruine nuestra vida en común.