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Quizá Claire sólo se quedara una noche. O a lo mejor su novio o su prometido iba a reunirse al día siguiente con ella. Además, no creía que Sorcha Mulroony tuviera ni un ápice de poder. De modo que se limitaría a ser educado y hospitalario con Claire O'Connor. Y nada más.

El agua de la bañera se había quedado tibia para cuando Claire salió. Se envolvió en una toalla de algodón y entró en el dormitorio. Le habían dejado las maletas al lado de la puerta y, por un instante, se preguntó cómo habría entrado Will Donovan en su habitación sin que ella se diera cuenta.

Reprodujo mentalmente la imagen de aquel hombre y recordó cómo había reaccionado al mirarlo a los ojos. Por supuesto, había hombres atractivos en todo el planeta, pero, de alguna manera, el destino parecía haber bendecido la isla de Trall con un ejemplar particularmente notable. ¿Pero qué hacía uno de los solteros más codiciados de Irlanda viviendo allí?

Sonrió mientras se sentaba en el borde de la cama, envuelta en la toalla. En su trabajo, había estudiado miles de fotografías de hombres intentando averiguar qué era lo que hacía que un hombre apenas resultara atractivo y otro fuera devastadoramente sexy.

Will pertenecía a la última categoría. Sus facciones estaban perfectamente equilibradas. No. no era un hombre guapo, era un hombre maravilloso. Y no solamente por la nariz recta, la boca expresiva o aquellos ojos que eran una curiosa mezcla de verde y dorado. Era también su manera de vestir, aquel aspecto ligeramente desaliñado que hacía que no pareciera consciente del efecto que tenía en las mujeres.

No se había afeitado desde hacía dos o tres días y, en lo referente a peinarse, parecía preferir sus propias manos a un buen peine.

Claire sacó un frasco de loción hidratante de la maleta y apoyó el pie en el borde de la cama para empezar a aplicarse el producto en las piernas. Si se hubiera tratado de cualquier otro hombre, ni siquiera habría pensado en él. Al fin y al cabo, hacía sólo un día que su relación con Eric había terminado. Y ella había volado hasta allí para intentar salvar aquella relación.

Estaba en un país extranjero y, por supuesto, eso favorecía el que encontrara interesante a un tipo como Will Donovan. Quizá incluso un poco exótico. Aquel acento, el sonido de su nombre en los labios, la forma en la que había fijado la mirada en su boca y en sus ojos… Pero desear a otro hombre en aquel momento sería una pérdida de tiempo. Había ido hasta allí para salvar su relación con Eric. Al fin y al cabo. Eric y ella estaban hechos el uno para el otro.

Claire lo había sabido desde el primer momento. Durante toda su vida, había estado esperando que llegara el hombre perfecto. Incluso había hecho una lista de todos los atributos que debería encontrar en un hombre, y Eric cumplía hasta el último requisito.

La planificación y las listas detalladas habían sido una de las especialidades de Claire desde que era adolescente. Probablemente, cualquier psicólogo le diría que aquélla había sido su manera de enfrentarse a su caótica infancia. Habla crecido en una casa diminuta con cinco hermanos mayores y unos padres que apenas controlaban a los chicos.

De modo que Claire buscaba refugio muchas veces en casa de su abuela, en la que todo estaba limpio y ordenado. Una casa en la que era posible hablar de asuntos importantes, como los planes que tenía para su vida. Su abuela la había animado a escribir un diario.

– Sólo cuando las escribes, las cosas se hacen realidad -le había dicho su abuela.

Más adelante, a medida que hablan ido realizándose cada uno de sus sueños. Claire había ido poniéndoles una marca en el diario, indicando que ya estaban cumplidos.

Dejó el frasco de loción en la cama y se puso a deshacer el equipaje. Encontró las píldoras anticonceptivas en el bolsillo de unos pantalones y se metió una en la boca. Eric y ella volverían a estar juntos. No podía perder la fe en ello.

Al pasar por los ventanales de una de las paredes, la corriente la hizo estremecerse. Tomó una cerilla de la repisa de la chimenea y prendió el papel arrugado que habían dejado preparado bajo los troncos. El calor del fuego comenzó a caldear su piel y un intenso olor a madera quemada se extendió en el aire. Pero, al mismo tiempo, la habitación comenzó a llenarse de humo. Claire comprendió que no había abierto el tiro de la chimenea y buscó rápidamente un tirador o una palanca.

No encontró nada en la parte exterior de la chimenea y era imposible verla por dentro por culpa del humo. Corrió a la ventana, la abrió y se quitó la toalla en la que estaba envuelta para comenzar a ventilar la habitación.

Pero continuaba saliendo humo de la chimenea, así que comenzó a golpear el fuego con la toalla húmeda. Y ya casi había conseguido apagarlo cuando se activó la alarma.

Un segundo después, Will Donovan entraba en la habitación con un extintor en la mano. Claire soltó un grito mientras intentaba ocultar su cuerpo desnudo detrás de la toalla achicharrada.

– ¿Qué demonios está pasando aquí? -con tres grandes zancadas, Will se acercó hasta la chimenea y apagó los restos del fuego con el extintor. Se volvió preocupado hacia ella-. ¿Está usted bien?

– Sí -contestó Claire-. Pero… ¿cómo se les ha ocurrido dejar la chimenea preparada sin abrir el tiro?

Will la miró fijamente, y comenzó a deslizar la mirada por su cuerpo. Claire apretó la toalla con fuerza contra su pecho.

– ¿Cómo se le ocurre a alguien encender una chimenea sin comprobar antes si estaba el tiro abierto?

– Hacía… mucho frío -replicó ella.

– La ventana está abierta.

Cruzó la habitación y la cerró. Claire fue correteando hasta la pared más cercana para apoyarse contra ella. Will agarró la colcha de la cama y se la tendió. Vacilante. Claire dio un paso al frente. Will la cubrió con la colcha.

– Supongo que tendré que darle otra habitación -musitó mientras le frotaba delicadamente los brazos-. No puede dormir aquí.

– Lo siento -contestó ella, arriesgándose a mirarle.

Las lágrimas de frustración que habían comenzado a acumularse en sus ojos amenazaban con desbordarse. Estaba cansada, tenía frío, su vida se había convertido en un auténtico desastre y lo único que de verdad le apetecía era arrastrarse hasta la cama y pasarse dos días llorando.

Will bajó la mirada y sus ojos se encontraron. Claire abrió la boca para hablar, para disculparse por su estado emocional, pero de pronto, era incapaz de recordar lo que pretendía decir. Se oyó tomar aire mientras la mirada de Will descendía hasta sus labios. Supo lo que estaba a punto de pasar y, sencillamente, se limitó a esperar.

– ¿Está segura de que está bien? -preguntó Will, inclinándose hacia ella.

A Claire comenzó a latirle violentamente el corazón. Cerró los ojos, intentando mantener la compostura. Pero Will interpretó su reacción como un gesto de aliento y, casi inmediatamente, cubrió sus labios. No fue el típico primer beso, torpe y un poco vacilante, sino que la besó como si llevara años haciéndolo. Se apoderó de su boca como si siempre le hubiera pertenecido, acariciándole la lengua con la suya e invitándola a responder.

El beso pareció prolongarse durante una eternidad. Iba haciéndose más apasionado y más profundo a medida que continuaba. Claire no podía recordar la última vez que la habían besado de aquella manera, con tan temerario abandono y desinhibida intensidad. Sintió sus manos deslizándose por sus hombros y caderas y gimió mientras presionaba las caderas contra él. Will enmarcó su rostro con las manos. Ella no quería que aquello terminara, no quería que el placer que brotaba de lo más profundo de su cuerpo se detuviera, pero, al mismo tiempo, sabía que besar a un desconocido llevando solamente una colcha encima era un error.

Cuando por fin se apartó, tragó saliva, tomó aire y abrió los ojos. Descubrió a Will mirándola fijamente, con expresión de absoluta perplejidad.