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– Dios mío -musitó. Retrocedió y se pasó la mano por el pelo-. Qué demonios…

Claire tragó saliva y sujetó con fuerza la colcha contra ella.

– ¿Por… por qué ha hecho eso?

– No lo sé -contestó-. Sólo… -maldijo suavemente-. No lo sé. ¿No quería que lo hiciera? Porque tenía la sensación de que sí. ¿O acaso me he equivocado?

– No -respondió Claire-. Quiero decir, sí. Solamente me ha sorprendido, eso es todo. No… no me lo esperaba.

– ¿Pero le ha gustado? Por favor, dígame si le ha gustado.

Claire pensó durante unos segundos la respuesta. ¿Debería decirle la verdad?

– Sí -dijo por fin.

– Estupendo -una sonrisa curvó sus labios-. Supongo que tendré que dejar que se vista -miró a su alrededor-. No va a volver a encender ningún fuego, ¿verdad, señorita O'Connor?

Claire negó con la cabeza.

– No, ahora no. Y no me llame señorita O'Connor. Porque teniendo en cuenta que acaba de… bueno, ya sabe. Llámame Claire -le tuteó.

– De acuerdo. Bueno, deja el fuego para más tarde. Claire -le dijo y asintió-. Si tienes hambre, tengo preparada la cena. Y después te daré otra habitación. Más caliente -arrugó la nariz-. Y que no huela a humo.

– Gracias -contestó Claire.

Will retrocedió, pero antes alargó la mano para retirarle un mechón de pelo de los ojos. Cuando la puerta se cerró tras él. Claire se dejó caer en la cama. La habitación continuaba oliendo a humo y, por un instante, se preguntó si lo que había pasado no habría sido una mala pasada de su fantasía.

Se llevó la mano a los labios y los encontró húmedos. ¿Cómo se suponía que tenía que reaccionar ante aquel inquietante giro de los acontecimientos? No se sentía indignada ni ofendida. Y tampoco culpable o avergonzada. La verdad era que había experimentado una sensación muy agradable, una sensación que llevaba mucho tiempo sin experimentar.

Definitivamente, había una fuerte atracción entre ellos. ¿Pero qué mujer no se sentiría atraída por un hombre como él? Will Donovan era innegablemente atractivo. Y muy distinto de… bueno, de Eric.

Su relación con Eric no había sido del todo perfecta. La verdad era que últimamente era una relación bastante rutinaria. Hacía meses que no se le aceleraba el corazón al verle, hacía meses que no la besaba con aquella pasión. Y de pronto, un irlandés desconocido conseguía las dos cosas en sólo unos minutos.

Además, había ciertas cosas de Eric que habían comenzado a fastidiarle. Como su vanidad, por ejemplo. O su egoísmo. No podía recordar la última vez que había hecho el amor con él y había quedado completamente satisfecha. Probablemente. Will Donovan era la clase de hombre que dejaba a las mujeres satisfechas y exhaustas.

Claire se levantó de la cama y buscó en la maleta algo bonito que ponerse. No había anticipado ninguna experiencia de aquel tipo en aquel viaje, de modo que sólo se había llevado pantalones, camisetas y jerséis. Se decidió al final por un par de pantalones negros y una blusa blanca casi transparente. Para añadir un toque de interés, se puso un sujetador negro debajo. Sacó el secador y se metió en el baño para prepararse.

Media hora después, se miraba con ojo crítico en el espejo y suspiraba ante la imagen que éste le devolvía. ¿Qué demonios estaba esperando? ¡Aquello era una locura! ¿Pretendía seducir a ese hombre durante la cena? Agarró un pañuelo, se limpió el lápiz de labios y se recogió el pelo con un pañuelo de seda.

– Estás enamorada de Eric -se recordó-. Y él todavía te quiere, aunque no lo sepa.

La posada estaba en completo silencio mientras bajaba las escaleras. El fuego crepitaba en la chimenea del salón, que cruzó buscando el comedor. Pero cuando lo encontró, lo descubrió vacío y a oscuras.

– He pensado que podríamos comer en la cocina. Hace más calor que aquí.

Claire alzó la mirada y descubrió una silueta en sombras en el marco de la puerta. El corazón se le aceleró en el pecho y maldijo para sí por aquella reacción. Muy bien, reconoció, definitivamente, había chispa entre ellos. Pero eso no quería decir que hubiera que provocar un incendio.

– Por supuesto. Y gracias.

– ¿Gracias por qué?

– Por haberme invitado a cenar.

– Todavía no has probado mi comida -contestó él riendo.

A diferencia del resto de la casa, la cocina era una habitación luminosa y moderna, con encimeras de granito y electrodomésticos de acero. Pero una antigua chimenea de piedra albergaba un fuego resplandeciente alimentado con turba. Claire se acercó hasta la chimenea y extendió las manos.

– ¿Por qué hace tanto frío aquí? Los inviernos de Chicago son terribles, pero nunca he pasado tanto frío.

– Vivimos rodeados de mar. Es la humedad -le explicó Will. Sacó un taburete de debajo de la mesa que ocupaba el centro de la cocina e hizo un gesto con la cabeza-. Siéntate.

Claire se sentó en el taburete y miró a Will, que comenzó a moverse por la cocina. Se alegró de ver que se había limitado a preparar unos sándwiches.

– ¿Siempre cocinas para los huéspedes? -le preguntó.

Will negó con la cabeza.

– Nunca. Guando tenemos huéspedes, Kalie Kelly se encarga de preparar los desayunos. No servimos más comidas.

Claire apoyó la barbilla en la mano.

– ¿Entonces por qué lo estás haciendo ahora?

Will alzó la mirada hacia ella y le dirigió una sonrisa devastadora.

– Después de todo lo que has pasado hoy, imaginaba que lo necesitabas. Y la única alternativa que tenías era ir al Jolly Farmer, un pub ruidoso, cargado de humo y lleno de tipos que no han visto a una mujer tan guapa como tú desde hace años.

Claire se sonrojó intensamente. Estaba tan poco acostumbrada a los cumplidos, que no supo cómo tomarse aquél.

– ¿Qué te ha traído por aquí? -le preguntó Will.

Claire vaciló un instante. No quería decirle la verdad.

– Una historia familiar -le respondió rápidamente-. Mi abuela, Orla O'Connor, vino a la isla hace muchos años. Me habló de ella y decidí venir a conocerla.

– En realidad, no hay mucho que ver -contestó Will-. Hay algunas tiendas en el pueblo y un círculo de piedras en el oeste de la isla. Pero la mayor parte de la gente viene por el manantial del Druida.

– Sí, mi abuela también me habló de él -alzó la mirada y le descubrió mirándola fijamente.

– Más allá del círculo de piedras, es lo único que le da alguna fama a Trall.

– Tenía entendido que también tú eras famoso. Por lo menos eso es lo que me dijo el capitán Billy.

– Eso son tonterías -replicó Will-. En cuanto a lo de manantial, es una leyenda estúpida que trae turistas a la isla. Por eso nadie la discute.

– Pero todo el mundo la conoce.

– Supongo que sí -dijo Will-. Todo el mundo saca algún beneficio de ella. No somos muchos habitantes en la isla, así que agradecemos las visitas. Ahora mismo sólo viven aquí unas quinientas personas. Somos como una gran familia. Una familia un tanto disfuncional, pero familia al fin y al cabo -le tendió un plato con un sándwich y una taza de sopa-. ¿Te gusta la cerveza? También tengo vino, o agua.

– Prefiero una cerveza -contestó Claire.

Will abrió una botella y se la colocó delante, después abrió otra, y bebió un largo trago. Tenía unas manos bonitas. Claire siempre había pensado que las manos aportaban mucha información sobre un hombre. Tenía los dedos largos, la clase de dedos capaces de acariciar a una mujer, de danzar sobre su cuerpo hasta hacerle…

– ¿Has dicho que eras de Chicago?

Claire tragó saliva.

– Eh… sí.

– La ciudad del viento.

– Exacto. ¿Has estado alguna vez en Chicago?

– Sí -contestó Will-. Y me acuerdo del lago. Un lago enorme. Tan grande, que no se podía ver el otro lado ni siquiera desde lo alto de un edificio.

– Sí, es el lago Michigan -dijo Claire antes de darle un mordisco a su sándwich-. ¿Y qué hacías tú en Chicago?