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Solté el lápiz como si quemara y suspiré aliviado.

– Vale.

El segundo día tampoco avancé mucho. A media tarde se puso a llover y vimos a los Chacón en la calle recoger apresuradamente su tenderete y meterse corriendo en el jardín para refugiarse bajo el sauce. Susana los llamó y entraron por la pequeña puerta de un extremo de la galería, Finito traía los bolsillos rebosantes de eucaliptos y con sus manos roñosas los echó a la olla, después sacó un trozo de peine y lo pasó varias veces por su pelo amazacotado y grasiento, negrísimo. Susana lo mandó junto con su hermano al cuarto de baño a lavarse las manos y cuando volvieron propuso unas partidas de parchís y nos sentamos los tres en la cama. Yo daba la espalda a la mesilla de noche y al retrato del Kim y sentía en la nuca sus ojos penetrantes. Mareaba mi dado con el cubilete buscando la suerte y movía astutamente mis fichas amarillas, pero no pude evitar que los hermanos Chacón me las mataran una tras otra varias veces, y tampoco pude quitarme de la cabeza en toda la tarde al legendario pistolero ni el sombrío fulgor de su mirada clavada en mi nuca.

5

Cuando murió la madre de Nandu Forcat se dijo que él vendría al entierro y el vecindario esperaba verle, pero no vino. La hija soltera que había cuidado a la vieja se fue a vivir a la Barceloneta con su hermana casada y vendió el piso de la plaza Rovira, así que lo más seguro era que el amigo del Kim no se dejara ver nunca más por el barrio.

Yo seguía dedicando las mañanas al capitán Blay en su infatigable deambular por las calles de Gracia, Perla, Bruniquer, Montmany, Joan Blanques y Escorial subiendo, pulsando timbres y solicitando firmas, recalando aquí y allá en umbrías bodeguitas de oloroso mostrador frecuentadas por solitarios bebedores, mientras mi curiosidad por todo lo referente al padre de Susana crecía: ¿Al Kim ya lo buscaban por rojo cuando se juntó con la señora Anita, capitán? ¿Es verdad que no están casados por la Iglesia? ¿Es cierto eso que dicen de la señora Anita, que trabajaba en un baile-taxi llamado Shanghai, y que el Kim la conoció allí? ¿Y eso que también dicen de ella, que antes había sido una pobre criada y luego bailarina en una revista del Paralelo, en la que salía desnuda…?

El capitán dijo que sí, cáspita, bueno, que la cosa tenía sus bemoles y que no era como para contarlo todo así de golpe a un mocoso de catorce años sin oficio ni beneficio, y que en casos como éste lo principal es no olvidar nunca que las mujeres de ojos azules mienten como respiran, eso estaba más que comprobado; y que la única verdad verdadera en la vida del Kim es que había sido un señorito de mucho cuidado, un tipo con clase y educación esmerada, el primogénito de una familia riquísima de Sabadell, fabricantes de tejidos.

– Un señorito libertario, eso es lo que era y lo que es, si es que todavía es lo que fue, o quiso llegar a ser, que sobre este particular la Conxa y yo tampoco nos ponemos nunca de acuerdo. -El capitán se paró ante unos chavales que jugaban a la pelota en la calle Legalidad-. ¡Eh, vosotros, no os acerquéis demasiado a esta cloaca, que está acumulando gases! ¡Lo digo muy en serio, puñeteros! ¡La filtración ha llegado a este nido de ratas y su inhalación afecta al crecimiento de los huesos! ¡Y no se os ocurra echar un petardo dentro…!

– ¡Anda ya, Hombre Invisible, desnúdate! -gritó uno de los chicos, y todos rodearon al capitán y corearon -: ¡Que se desnuuuude, que se desnuuude!

– ¡Muy bien, por mí ya os podéis asfixiar! -El capitán se abrió paso soltando manotazos. Un poco más adelante meneó la cabeza tristemente y dijo-: De todos modos ya tienen la mierda dentro, ya no crecerán más.

Volví a la carga con mis preguntas sobre el padre de Susana. Por alguna razón, el capitán estaba de uñas con él, aunque no ponía en duda su coraje ni su leyenda, su muy singular condición de héroe clandestino, y recordó que mucho antes de que se le conociera como el Kim, cuando todo el mundo aquí y en Sabadell aún le llamaba Joaquim Franch i Casablancas, ya era un hombre de acción, ideas avanzadas y temperamento indómito, deseoso de labrar su propio destino: con la carrera de ingeniero textil casi terminada, se enamora perdidamente de la criadita de la casa y se escapa a Barcelona con ella, y entonces su padre va y lo deshereda, o más bien él mismo; nunca volverá a ver a la familia. Anita, la madre de Susana, tiene por aquel entonces veintiún años, había venido de un pueblo de Almería para servir en una casa de señores siguiendo los pasos de una prima suya, que después acabaría de corista en el Paralelo. Estamos en los primeros años treinta y se pasan apuros, chaval, el Kim trabaja en lo que puede y desempeña diversos oficios, menos el suyo: fue vendedor de molinillos de café y de navajas de afeitar, gerente de un gimnasio, agente de artistas de varietés, policía secreta de la Generalitat y finalmente representante de una marca alemana de proyectores para cabinas de cine, actividad ésta que le permitió viajar por toda España y le dio mucho dinero.

– Pero todo acabaría como el rosario de la aurora -añadió el capitán cuando ya remontábamos la calle Cerdeña, cerca de casa-. Porque apenas terminaba de instalarse aquí en la torre con su mujer y su hija, que debía tener entonces tres años, cuando estalla el gran merdé y tuturut, todos corriendo a coger el fusil…

Y a partir de ahí qué te voy a contar, chaval, concluyó subiendo lentamente la oscura y angosta escalera de pringosa barandilla, yo tras él sin perder palabra de lo que gruñía y gemía más que decía: pues que entonces reanuda su amistad con Nandu Forcat y su camarilla de soñadores de paraísos, en el frente de Aragón primero y después aquí en Barcelona, y que esa amistad lo decanta rápidamente hacia la utopía ácrata, hacia ese ideal libertario que había de cambiar el mundo y su propia vida, la de su amada Anita y la de esta desdichada niña tísica.

La Betibú abrió la puerta y un estimulante aroma a cocido de lentejas con tocino nos recibió en el corredor.

– A la mesa -ordenó el capitán frotándose las manos. Y bajo la mirada resabiada y paciente de su mujer se quitó el vendaje y la gabardina y luego se lavó las manos, y cuando se sentó a la mesa mostrando su espectral rostro desnudo, afilado y un poco demoníaco con la barbita canosa y las cejas hirsutas, con los ojos de lagarto extraviado y su trémula mano tanteando la cuchara sobre el mantel, tenía el aspecto de un decrépito y domesticado-Buffalo Bill, ya sin lustrosa cabellera de plata, sin Winchester ni puntería, pero dispuesto todavía a dar mucha guerra.

6

– ¿Te gusta el cine? -me preguntó Susana mientras se entretenía ordenando sus recortes de periódicos. Y sin esperar mi respuesta añadió-: Yo hace tanto tiempo que no voy. A veces veo películas en sueños. Una noche vi la luz de un proyector en medio de una pesadilla, brotando en la oscuridad, y me desperté al darme cuenta que era uno de los proyectores de mi padre:… ¿Sabías que los proyectores Erneman de todos los cines de Barcelona y de muchas ciudades de España son de mi padre? Él los instaló.

– ¿En todos los cines? Ya será menos.

– Bueno, en casi todos. -Reflexionó un rato e insistió -: Sí, sí, en todos los cines de España, claro que sí. ¿Por qué no, si su proyector era muy bueno y el más moderno, el mejor de todos?

Tenía Susana una disposición natural a la ensoñación, a convocar lo deseable y lo hermoso y lo conveniente. Lo mismo que al extender y ordenar alrededor suyo en la cama su colección de anuncios de películas y de programas de mano que su madre le traía cada semana del cine Mundial, y en los que Susana a veces recortaba las caras y las figuras para pegarlas y emparejarlas caprichosamente en películas que no les correspondían, sólo porque a ella le habría gustado o le divertía ver juntos -había reunido a la hermosa Scherezade y a Quasimodo en Cumbres borrascosas, había dejado al tenebroso Heathcliff al borde de una piscina con Esther Williams en bañador, a Sabú volando en su alfombra mágica sobre Bagdad en compañía de Charlot y del ama de llaves de Rebeca, y a Tarzán colgado en lo alto de una torre de Notre Dame junto con Esmeralda la zíngara y la mona Chita-, igualmente suscitaba en torno suyo expectativas risueñas o augurios de tristeza mediante leves correctivos a la realidad, trastocando imágenes y recuerdos. Y entre ese revoltijo de recuerdos estaba el de su padre la última vez que vino a verla cruzando la frontera clandestinamente, hacía casi dos años, al poco de caer ella enferma.

– Llegó de madrugada, entró aquí sin encender la luz y se agachó a mi lado. Acababa de hablar con mamá y casi lloraba… No sabía que yo estaba tan enferma. Me vio tan débil que me dio un largo beso en la frente y me dijo que aún no podía llevarme con él. Bueno, si no me lo dijo directamente con palabras, me lo dio a entender… -Susana vaciló como si le fallara la memoria, luego prosiguió-: Sus labios de hielo no se apartaban de mi frente que ardía, Dani, aún los siento algunas noches cuando me pongo a pensar y a pensar sin poder dormir… Vendré a buscarte en primavera, me dijo al oído. Su cazadora de cuero olía a lluvia y creo que llevaba una boina, no pude verle muy bien. Entonces se oyó un golpe en el jardín y se agachó un poco más a mi lado, se giró con la mano en el cinturón tanteando algo y en ese momento alcancé a ver su cara angustiada, pero no los rasgos, sé que es guapo por las fotos y porque me lo ha dicho mamá… Cuando se incorporó no vi ninguna pistola en su mano, y tampoco la llevaba metida entre el cinturón y la camisa. El ruido no era nada, no era nadie, tal vez un gato en el jardín o una maceta de geranios volcada por el viento. Y volvió a besarme, cogió mi mano y estuvo a mi lado hasta que le hice creer que me dormía, porque ya me daba pena -suspiró y de nuevo estuvo un rato callada, enfurruñada, y con la lengua se humedeció el labio superior, que lo tenía seco y como hinchado-. Y luego se fue otra vez, pero me dejó escrita una cosa que decía, me lo sé de memoria, decía: dulce paloma dormida, nunca le tengas miedo a la noche porque la noche es mi cómplice y vendré a buscarte con ella… Eso decía, y me lo dejó escrito en un papel.