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Le di los diez dólares y la dejamos allí, en la mesa.

– ¿Qué significa esto? -inquirió Summer.

– Todo -repuse.

– ¿Cómo lo sabías?

Me encogí de hombros. Volvíamos a estar en la habitación de Kramer, doblando ropa, haciendo el equipaje, preparándonos para salir por última vez a la carretera.

– Lo entendí mal -le dije-. Creo que empecé a darme cuenta en París, cuando esperábamos a Joe en el aeropuerto. Aquella multitud. Todos observaban a los que salían, por un lado a punto de saludarles y por el otro a punto de ignorarles. Según. Así fue en el bar de striptease aquella noche. Entré. Soy grandote, o sea que me vieron. Hubo curiosidad por un segundo, pero no me conocían y no les gustaba un PM, así que apartaron la mirada y me dejaron de lado. De manera muy sutil, todo mediante lenguaje corporal. Menos Carbone. Él no me dejó de lado. Se volvió hacia mí. Creí que era simplemente algo fortuito, pero me equivocaba. Creí que yo lo estaba escogiendo a él, pero él me estaba escogiendo a mí por igual.

– Tuvo que ser casualidad. Él no te conocía.

– No me conocía a mí, pero reconoció los distintivos de la PM.

– Entonces ¿por qué se volvió hacia ti?

– Fue como una reacción tardía, una especie de vacilación. Él estaba volviendo la cara pero cambió de opinión. Quería que yo fuera hacia él.

– ¿Por qué?

– Porque quería saber qué hacía yo allí.

– ¿Se lo dijiste?

– Pensándolo bien, sí. No con detalle. Yo sólo quería que los tíos no se preocuparan, que él les dijera que mi presencia allí no tenía relación con ellos; se había perdido un objeto al otro lado de la calle y quizá lo tenía una de las prostitutas. Era un tipo muy perspicaz. Muy agudo. Me pescó y me hizo hablar.

– ¿Y por qué iba a tener interés en ello?

– Una vez le dije algo a Willard. Le dije que pasan cosas para que otras acaben en un callejón sin salida. Carbone quería que mis investigaciones acabaran en un callejón sin salida. Ese era su propósito. Así que pensó deprisa. Y con tino. En Delta no hay estúpidos, desde luego. Entró y pegó a la chica, para que cerrara el pico en caso de que supiera algo. Y luego salió y me hizo creer que había sido el dueño. Ni siquiera mintió al respecto, sólo dejó que yo lo presumiera. Me dio cuerda como a un juguete mecánico y me orientó en la dirección que él quería. Y allá fui. Le di un bofetón al dueño en la oreja y luego los dos peleamos en el aparcamiento. Y allí estaba Carbone, mirando. Me vio darle una paliza al tío tal como él se imaginaba y luego presentó la denuncia. Provocó el principio y el final. Tenía controlados ambos extremos. Acalló a la chica y pensó que a mí me sacarían de escena aplicando el reglamento disciplinario. Era un tipo muy listo, Summer. Ojalá lo hubiera conocido antes.

– ¿Por qué quería que terminaras en un callejón sin salida? ¿Qué motivo tenía?

– No quería que yo encontrara al que cogió el maletín.

– ¿Por qué?

Me senté en la cama.

– ¿Por qué no encontramos a la mujer que estuvo aquí con Kramer?

– No lo sé.

– Porque nunca hubo ninguna mujer -dije-. Aquí Kramer estuvo con Carbone.

Summer se quedó mirándome.

– Kramer también era gay -añadí-. Él y Carbone estuvieron follando.

– Carbone cogió el maletín de esta misma habitación -proseguí-. Tenía que mantener la relación en secreto. Tal como pensamos de la mujer fantasma, quizá le preocupaba que dentro hubiera algo personal. O tal vez Kramer había estado fanfarroneando sobre la reunión de Fort Irwin. Hablando de cómo los Blindados iban a defender lo suyo. O sea que a lo mejor Carbone tuvo curiosidad. O incluso interés. Había estado dieciséis años en Infantería. Y era el típico tío delta, con una férrea lealtad a su unidad. Quizá más lealtad a su unidad que a su amante.

– Me cuesta creerlo -dijo Summer.

– Inténtalo. Todo encaja. Más o menos Andrea Norton ya nos lo dijo. Creo que ella sabía lo de Kramer, no sé si de manera consciente. La acusamos y ella no se enfadó, ¿recuerdas? Parecía más bien que aquello le hacía gracia. O que la desconcertaba, quizás. Era psicóloga sexual, había conocido al tío, tal vez desde el punto de vista profesional había captado alguna vibración. O desde el personal la ausencia de vibración alguna. Así, mentalmente la habíamos metido en la cama con Kramer y ella no podía asimilarlo. De modo que no se enfadó; la cosa simplemente no cuadraba. Y sabemos que el matrimonio de Kramer era una farsa. No había hijos y él llevaba cinco años sin vivir en su casa. El detective Clark no entendía por qué Kramer no se había divorciado. En una ocasión me preguntó si el divorcio era un impedimento para un general. Le contesté que no. Pero ser gay sí. Esto seguro, maldita sea. Para un general, ser gay es un impedimento gordo. Por eso siguió con su matrimonio. Era su tapadera en el ejército. Como la chica de la foto en la cartera de Carbone.

– No tenemos pruebas.

– Pero estamos cerca. Junto con la foto de la muchacha, Carbone llevaba en la cartera un condón. Diez contra uno a que pertenece al mismo paquete que el que tenía puesto Kramer. Y también diez contra uno a que podemos buscar en viejas órdenes de misiones y tareas y descubrir dónde y cuándo se conocieron. En algunas maniobras conjuntas, como pensamos desde el principio. Además, en Delta Carbone conducía vehículos. Me lo explicó el encargado de asuntos administrativos. Tenía acceso permanente a la escudería entera de Humvees. Pues diez contra uno a que descubrimos que en Nochevieja él estuvo fuera solo, conduciendo uno.

– ¿Al final lo mataron por el maletín? ¿Como a la señora Kramer?

Meneé la cabeza.

– Ninguno de los dos fue asesinado sólo por el maletín.

Summer se quedó mirándome.

– Más tarde -dije-. Primero una cosa y luego otra.

– Pero él tenía el maletín. Tú lo has dicho. Huyó con él.

Asentí.

– Y en cuanto estuvo de regreso en Bird lo registró. Encontró el orden del día, lo leyó y algo de su contenido le impulsó a llamar a su oficial al mando.

– ¿Que Carbone llamó a Brubaker? ¿Cómo fue capaz? ¿Qué le dijo? ¿Acabo de acostarme con un general y adivine lo que he encontrado?

– Pudo decir que lo había encontrado en otra parte. Pero lo que en realidad me pregunto es si Brubaker sabía lo de Carbone y Kramer desde un principio. Es probable. Delta es una familia, y Brubaker era de esos oficiales al mando tan entrometidos. Es muy probable que lo supiera, y tal vez se aprovechó de la situación. Sánchez me contó que a Brubaker nunca se le pasaba por alto ningún ángulo, ventaja o enfoque. Así que tal vez el precio de la tolerancia era que Carbone debía pasar información de las conversaciones íntimas.

– Es repugnante.

Asentí.

– Como hacer de puta. Ya te dije que aquí no habría vencedores. Todo el mundo va a salir malparado.

– Excepto nosotros. Si obtenemos resultados.

– A ti te irá bien. A mí no.

– ¿Por qué?

– Espera y verás -dije.

Llevamos las bolsas al Chevy, oculto tras el bar. Las guardamos en el maletero. El aparcamiento estaba más lleno que antes. La noche se animaba. Miré la hora. En la costa Este casi las ocho, en la Oeste casi las cinco. «Si nos detenemos siquiera un segundo para tomarnos un respiro, nos atraparán otra vez», pensé.

– He de hacer un par de llamadas más -dije.

Cogí la guía telefónica y regresamos a la freiduría. Registré todos los bolsillos en busca de monedas sueltas y saqué un montoncito. Summer contribuyó con una de veinticinco y una de cinco. El dependiente cambió los céntimos por monedas de plata. Introduje algunas en el aparato y marqué el número de Franz, en Fort Irwin. Eran las cinco de la tarde, plena jornada laboral.

– ¿Podré pasar por tu puerta principal? -le pregunté.