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Love tuvo su regla unas semanas más tarde, poco antes de cumplir los catorce años.

El contento de su madre fue para ella tan grande como inexplicable. Love no conseguía entender la razón por la que Beth se alegraba de esta revolución física que la asaltaba con sangre y dolor y menos aún que todo lo justificara aclarándole que de este modo se había convertido en mujer.

– Estuvo tres días sin ir al colegio -dijo la Pepi-, y luego vino pálida pálida y más callada que de costumbre. Recuerdo haberle preguntado si había estado enferma y ella hizo que sí con la cabeza y no quiso hablar. Me costó mucho trabajo sacárselo y cuando por fin me lo contó, me reí de ella y ella se puso a llorar. Es la única vez que la he visto llorar en toda mi vida. Entonces le dije que a mí me pasaba desde dos años antes. -Rió-. Todavía recuerdo su expresión de alivio.

Cuando Beth comprobó que su hija por fin ya era toda una mujer («al menos por dentro, porque lo que es por fuera…», dijo Carmen con sorna), pudo dar el paso siguiente: enviarla durante los veranos a convertirse en una señorita de distinción y porte para que se fuera transformando en la princesa que preveía el destino.

Hacía tiempo que había pedido a Augustus su consejo. Se trataba de encontrar el colegio mejor de Inglaterra, aquel al que acudieran las niñas de la mejor sociedad, las hijas de los duques y de los lores, de los millonarios y de los diplomáticos. El finishing school más finishing school de todos.

Augustus no lo dudó ni un momento.

– Our Lady of the Sacred Heart -dijo con seguridad-, Nuestra Señora del Sagrado Corazón, en el condado de Somerset. Es el mejor colegio de señoritas que hay en el Reino Unido. Una vez, cuando escribía para el dominical del Telegraph, me mandaron a hacer un reportaje sobre él… Unas monjas muy modernas, un gran parque lleno de hierba muy cuidada y enormes castaños y robles, con el río Wylye pasándole por en medio y un hermoso palacio georgiano de grandes ventanales emplomados y fachadas de ladrillo. Si eso es lo que te provoca como preparación de Love a la vida moderna… allá tú. A mí me pareció más bien pomposo y horriblemente esnob. Eso sí, había chicas elegantes y de buena familia para aburrir. De todos modos, creo que tu hija es demasiado joven para ir allá…

– ¿Por qué?

– Pues… -rió-, porque para aprovechar las enseñanzas verdaderamente estúpidas que se imparten allí, cómo coger el cuchillo, cómo sentarse en el palco principal de un teatro, cómo cazar a un marido rico… me parece que se necesita tener un grado de artificiosidad que sólo se adquiere con el paso de los años. Una pobre niña inocente, sin un solo doblez, acostumbrada a la sencillez de la vida pueblerina… No, Beth, Love sería muy desgraciada en el colegio ese. Y la harían papilla.

– Lav es fuerte…

– Pero tímida y retraída… no tiene malicia…

– Pues allí aprenderá -dijo con terquedad y bajando la mirada.

– Además, no creo que la admitan antes de cumplir los catorce años. El Sacred Heart es para señoritas, ¿recuerdas? Señoritas-repitió.

– Qué quieres decir con eso de señoritas.

– Quiero decir… esto…

– ¿Que si ha tenido ya su regla? La respuesta es no, pero ya llegará y para entonces quiero estar preparada.

– Ya me lo imagino, pero, de todos modos, si la mandas muy pronto, va a sufrir. Aquello es muy duro.

Beth se encogió de hombros.

– Me da igual. Lav tiene que hacerse mujer y señora -a woman and a lady, dijo- y cuanto antes empiece, mejor.

– No la vas a hacer muy feliz.

– Me da igual. Ya tendrá tiempo de serlo cuando madure. Además, un verano estricto no le hace daño a nadie.

– Como quieras, no voy a discutir contigo. -Sonrió y le dio un ligero beso en la mejilla-. Hay otro inconveniente.

– ¿Sí?

– Desde luego. Un colegio así no es nada barato…

– Bah. Tonterías. ¿De qué cantidades estamos hablando?

Cuando Augustus se lo dijo, Beth dio un silbido.

– Caramba. Dan ganas de montar un colegio para señoritas en la isla. Menudo negocio.

– ¿Y? -dijo Augustus.

– Nada. Puedo pagarlo. Tengo dinero ahorrado. No te preocupes. Tú más bien preocúpate de conseguir que me la acepten cuando llegue el momento.

Augustus rió con estrépito.

– No hay problema. La madre superiora quedó encantada conmigo: en el periódico me suavizaron el artículo y me parece que les debió de gustar. Además, el esnobismo intelectual llega a donde no llega la sangre azul… Soy hijo de mi padre, el poeta laureado, Patrick Loveday… soy… irresistible para una comunidad de monjas mojigatas metidas a regeneradoras de la aristocracia. -Levantó una mano y la agitó de derecha a izquierda-. Nada, no te preocupes… Love entrará en ese convento para niñas finas en cuanto quiera.

Fue más o menos por entonces cuando Beth escribió la primera de una serie de cartas que constituyeron una correspondencia relativamente frecuente entre ella y su suegro, si por relativamente frecuente se entiende una misiva por año enviada con el único objeto de asegurar el futuro de Lavinia. En realidad, ella pretendía obtener del viejo Trevor más dinero del que compartía con Jim. Aquella cantidad anual en cuyo reparto Jim Trevor salía tan malparado y madre e hija tan beneficiadas, era más que suficiente para cubrir todas las necesidades del trío en la isla, cierto, pero el concepto que Beth tenía de riqueza era otro muy distinto. Quería dinero como si le hubiera tocado el premio mayor de la lotería.

Dinero en cantidades obscenas, eso es lo que quería, sí señor. Es paradójico, conociéndola, que no lo pretendiera para sí sino para su hija. Su hija, la futura reina. En realidad quería que en Lavinia se unieran la fortuna industrial americana con el rancio abolengo de sus propios apellidos austríacos o australianos, lo que fuere. Beth quiso asegurarse de que el cordón umbilical que, por tenue que fuera, les unía a aquella rica familia americana del este no se rompería. Es más, que se fortalecería en beneficio de Lav.

En su primera carta, Beth explicaba la cómoda situación en que se hallaban, lo bien que estaba criándose la niña y la imposibilidad en que se encontraba Jim de escribir debido a unas inoportunas fiebres reumáticas que le obligaban a observar absoluto reposo. Pero todos estaban perfectamente y aunque habían tardado algún tiempo en dar noticias (diez años), los recordaban a todos con cariño y esperaban viajar pronto a América para pasar unas breves vacaciones junto a ellos.

La respuesta, cuando llegó (que fue a los diez días), no podía ser más clara. Firmaba la carta una Helen Saints, asistente personal del Sr. Trevor, y el texto era como sigue:

Estimada Sra. Trevor:

El Sr. Trevor, que ha tenido que ausentarse de Filadelfia por unos días, me encarga acuse recibo de su carta. Está seguro de que Jim se repondrá en breve y se alegra de los progresos de la pequeña Lavinia (le alegra que haya sido cambiado el nombre de la niña por uno más acorde con la realidad). No le parece conveniente que ustedes se desplacen a Estados Unidos, y considera que si realizan el viaje de todos modos, es posible que ello signifique que la asignación anual que reciben es claramente desproporcionada a sus necesidades reales. Reciba un atento saludo,

H.S.

Cuando las cosas escuecen, escuecen. Beth, sin embargo, recibió aquella bofetada sin inmutarse. De hecho se la esperaba, estaba segura de que aquel envarado pretencioso contestaría una imbecilidad frígida como la que le había hecho llegar su secretaria. Por lo menos ahora las cartas estaban encima de la mesa. Y sabiendo a qué atenerse, se propuso buscar despacio un camino para acceder a las dos cosas que podía ofrecer el viejo banquero sin siquiera notarlo y desde luego sin cumplir su amenaza de romper el mínimo nexo que les unía a éclass="underline" influencia y dinero en Europa. Sólo en Europa. No necesitaba más.