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[…]Copérnico ha corrido, entre esos cardenales, la misma suerte que tocó, en 743, a Virgilio de Salzburgo. Virgilio era muy experto en materias divinas y humanas. En razón de su singular erudición y de su sabiduría, se introdujo en la corte de los príncipes Carlomagno y Pipino, por los que en breve tiempo fue muy bien recibido; desde entonces fue considerado la autoridad suprema por Odilón, reyezuelo de los bávaros. El tal Virgilio, como era más docto en las disciplinas matemáticas y la filosofía profana de lo que exigían las costumbres cristianas, y como sostenía la certidumbre de sus conocimientos en contra de la opinión vulgar e incluso de la de Agustín, Lactancio y otros santos padres, enseñó un día que la Tierra tiene la forma de un globo y que los hombres se distribuyen por toda su superficie. De lo que se sigue que hay en la tierra hombres «antípodas», es decir, hombres que tienen los pies colocados en sentido contrario los unos de los otros […]. Esas opiniones parecieron impías y contrarias a la filosofía divina a Winfrid (nacido en Inglaterra, y designado por el Papa como obispo y legado apostólico en Germania; había cambiado su nombre por el de Bonifacio y había sido nombrado, por Carlomagno y Pipino, arzobispo de Maguncia). Como Bonifacio no pudo conseguir que Virgilio se retractara de su opinión, sometió el asunto al propio papa, Zacarías. La filosofía de Virgilio pareció también sospechosa al Papa: éste ordenó que el filósofo Virgilio, si era sacerdote, fuera arrojado del templo de Dios o de la Iglesia, y que un concilio lo despojara de su sacerdocio, por profesar aquella doctrina perversa.

¿No acabarás por creer, excelente lector, que los dignatarios de la Santa Sede y de los arzobispados de la época presente (puedes incluir además a los cardenales) y todas las personas que han empleado en sus consejos para decidir sobre los casos dudosos, han sido recogidos en el arroyo para ser elevados a tan altos cargos y dignidades? Porque esas personas ni siquiera han sabido colegir de los primeros rudimentos de la astronomía y de algunas experiencias geográficas que la simple diferencia de longitud entre los días de verano y los de invierno, por ejemplo en Roma, en Italia, en Alemania o incluso en Inglaterra, patria de Bonifacio, basta para mostrar que la superficie de la Tierra no es llana, con todo lo que se sigue necesariamente de esa tesis. En consecuencia, una sabia ignorancia ha podido engañar a esos sabios clérigos, hasta el punto de hacerles declarar impías, profanas, enemigas de la filosofía divina, patrañas y locuras capaces de manchar y contaminar la sabiduría simple y pura de Cristo, cosas que muchos siglos antes habían sido demostradas por los filósofos y enseñadas en las escuelas públicas; cosas que hoy no son ya objeto de discusiones sutiles, sino sabidas incluso por los ciegos y los peluqueros, después de las múltiples experiencias de quienes navegan desde Europa hacia el Nuevo Mundo, la América y el Perú. Sea ello como fuere, Virgilio fue condenado por herejía, y lo mismo le ocurre hoy a Copérnico con su astronomía.

Después de esta cita perfectamente auténtica, volvamos por un instante a la ficción novelesca. Con tan sólo dos o tres excepciones, todos los personajes que aparecen en el libro han sido tomados tal como aparecen en la historia y en las crónicas. Pero me ha parecido oportuno imaginar algunos puntos de sutura que, dispuestos a lo largo de sus vidas, relacionaran a los unos con los otros, por haber vivido en los. mismos lugares, o corrido aventuras y perseguido objetivos análogos. Unas sencillas concordancias de lugares y fechas bastan para abastecer este grato ejercicio. Así, los encuentros de Copérnico con Behaim, Durero, Maquiavelo o AlejandroFarnesio son imaginarios, como también su idilio con Julia Farnesio. Pero habrían podido ser reales. La irrupción de Leonardo da Vinci en la sesión solemne de la academia de Linceo dedicada a la memoria de Marsilio Ficino no es inverosímiclass="underline" se sabe que en 1499, la victoria francesa frente al duque de Milán obligó a huir a Leonardo, que volvió a Florencia como un hombre célebre, después de detenerse en otras ciudades de Italia. Lo mismo ocurre con el asesinato por envenenamiento de Lucas Watzenrode; es probable que no muriera así, pero la conjetura novelesca se inscribe en la pura lógica histórica.

La hipótesis de que el célebre grabado de Durero, Melancholia, represente al joven Copérnico, es también una invención mía; pero me parece defendible, por lo menos en el plano poético y emocional. Esa obra esotérica ha dado lugar a numerosos análisis, entre ellos los muy interesantes que se encuentran reunidos en la obra de R. Klibanski, E. Panofski y F. Saxl, Saturne et la mélancolie (Gallimard, 1989).

Elaborar una lista más precisa de esos juegos novelescos sería tan fastidioso como prosaico. Gracias a la breve reseña biográfica que sigue (esta sí, auténtica), el lector exigente podrá apreciar mejor lo que corresponde a la realidad histórica consensuada (verosímilmente, esto es lo que ocurrió) y la invención novelesca (esto es lo que habría podido ocurrir).

El cráneo de Copérnico

Hay acontecimientos imprevistos que vienen de pronto a cristalizar el lento trabajo de la imaginación. Apenas acabada mi novela, el 4 de noviembre de 2005, un despacho de la Associated Press en Varsovia anunció el descubrimiento del cráneo de Copérnico.

Los arqueólogos sabían que su cuerpo reposaba en algún lugar bajo el suelo de la catedral de Frombork, pero nunca habían conseguido localizar con exactitud el lugar, a pesar de siglos de conjeturas y de investigaciones. Hasta el día en que un científico de Olsztyn, el doctor Jerzy Sikorski, encontró informaciones que indicaban que los canónigos de Frombork eran enterrados delante del altar que había estado a su cargo mientras vivieron, lira sabidoque Copérnico se ocupaba del altar de la Santa Cruz. Se emprendieron de inmediato nuevas investigaciones, y una exploración con escáner del subsuelo situado delante del altar de la Santa Cruz (hoy altar de San Andrés) permitió localizar con exactitud el lugar en el que reposaban los cuerpos. Los arqueólogos buscaron el de un hombre de aproximadamente setenta años, lo que permitió no desplazar sin necesidad otros esqueletos distintos de los posibles restos del astrónomo polaco.

Para permitir la identificación, los científicos se contentaron con retirar el cráneo, que fue llevado al Laboratorio central de criminología de Varsovia. Así se pudo reconstituir, con la ayuda de programas informáticos, el rostro del individuo en el momento de su muerte. La imagen obtenida fue comparada después con los retratos de Copérnico realizados en vida… Todos presentan la misma asimetría, y una ligera desviación del arco nasal. Además, Copérnico mostraba, en uno de los retratos, una cicatriz en la frente; y en el mismo lugar, se encontró en el cráneo la marca de una herida. ¡Parece demostrado, por tanto, que los huesos eran en efecto los del célebre astrónomo!

El rostro reconstruido circula ahora por Internet. ¿Y qué es lo que se ve? La visualización exacta del maestro en los últimos años de su vida, tal como lo descubre Rheticus (a través de la imaginación del novelista) por primera vez al llegar a Frauenburg: un hombre de gran estatura, de frente amplia, con la nariz larga y abultada, los ojos muy hundidos bajo unas cejas enmarañadas, y profundas arrugas en la frente. En suma, una bella y extraña fealdad, que recuerda más a un viejo soldado que a un hombre de Iglesia… Una curiosa gratificación retrospectiva para el novelista biógrafo, y una demostración perfecta de la manera como la intuición del escritor puede aproximarse a la verdad profunda de una persona.