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– ¿Te das cuenta, Alfredo? El incidente no fue casuaclass="underline" ¿para qué iba a montar nadie una opereta como aquélla sino para distraer la atención de la gente en aquel mismo momento? Es mucha casualidad que cuatro mangantes urdan algo así y que a apenas unos pasos se produzca un secuestro.

– Sí, dicho así…

– Sospecho que el Tuerto se enteró del verdadero calibre del negocio y pidió más. No es bueno pasarse de listo con gentuza de esa calaña.

– Bueno, ¿y ahora qué?

– Confío en que Eduardo y sus amigos localicen al enano. Nos llevará al tipo de la cicatriz.

– ¿No crees que se está encariñando demasiado contigo?

– Y yo con él.

– Tú te irás a Madrid y él volverá a la calle, Víctor.

– No ocurrirá tal cosa. Yo me encargaré de él. No te quepa duda.

Se hizo un silencio. Don Alfredo volvió a tomar la palabra:

– Ha venido a verme López Carrillo. Mañana estamos invitados a una excursión con su familia, a la fuente de la Magne sia, en Pedralbes.

– Nos vendrá bien un poco de aire puro.

– Me ha dicho que ha hecho indagaciones sobre el amante de don Gerardo, como le pediste. Parece que es un buen elemento. Mañana te dará los datos.

– Bien, bien.

– ¿Crees que esa pista nos llevará a alguna parte? -Nunca se sabe, pero ya conoces el dicho: «Trahit sua quemque voluptas».

– «A cada cual lo arrastra su vicio».

– Exacto. Me alegra que recuerdes tus lecciones de latín, Alfredo, ya no eres un niño -dijo Víctor riendo. Don Alfredo hizo un mohín a su amigo por esta alusión a su edad.

– ¡Noticias, noticias! ¡El Brusi, compren El Brusi! -pregonaba un pilluelo que vendía el Diario de Barcelona-. ¡Nueva chica desaparecida misteriosamente!

Víctor pagó al chico y tomó un ejemplar. Leyó en voz alta:

– «misteriosa desaparición otra vez: Ha desaparecido otra joven, esta vez en la Ciudadela. Antoñita Medina montaba en el tiovivo que hay instalado en la explanada junto al Arsenal vigilada por su niñera, cuando el caballo en que iba subida apareció solo. La policía teme que sea un caso más de secuestro de adolescentes de los que tanta alarma crean cutre nuestra ciudadanía. Las autoridades policiales están in albis, y desde aquí tenemos que exigir a nuestros gobernantes que se esmeren para poner fin a esta lacra». Y escucha, Alfredo, el gobernador civil ha declarado: «Es completamente falso el rumor que se está extendiendo por Barcelona acerca de la desaparición durante los últimos meses de niñas en edad de merecer que según las habladurías populacheras habrían sido secuestradas…».

– Lo que faltaba -dijo don Alfredo.

Víctor tiró el periódico al suelo, visiblemente enfadado.

– Anda, vayamos a comer algo.

Capítulo 7

Tres coches de alquiler trasladaron a Víctor, don Alfredo, Eduardo y a López Carrillo y a su familia, así como a dos criadas, a la fuente del Lleó, en Pedralbes. Allí aguardaban las dos cuñadas de Juan de Dios López Carrillo con sus respectivos maridos y numerosa chiquillería, con la que Eduardo hizo buenas migas nada más llegar. Enseguida dispusieron unos tableros sobre unos caballetes bajo un pino centenario. Adolfo Tusell, uno de los cuñados de López Carrillo y que era catedrático en la Escuela de Arquitectura, colgó un columpio de una de las recias ramas para solaz y deleite de la docena de niños que correteaban felices arriba y abajo.

Víctor se alegró de reencontrarse con la mujer de su amigo, Eugenia Rusiñol, que parecía haber estabilizado a aquel tunante de López Carrillo.

Era muy común entre las familias barcelonesas pasar las jornadas festivas en el campo y comer al aire libre. Las cuatro fámulas que sumaron entre las tres familias se encargaron de todo: había manteles, servilletas y cubiertos. Sacaron unas tarteras de metal que contenían apetecibles tortillas de patatas y barras de pan, que cortaron en rodajas para preparar el consabido pantumaca, había crispells, que así se llamaban los buñuelos de bacalao y, por supuesto, López Carrillo y sus dos cuñados se encargaron de preparar un arroz a la leña, una vez que las criadas avivaron un buen fuego. «Hoy cocinan los hombres», dijeron con aire dispuesto.

Víctor y don Alfredo comieron a gusto en aquel ambiente relajado y familiar aunque, obviamente, echaban de menos Madrid y a sus familias.

A los postres, los hombres se acercaron a tomar café y coñac a la Venta, junto a la cual había una especie de pequeño estanque donde remansaba el agua de la fuente. Se sentaron a la mesa Adolfo Tusell, el arquitecto, don Alfredo, López Carrillo, Víctor Ros y el otro cuñado de Juan de Dios, Andreu Cadafalch.

– Bueno, bueno, ¿se quedarán ustedes a vivir aquí, en Barcelona, como mi cuñado? -preguntó Adolfo Tusell.

– No, no -dijo Víctor sonriendo-. Nos gusta mucho Barcelona, pero tenemos a la familia en Madrid.

– Viajo a Madrid regularmente -declaró el otro de los cuñados, Andreu-. Y debo decir que es una ciudad agradable.

– ¿Por negocios? -preguntó don Alfredo.

– Aquí mi cuñado Andreu está metido en política. Ahí donde lo ven es un gerifalte en el Centre Catalá.

– Nada, nada, colaboro un poco, sólo eso.

– De Valentí Almirall -dijo Víctor.

– Exacto -apuntó López Carrillo.

– Es el fundador del Diari Catalá, ¿no? -añadió Víctor.

– Vaya, está usted informado, Ros.

– Procuro estarlo. Me gusta leer y hojeo la prensa con atención, sólo es eso.

– No hagáis caso, tiene una memoria portentosa -añadió López Carrillo.

– Andará usted muy ocupado -dijo Víctor refiriéndose a Andreu.

– No se imagina, además las aguas vienen revueltas y pronto sufriremos una escisión. Al tiempo.

– Vaya.

– Yo procuro no meterme en política -dijo Adolfo Tusell-. Lo mío son los cálculos y los contrafuertes, qué los alumnos me salgan preparados y que construyan con solidez y armonía,

– Se viven momentos interesantes en esta ciudad -intervino Ros-.El panorama político es muy variado, estimulante. Están ustedes, los regionalistas, que viven un renacimiento, ¿cómo lo llaman ustedes?

– La Renaixenca.

– Eso es -dijo Víctor.

Don Andreu Cadafalch tomó la palabra:

– Es cierto que vivimos una buena época, cuando los liberales tomaron el poder, con Isabel II, la cosas pudieron ponerse feas. Son partidarios del libre comercio y pretendían levantar los aranceles sobre los paños de Manchester. Afortunadamente, con la Restauración se nos aseguró que el gravamen sobre los productos ingleses se mantendría.

– Vaya -se sorprendió don Alfredo-. Pensaba que los liberales apoyarían más sus demandas de un Estado descentralizado.

– Pues en principio, sí -dijo Andreu-. Pero no podemos obviar que Cataluña es el único enclave industrializado aquí y, aun así, si nos comparamos con el norte de Europa, se puede decir que estamos en un momento de mecanización incipiente. Aún no podemos competir con los ingleses o los franceses. Poco a poco, hay que ir poco a poco. Al menos, en los últimos años hay cierta apertura. Con la Restauración y los acuerdos entre Cánovas y Sagasta parece que estamos recuperando nuestra cultura y nuestra lengua, sobre todo a través del excursionismo, el movimiento coral, por el que Clavé ha hecho mucho, y por la propia literatura. Hay gente muy notable que escribe en catalán y es muy leída por el pueblo, como Jacint Verdaguer, Ángel Guimerà y Narcís Oller.

– ¿Y qué tal van ustedes con la clase obrera? ¿Gozan de predicamento entre ellos? -preguntó Víctor. Parecía que trataba de poner el dedo en la llaga.

– Poco, poco. El socialismo y, lo que es peor, el anarquismo. Ésas sí que son ideologías que pujan entre los más humildes -dijo Andreu con semblante preocupado.

Juan de Dios López Carrillo tomó la palabra:

– Debo decir que el asunto pinta mal, mira si no la algarada de ayer. Aquí mi amigo, el inspector Ros, quedó vivamente impresionado.