– Están aquí.
– Que pasen.
Los tres hombres entraron. Tres copas los aguardaban sobre una bandeja de plata.
– Ahí tienen, beban. Y fumen.
Ros, López Carrillo y Blázquez tomaron asiento e hicieron lo que se les decía:
– Ustedes dirán -dijo el gobernador.
– El asunto es grave -repuso Juan de Dios-. La pista que seguía Víctor por el secuestro nos ha llevado a una banda de desgraciados.
– No le sigo -contestó don Trinitario mirando a Víctor. Este tomó la palabra:
– Mire, don Trinitario, don Gerardo Borrás tenía una querida, pero como ya sabe, no se trataba de una mujer. Era un hombre que se disfrazaba de mujer y ejercía la prostitución. Hay gente que busca cosas así, exóticas.
– Sí, una dama con manubrio -dijo don Trinitario entre risotadas.
– Se llama Paco Martínez Andreu, o Elisabeth, si lo prefiere. Un caso extraño de doble personalidad, pero una masculina y otra femenina. Creo que supo que su amante, don Gerardo, era un hombre con dinero y decidió dar un buen golpe. Bien, creo que un tipo apodado el Tuerto fue contratado para llevar a cabo una maniobra de distracción y poder realizar el secuestro de don Gerardo. Ese tipo fue reclutado por un enano y un individuo con una cicatriz en la barbilla que participó en el incidente.
Luego, el Tuerto fue asesinado, y poco a poco seguí la pista de la amante de don Gerardo, la cual resultó ser en realidad un hombre. Elisabeth, un mal bicho, prostituta, pederasta, ladrona, participó en un secuestro de otra prostituta y, sobre todo, fue madama de un prostíbulo de menores.
– El asunto de Berga.
– Exacto. Sospecho que él debía de ser quien ponía el dinero y ella llevaba el negocio. Pero no entró en prisión por ello. Hoy mismo hemos localizado a esta Elisabeth, pero ha escapado. Ha logrado saltar al edificio de al lado pese a que iba vestida de mujer. En su piso hemos hallado todo lo que usted ya sabe.
– Y el tipo de la cicatriz ha muerto, ¿no?
– En efecto. Me vi obligado a actuar. López Carrillo tiene sus datos.
Juan de Dios tomó la palabra:
– Eladio Férez. El y su hermano Licinio tienen antecedentes por traficar con obras de arte robadas. Al parecer recorrían los pueblos del Ampurdán y el Pirineo, ojeaban las iglesias y robaban objetos sagrados, que luego vendían en el extranjero.
– Ahí tienen ustedes la clave del trastorno de don Gerardo. Debieron de tenerlo cautivo en su piso, junto a imágenes sagradas, y allí lo torturaron. Por eso desarrolló esa fobia -dijo don Trinitario.
López Carrillo se atrevió a contradecir a su jefe:
– Hemos registrado su piso y no había nada de eso.
– Habrán dado salida al género. ¿Y el hermano?
– Ni idea. Mañana sale su fotografía en todos los periódicos: teníamos una en Jefatura.
– ¿Y el enano?
– Despanzurrado. No tenemos ni idea de quién era.
– ¿Y el mariquita ese? ¿Hay alguna fotografía?
– Ninguna. Desapareció del expediente. No tenemos imagen suya alguna, ni vestido de hombre ni de mujer. Hs lisio, muy listo.
El gobernador asintió cargándose de razón:
– Ha volado. Y el otro, el compinche que queda, Licinio, en cuanto vea su fotografía en la prensa sale por piernas. Está quemado, al menos en esta ciudad. A ése y a la puta no les veremos el pelo. A ver, lo de las crías… Informen de lo que han averiguado, ya hay tres compañeros suyos haciéndose cargo del caso.
Víctor volvió a hablar:
– Elisabeth se llevó del piso a Antoñita Medina, apenas estuvo unas horas. Nos lo ha contado Teresita. Debe de tener otro escondite.
– Mal asunto -dijo el gobernador.
– Yo la puedo cazar -dijo Ros.
– El caso está cerrado. Al menos para ustedes-sentenció don Trinitario.
– ¿Cómo? -exclamaron los tres policías al unísono.
– Lo que oyen. Don Gerardo se ha reventado la cabeza; la fulana esa o lo que sea ha volado; el cómplice que queda, también; y las crías, por desgracia, están muertas. Sólo se ha salvado Teresita.
– No se da usted cuenta, don Trinitario -dijo Víctor intentando razonar con aquel reaccionario-. Paco Martínez Andreu es un criminal de primera línea, ha matado a más de diez niñas. Ya sé por qué lo hace: usa la sangre para rejuvenecer.
– Veinticuatro desapariciones que sepamos en diez años -dijo el gobernador sin mostrar ni un atisbo de humanidad. Era obvio que para él aquellas crías pobres no eran más que una cifra.
Todos permanecieron en silencio.
– ¿Y?
– Que la asesina ya está identificada.
– No tenemos ninguna fotografía suya -repuso Juan de Dios-. Podría volver a actuar.
– Ese tipo no es tonto -dijo el preboste-. Sabe que ha escapado por poco y que todo el mundo está al tanto. No volverá a actuar en mi ciudad. Asunto resuelto.
– ¿Y Antoñita? Sigue en sus manos -dijo López Carrillo.
– Haremos lo que se pueda, no en vano la cría es de buena familia. Ya les he dicho que tengo a tres hombres trabajando en el asunto y a esos amigos de Ros, los del Sello, pero mucho me temo que esa arpía la habrá despachado ya. Pobre. No creo que sea cómodo huir de la justicia tirando de una criatura. Pero no necesitamos ya la ayuda de don Víctor y don Alfredo. Pueden volver a casa.
– Usted me disculpará -dijo don Alfredo muy serio-, pero la Brigada Metropolitana tiene jurisdicción única y yo no me muevo de aquí hasta que lo digan mis superiores.
El gobernador quedó sorprendido ante la entereza del veterano policía. No sabía qué decir.
– ¿Y el libro? Me refiero al dietario -añadió Víctor-. Había nombres, al parecer muy importantes: gente de Madrid, de aquí, de Sevilla e incluso extranjeros. De alcurnia.
– Ese es asunto nuestro -dijo don Trinitario-. Aquí lavamos los trapos sucios en casa. Desde Madrid han tomado cartas en el asunto, no sigan por ahí. ¿Han leído ustedes los nombres?
– No, no, algún guardia dijo algo -mintió López Carrillo.
Don Trinitario suspiró con aire de superioridad.
– Bien, bien, me alegra que sean ustedes inteligentes. Les diré, como muestra, que he recibido hasta un telegrama al respecto desde el mismísimo Palacio Real. Ese dietario no existe ni ha existido nunca. Ay del que se atreva a decir que lo ha leído. Y no es cosa mía, que quede claro. Sólo queda encontrar a esa cría, Antoñita, y es cosa de tiempo. Si vive, claro. Nada tienen ya que hacer aquí.
– Pero el dietario… -añadió López Carrillo-. Esos nombres…
– ¡Rehostia! -exclamó el gobernador dando un puñetazo en la mesa-. ¡Ese asesino ha volado y punto! Olviden el maldito libro, no se metan en líos.
Se hizo un embarazoso silencio.
– Además, Ros, usted se propasó con el obispo. Sepa que he cursado una misiva a Madrid. En cuanto se enteren los retiran del caso. Veremos si esto no le cuesta un expediente -entonces, mirando a López Carrillo, añadió-: estos señores se van de Barcelona, López Carrillo, y usted, chitón. Y ahora, salgan, estoy cansado.
Barcelona, 24 de junio de Í881
Estimada Clara:
Te escribo muy desanimado pero con el convencimiento de que pronto nos veremos y os podré abrazar a ti y a los niños, cosa que en este momento es lo único que me apetece. Sabes que no me gusta hacerte participe de los casos que investigo porque entiendo que, a menudo, me toca lidiar con el lado más oscuro del ser humano, pero éstas son circunstancias especialmente duras para mí. Me consta que llevas un gran detective dentro y que disfrutas, como yo, conociendo los detalles, planteando hipótesis y llegando a conclusiones como uno más del gremio. Así eras cuando te conocí, me ayudaste mucho en aquellas investigaciones de los primeros días, y así sigues siendo. Además, sé que la prensa se va a hacer eco de los detalles más truculentos de este caso, que comienza a asquearme y del que me temo vamos a ser relevados por Madrid ante las presiones del gobernador de la plaza, quien no nos quiere por aquí. Tú sabes que no es la primera vez que la investigación de un asunto me lleva a adentrarme en otro más enrevesado y horrible que el primero. Este ha sido el caso del secuestro de don Gerardo Borrás, que me ha llevado a seguir la pista de una mujer inteligente, o mejor, un hombre que se viste de mujer, intrépido como un varón, reflexivo como una mujer, pérfida y con rasgos psicopáticos que, la verdad, comienza a hacerme sentir miedo. Es un caso de doble personalidad muy raro. Tiene dos identidades: una de hombre y otra de mujer. Ya verás los detalles en la prensa de Madrid, pero hoy hemos hecho descubrimientos horribles. Este hombre-mujer no sólo ha participado de forma activa en el secuestro de Borrás (que fue brutal e inhumanamente torturado), sino que lleva años prostituyendo niñas y, lo que es peor, asesinándolas tras extraerles la sangre poco a poco. He encontrado un libro en la biblioteca que me ha aclarado el asunto. Hemos hallado un cuerpo emparedado, lleno de laceraciones, pequeño, de apenas una jovencita. Estaba acartonada, la habían sangrado como a una res y me temo que sé cómo lo han hecho. Eso me turba. Me enfrento a un loco que había convencido al menos a tres personas para que trabajaran para ella: dos hombres, uno de ellos muerto, el otro fugado, y un enano que murió por una tremenda caída. La visión del macabro hallazgo que hemos tenido que contemplar hoy me ha hecho pensar en los niños y sentirme vulnerable. He sentido miedo por ellos, por ti, por mí. Hacía tanto tiempo que no lloraba…