Выбрать главу

Como ves, no pierdo ripio. Me mantengo ojo avizor.

Atentamente,

Juan de Dios López Carrillo

Capítulo 13

Once días tardó Máximus en volver a dar señales de vida. Durante ese tiempo nadie supo dónde estaba; ni él, ni Alphonse, ni su aristocrático mentor, el conde de Chiaravalle. Habían desaparecido. Obviamente, los parroquianos de El Bou Trencat suponían que Max, un tipo inteligente como el que más, había decidido quitarse de en medio por unos días después del revuelo creado por su «actuación» y la consiguiente entrada de la policía en la nave. Cuando finalmente, acompañado por su joven criado y por su mentor, el artista entró en El Bou, todos los presentes se levantaron aplaudiendo a rabiar.

– ¡Bravo, bravo! -gritaban entusiasmados.

– ¡Sublime espectáculo! -exclamó alguien.

– ¡Artista, artista, artista! -comenzaron todos a corear.

Max, poco amigo de aquel tipo de efusiones, hacía gestos con la mano derecha, calmando a los parroquianos.

– No es para tanto, no es para tanto -decía muy modesto.

Al fin tomó asiento en una mesa en la que apenas si cabía un alfiler y que aparentemente agobiaba al propio artista, el cual no era muy amigo de multitudes. Firmó incluso autógrafos. Una vez pasado el alboroto inicial, Berga, Elia Vidal y otros miembros de «la tribu» tuvieron ocasión de charlar con aquel excéntrico y su mentor, quien resultó ser un noble italiano, Giaccomo Bermetti, el conde de Chiaravalle. Un tipo viajado bon vivant y, al parecer, poseedor de una inmensa fortuna. A casi todos se les hacían los ojos chiribitas ante la sola idea de contar con el favor de tan acaudalado mecenas.

Ya por la tarde Santiago Berga pudo dar un largo paseo con Max, por las Ramblas y hasta casi la mitad del paseo de Gracia. Varias personas se interesaron por conocer personalmente al artista, quien parecía haberse hecho famoso, e incluso dos damitas, de aristocrático origen y acompañadas por sendas carabinas, se acercaron a pedirle ¡un autógrafo!

– Decididamente es usted un fuera de serie -dijo Santiago.

– ¡Qué va, qué va! Además, estas performances me dejan exhausto. Tuve que ausentarme más de una semana, pues al acabar mis representaciones desfallezco. Me entrego tanto a mi público…

– Claro, claro.

– Me dicen que la reacción mandó a sus perros.

– Sí, sí, la policía irrumpió en el último momento.

– ¡Cuánto atraso! ¡Cuánto freno a la imaginación!

– Y que lo diga, y que lo diga, es lo que tiene la represión.

– Y ahora que hablamos de represión, ¿se sabe algo de aquella amiga suya? Me refiero a esa que regentaba aquel local, ese círculo del placer del que usted me habló.

– No, no, sigue fuera de la circulación.

– Ya, es que después de tanto agotamiento necesitaría expansionarme, ya sabe usted. Quizá, aunque no haya reabierto su negocio, su amiga podría proporcionarme algún «entretenimiento».

– ¡Qué más quisiera yo! Yo mismo me encuentro… tenso, desquiciado, hace tiempo que no…

– Que no prueba la carne joven.

– Exacto.

– Ya. ¿Y esa amiga suya? ¿Qué género trataba?

– Su local era maravilloso. Allí te preparaban cualquier cosa y, no crea, iba gente muy importante porque ya se sabe, lo mucho cansa y la gente de posibles termina buscando oíros alicientes. No sólo trataba el género púber -se podía optar por una amplia gama de edades-, sino que cualquier fantasía se hacía realidad,

Chicas, chicos… Si yo le contara lo de un prohombre y un marrano…

– ¿Cómo?

– Un cerdo. Era una fantasía que acariciaba desde su niñez. Elisabeth, mi amiga, se la hizo realidad.

– ¿Y la ve usted aún?

– No. No sé dónde para, pero anda por aquí, seguro. Hace un par de semanas se me apareció, es una maestra del disfraz.

– Sí? -dijo Max riendo.

– Sí, ¡iba vestida de criada! La muy ladina.

– ¿Y qué le dijo?

– Me pidió dinero. Al parecer está en un apuro.

– ¿Y no sería posible que me concertara una cita? Seguro que ella me busca alguna jovencita… no se asuste pero me gustan vírgenes.

– No sé, no sé, si vuelve a aparecer le hablaré de usted.

– Gracias, hermano. Y ahora, si usted gusta, mi mentor nos invita a cenar en el Club Catalán de Regatas, en el puerto.

– Vaya, qué rumboso. No le diré que no. Ese amigo suyo es un hombre notable, ¿no?

– Y rico, muy rico.

– Ya.

– En realidad el dinero no es suyo, proviene de la familia de su mujer, que apenas sale de Milán. El, por su parte, no para. Viaja, se mueve, experimenta. No hay proyecto que le parezca descabellado ni demasiado atrevido.

– Es mi héroe.

– Y el mío, hermano, y el mío. Dependo de él por completo. Hace un par de meses casi pierdo el chollo.

– ¿Y eso? -se interesó Berga al tiempo que saludaba con su sombrero a una conocida.

– Sí, el conde de Chiaravalle tiene una debilidad: las mujeres bellas. Se lio la manta a la cabeza y por poco vende todos los bonos de su mujer en Suiza para fugarse a Sudamérica con una corista de Hamburgo.

– ¡Qué dice!

– Sí, sí, las faldas lo vuelven loco. No sé ni cómo logramos convencerlo. Esos impulsos le pueden acarrear un disgusto. Imagínese usted que diera con una panda de facinerosos. ¡Fugarse con todo el dinero! De locos. Es víctima propiciatoria de cualquier espabilada que sepa llegar a su corazón.

– Y que usted lo diga, pero c'est l'amour.

– Sí, o mejor, tiran más dos tetas…

Berga soltó una tremenda risotada.

– Aunque la verdad, el suyo fue un caso un poco extraño…

– ¿Sí?

– Perdió la cabeza por una dama que en realidad no era tal dama.

– ¿Cómo?

– Un hombre, que se vestía, vivía y se sentía mujer.

– Pero era un hombre…

– Sí, sí, tenía de todo. Era francés, de Limoges. Era un hombre físicamente hablando, pero se vestía como una dama. Daba el pego.

– ¡Vaya, qué casualidad! -exclamó Berga.

– ¿Cómo dice?

– Nada, nada, cosas mías. ¡Qué tipo, el conde!

Se fueron hacia el Club Catalán de Regatas, situado en el vapor Europa que, fuera de funcionamiento, permanecía anclado en el puerto. Allí los esperaba el conde de Chiaravalle para invitarlos a cenar.

Madrid, 2 de agosto de 1881

Amada Clara:

Después de haberme incorporado de nuevo al trabajo, el recuerdo de estos días que he pasado contigo y con los niños en San Sebastián se torna más nítido y claro. No hay como el impulso de la memoria, la mente, la imaginación, para sacar fuerzas de flaqueza y seguir adelante en esta labor con la que a veces disfruto, a qué negarlo, pero otras…

Debo reconocer que en mi trabajo no hay rutina, ningún día se parece al anterior y eso me agrada, pero, por primera vez en mi vida, mi ánimo comienza a verse superado por la naturaleza del caso que investigo. La visión (continua en mi mente) de nuestros hijos riendo, jugando con las olas y chapoteando en la bella playa de La Concha me debilita, sí, me debilita porque por una vez me he sentido vulnerable a través de ellos, a través de ti. No pecaré de falsa modestia diciendo que no soy imprescindible, Clara, sé que soy un buen detective, probablemente de los mejores de España. La prensa y el gran público han aplaudido mis descubrimientos, los casos que he resuelto, pero ¿sabes?, creo que el ser un ciudadano anónimo alejado de estos menesteres haría más feliz a mi mujer y a mis hijos, y os pondría mucho menos en peligro. Mi relación con el Sello de Brandenburgo está finiquitada. Lewis me ha decepcionado y sólo espero resolver los asuntos que tengo pendientes para hacer mutis por el foro. Como mínimo pediré una excedencia. Quizá me dedique a escribir, a lo mejor cuento mis aventuras en alguna novela, aunque seguro que a algún vivales ya se le habrá ocurrido hacerlo, no sé. Dile a tu madre que no tenga miedo por su marido, es un gran hombre, no ocultaré que lo admiro y dile que no tema, a mi lado no corre peligro. Nos acercamos mucho, Clara, nos acercamos.