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Debió de ser la entrada de Paul en su vida, en la primavera de nuestro primer curso, lo que le llevó de vuelta a la Hypnerotomachia. Poco después de que Taft y Stein empezaran a colaborar en su tesina, Paul me habló de los sorprendentes momentos de brillantez que tenía su mentor. El viejo oso trabajó varias noches a su lado, recitando largos pasajes de herméticos textos primarios cuando Paul no lograba encontrarlos en la biblioteca.

– Ese fue el verano en que Richard me pagó el viaje a Italia -dice Paul, frotando una mano contra el borde del taburete-. Estábamos tan emocionados… Incluso Vincent. Él y Richard seguían sin hablarse, pero sabían que yo me acercaba a algo importante. Empezaba a comprender algunas cosas.

»Me alojé en un piso de Richard, la última planta de un viejo palacio renacentista. Era un lugar fantástico, muy hermoso. Había pinturas en las paredes, en el techo, en todas partes. En hornacinas, sobre las escaleras. Tintorettos, Caraccis, Peruginos. Era como estar en el paraíso, Tom. Era tan bello que te dejaba sin aliento. Y él se levantaba por la mañana y decía, con aires de hombre de negocios: «Paul, hoy tengo que trabajar un poco». Luego comenzábamos a conversar, y media hora después se quitaba la corbata y decía: «Qué diablos. Tomémonos el día libre». Terminábamos caminando por las plazas, simplemente hablando, los dos solos, horas y horas caminando y hablando.

»Fue entonces cuando empezó a hablarme de sus días en Princeton, del Ivy, de las aventuras que había vivido, las locuras que había hecho, la gente que había conocido. De tu padre, sobre todo. Su relato era tan vivo, tan vivido… Quiero decir que era algo muy distinto de lo que Princeton había sido siempre para mí. Me sentía completamente hipnotizado. Era como vivir un sueño, un sueño perfecto. Richard llegó incluso a llamarlo así. Durante todo el tiempo que pasamos en Italia parecía vivir entre las nubes. Empezó a salir con una escultora veneciana, y llegó a hablar de pedirle que se casara con él. Después de ese verano, pensé que trataría incluso de reconciliarse con Vincent.

– Pero nunca se reconciliaron.

– No. Cuando volvimos a Estados Unidos, todo volvió a ser como antes. Vincent y él no volvieron a hablar. La mujer con la que salía rompió con él. Richard empezó a venir al campus, tratando de recordar la pasión de la época en que tu padre y él estudiaban con McBee. Desde entonces vive cada vez más sumido en el pasado. Vincent trató de que me alejara de él, pero este año de quien me he alejado es de Vincent: he tratado de evitar el Instituto, de trabajar en el Ivy cuando me es posible. No quería hablarle de lo que habíamos encontrado hasta que fuera necesario.

»Y entonces Vincent me obligó a que le mostrara mis conclusiones y me exigió un informe semanal de mis progresos. Tal vez creyó que era su única oportunidad de recuperar la Hypnerotomachia. -Paul se pasa una mano por el pelo-. Tendría que haberlo previsto. Debería haber escrito una tesina de notable y luego haberme largado de aquí. "Son las casas más grandes y los árboles más altos los que derriban los dioses con sus rayos y truenos. Pues a los dioses les agrada frustrar lo que es más grande que el resto. No soportan el orgullo ajeno, tan sólo el propio." Esto lo escribió Herodoto. Debo haber leído cincuenta veces estas líneas, y nunca me detuve ni un instante en ellas. Vincent me hizo percatarme de su sentido. Él sabía muy bien lo que significaban.

– ¿En serio piensas eso?

– Ya no sé lo que pienso. Debería haber vigilado más de cerca a Vincent y a Bill. Si no hubiera estado tan pendiente de mí mismo, habría podido anticipar todo esto.

Miro la luz que sale por debajo de la puerta. El piano del pasillo se ha quedado en silencio.

Paul se levanta y se dirige hacia la entrada.

– Vámonos de aquí -dice.

Capítulo 15

Apenas si hablamos mientras nos alejamos de Woolworth. Paul camina un par de pasos por delante, a suficiente distancia para que cada uno piense por su cuenta. A lo lejos alcanzo a distinguir la torre de la capilla. A sus pies, los coches de la policía se acuclillan como sapos que esperan bajo un roble a que pase la tormenta. Las cintas de la policía se sacuden en el viento moribundo. El ángel de nieve de Bill Stein debe haber desaparecido: tal vez ya no quede ni un claro en la nevada.

Cuando llegamos a Dod, Charlie está despierto aún, pero se está preparando para acostarse de nuevo. Ha estado limpiando el salón, ordenando papeles sueltos y poniendo el correo en montones, tratando así de liberarse de lo que ha visto en la ambulancia. Tras mirar el reloj, nos lanza una mirada de desaprobación, pero está demasiado cansado para hacer preguntas. Me hago a un lado y me limito a escuchar mientras Paul le cuenta lo que hemos visto en el museo, consciente de que Charlie insistirá en que llamemos a la policía. Sin embargo, cuando le explico que mientras estábamos registrando las pertenencias de Stein encontramos las cartas, incluso Charlie parece pensárselo dos veces.

Paul y yo nos retiramos a nuestra habitación y nos desvestimos sin mediar palabra, y enseguida nos vamos cada uno a su litera. Ya acostado, recuerdo la emoción que había en su voz mientras describía a Curry, y se me ocurre algo que nunca antes había comprendido. Aunque breve, la relación entre ellos dos llegó a tener una sosegada perfección: Curry no había logrado entender la Hypnerotomachia hasta que Paul entró en su vida y resolvió lo que él no había logrado resolver, de manera que pudieron compartirlo. Paul, por su parte, siempre había sido muy ambicioso, hasta que Curry entró en su vida y le mostró todo lo que hasta entonces le había faltado, de manera que pudieron compartirlo. Como Della y James en el viejo cuento de O. Henry -James, que vendió su reloj de oro para comprarle a Della peinetas para el pelo, y Della que vendió su pelo para comprarle a James una cadena para su reloj-, sus dones y sus sacrificios encajan perfectamente. Pero esta vez con final feliz. Lo único que ambos podían ofrecer era precisamente lo que al otro le faltaba.

No puedo reprocharle a Paul que haya tenido esta suerte. Si alguien la merece, sin duda es él. Paul nunca tuvo familia, un rostro enmarcado, una voz al otro lado de la línea. Aun después de la muerte de mi padre, yo he tenido esas cosas,' por muy imperfectas que hayan sido. Y sin embargo, aquí hay en juego algo más grande. El diario del capitán de puerto puede probar que mi padre tenía razón sobre la Hypnerotomachia: que la vio como lo que era en realidad, a través del polvo y el tiempo, a través del bosque de lenguas muertas, de los grabados. Yo no le creí; pensé que la idea misma de que hubiera algo especial en un libro tan viejo y aburrido era ridícula y vana y miope. Y durante todo ese tiempo, mientras acusaba a mi padre de un error de perspectiva, resultaba que el único error de perspectiva era el mío.

– No te hagas esto, Tom -dice Paul desde arriba, inesperadamente, en voz tan baja que apenas alcanzo a escucharlo.

– ¿El qué?

– No te compadezcas.

– Estaba pensando en papá.

– Lo sé. Trata de pensar en otra cosa.

– ¿Cómo qué?

– No lo sé. En nosotros, por ejemplo.

– No te entiendo.

– En los cuatro. Trata de dar las gracias por lo que tenemos. -Titubea un instante-. ¿Qué hay del año que viene? ¿Qué has decidido?

– No lo sé aún.

– ¿Texas?

– Tal vez. Pero Katie seguirá aquí.

Al cambiar de posición en la cama, sus sábanas crujen.

– ¿Y si te dijera que yo quizás voy a Chicago?