Tú que tan lejos has llegado estás en compañía de los filósofos de mi época, que en tu época son quizás polvo del tiempo, pero en la mía fueron gigantes de la humanidad. Pronto he de entregarte la carga de lo restante, pues hay mucho que contar y temo que mi secreto se propague con demasiada facilidad. Pero antes, por deferencia a tus logros, te ofrezco los inicios de mi historia, y así sabrás que no te he conducido en vano hasta aquí.
Hay en la tierra de mis hermanos un predicador que ha cubierto con gran pestilencia a los amantes del conocimiento. Lo hemos combatido con todo nuestro ingenio, con toda nuestra influencia, pero este hombre sólo ha levantado a nuestros compatriotas en contra nuestra. En las plazas, desde los pulpitos, los arenga, y los hombres vulgares de todas las naciones se alzan en armas para embestirnos. Igual que Dios, por celos, echó abajo la torre de la llanura de Shinar, que los hombres construyeron para llegar al cielo, así Él levanta el puño contra nosotros que intentamos algo semejante. Hace mucho tiempo tuve la esperanza de que los hombres desearan liberarse de su ignorancia, igual que el esclavo desea liberarse de su esclavitud. Es ésta una condición que no conviene a nuestra dignidad y es contraria a nuestra naturaleza. Sin embargo, descubro ahora que la raza de los hombres es cobarde, una perversión como la lechuza de mi acertijo, la cual, aunque pueda disfrutar del sol, prefiere la oscuridad. Tras la terminación de mi cripta, lector, dejarás de oír de mí. Ser príncipe entre gentes como éstas es ser un pordiosero en un castillo. Este libro será mi único hijo; quiérase que viva largo tiempo y que te sirva bien.
Paul se detuvo a duras penas a contemplar el texto y siguió con el quinto y último acertijo, que había encontrado mientras yo todavía me peleaba con el cuarto: «¿Dónde se encuentran la sangre y el espíritu?».
– Es el asunto filosófico más viejo del libro -me dijo, mientras yo me entretenía en la habitación preparándome para una noche con Katie.
– ¿Qué asunto?
– La intersección de mente y cuerpo, la dualidad entre la carne y el espíritu. La vemos en Agustín, en Contra Manichaeos. La vemos en la filosofía moderna. Descartes pensó que podía ubicar el alma en los alrededores de la glándula pineal, en el cerebro.
Continuó en ese sentido, pasando las páginas de un libro de Firestone y farfullando filosofía, mientras yo preparaba las cosas.
– ¿Qué lees? -le pregunté, sacando mi copia del Paraíso perdido para llevármela conmigo.
– Galeno -dijo Paul.
– ¿Quién?
– El segundo padre de la medicina occidental después de Hipócrates.
Lo recordaba bien. Charlie había estudiado a Galeno en clase de Historia de la Ciencia. Según los estándares del Renacimiento, sin embargo, Galeno ya no era ningún niño: había muerto mil trescientos años antes de la publicación de la Hypnerotomachia.
– ¿Para qué?
– Creo que el acertijo es sobre anatomía. Colonna debió creer que había un órgano en el cuerpo donde se encontraban la sangre y el espíritu.
Charlie apareció en la puerta con los restos de una manzana en la mano.
– ¿De qué habláis, aficionados? -dijo al oír que se hablaba de medicina.
– Un órgano como éste -dijo Paul, ignorándolo-. La rete mirabile. -Señaló un diagrama del libro-. Una red de nervios y vasos sanguíneos en la base del cerebro. Galeno pensaba que era aquí donde los espíritus de la vida se transformaban en espíritus animales.
– ¿Y por qué no funciona? -pregunté, al tiempo que me miraba el reloj.
– No lo sé. No funciona como clave.
– Porque no existe en los humanos -dijo Charlie.
– ¿Qué quieres decir?
Charlie levantó la cara y dio un último mordisco a su manzana.
– Galeno sólo diseccionó animales. La rete mirabile la encontró en un buey, o en una oveja.
La expresión de Paul se apagó.
– También armó un lío con la anatomía cardiaca -continuó Charlie.
– ¿No hay septum? -dijo Paul, como si supiera a qué se refería Charlie.
– Sí que hay. Pero no tiene poros.
– ¿Qué es el septum? -pregunté.
– La pared de tejido entre las dos mitades del corazón. -Charlie se acercó al libro de Paul y pasó las páginas hasta encontrar un diagrama del sistema circulatorio-. Galeno se equivocó de cabo a rabo. Dijo que había en el septum unos hoyos pequeñitos por los que la sangre pasaba de una cámara a la otra.
– ¿Y no los hay?
– No -ladró Paul, que parecía haber trabajado en todo esto más tiempo del que yo creía-. Pero Mondino cometió el mismo error acerca del septum. Lo descubrieron Vesalio y Serveto, pero eso no ocurrió hasta mediados del siglo dieciséis. Leonardo siguió a Galeno. Harvey no describió el sistema circulatorio hasta el siglo diecisiete. Este acertijo es de finales del quince, Charlie. Tiene que ser la rete mirabile o el septum. Nadie sabía que el aire se mezclaba con la sangre en los pulmones. Charlie soltó una risita.
– Nadie en Occidente. Los árabes lo averiguaron doscientos años antes de que tu amigo escribiera este librito.
Paul comenzó a buscar entre sus papeles. Creí que el asunto quedaba cerrado, y me di la vuelta para salir.
– Tengo que irme. Os veo más tarde, chicos.
Pero justo cuando me dirigía a la puerta, Paul encontró lo que había estado buscando: el latín que había traducido semanas atrás, el texto del tercer mensaje de Colonna.
– El médico árabe -dijo-, ¿no se llamaría Ibn al-Nafis?
– El mismo -asintió Charlie.
Paul estaba emocionado.
– Francesco debió de recibir el texto de Andrea Alpago.
– ¿De quién?
– El hombre que menciona en el mensaje. «Discípulo del venerable Ibn al-Nafis.» -Antes de que cualquiera de nosotros pudiera hablar, Paul había comenzado a hablar solo-. ¿Cómo se dice pulmón en latín? ¿Pulmo?
Me encaminé hacia la puerta.
– ¿No te esperas para ver lo que dice?
– Tengo que ver a Katie en diez minutos.
– Sólo tardaré quince. Tal vez media hora.
Creo que fue justo en ese momento cuando se dio cuenta de cómo habían cambiado las cosas.
– Os veré por la mañana -dije.
Charlie, que lo entendía todo, sonrió y me deseó buena suerte.
Fue una noche especial para Paul, me parece. Se dio cuenta de que me había perdido definitivamente. También intuyó que no importaba cuál fuera el mensaje final de Colonna: era imposible que contuviera el secreto entero de aquel hombre, tan poco había sido revelado en las primeras cuatro partes. La segunda mitad de la Hypnerotomachia que, según habíamos asumido siempre, no era más que relleno, debía contener en realidad más textos cifrados. Y el poco consuelo que Paul recibió de los conocimientos médicos de Charlie se disipó rápidamente, cuando vio el mensaje de Colonna y se dio cuenta de que tenía razón.
Temo por ti, lector, como temo por mí mismo. Como has percibido hasta ahora, ha sido mi intención desde el comienzo de este texto revelarte mis secretos, sin importar cuan profundamente los envolviera en sus cifras. He deseado que encuentres lo que buscas, y he actuado para ti como guía.