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Ahora, sin embargo, encuentro que no tengo fe suficiente en mi propia creación para continuar de este modo. Quizá no estoy en capacidad de juzgar la verdadera dificultad de los acertijos aquí contenidos, aun si sus creadores me aseguran que sólo un verdadero filósofo logrará resolverlos. Quizá también estos sabios envidian mi secreto, y me han engañado de manera que puedan robar después lo que por derecho nos pertenece. Nuestro predicador es hombre en verdad astuto, y sus seguidores se encuentran por doquier; temo que envíe a sus soldados contra mí.

Es pues para defenderte, lector, que emprendo mi curso presente. Entre mis capítulos, allí donde te has acostumbrado a encontrar un acertijo, en adelante no encontrarás ninguno, y no habrá soluciones que puedan guiarte. Emplearé tan sólo mi Regla de Cuatro durante el viaje de Polifilo, pero no te ofreceré sugerencia alguna acerca de su naturaleza. Sólo tu intelecto te guiará de ahora en adelante. Que Dios y el genio, amigo mío, te lleven por el buen camino.

Sólo la confianza en sí mismo impidió que Paul sintiese su propio abandono hasta que hubieron transcurrido varios días. Yo lo había abandonado; Colonna lo había abandonado; ahora, navegaba solo. Trató, al principio, de volver a involucrarme en el proceso. Juntos habíamos resuelto tantas cosas que le pareció egoísta permitir que me ausentase en el último minuto. Estábamos tan cerca de lograrlo, pensó; nos quedaba tan poco por hacer.

Pasó una semana, y luego otra. Mi relación con Katie empezaba de nuevo: volví a aprenderla; la amaba sólo a ella. Tanto había sucedido en las semanas que habíamos pasado separados, que mis intentos por ponerme al día me absorbían totalmente. Alternábamos las comidas entre el Cloister y el Ivy. Ella tenía nuevos amigos; ambos teníamos nuevos hábitos. Empecé a interesarme en sus asuntos familiares. Sentía que estaba deseosa de contarme cosas, y que lo haría cuando hubiera recuperado por completo la confianza en mí.

Todo lo que Paul había aprendido a través de los acertijos de Colonna, mientras tanto, comenzó a fallarle. Como un cuerpo cuyas funciones comienzan lentamente a decaer, la Hypnerotomachia se resistía a las medicinas más fiables. La Regla del Cuatro era esquiva; Colonna no había dado indicación alguna de su origen. Charlie, el héroe del quinto acertijo, pasó algunas noches en vela acompañando a Paul y preocupado por el efecto de mi partida. Nunca me pidió ayuda, sabedor de lo que el libro me había hecho antes, pero era evidente que se movía alrededor de Paul como un médico que vigila a un paciente cuya salud, se teme, empeora gravemente. Le sobrevenía una cierta oscuridad -el corazón roto de un amante libresco- y Paul era impotente frente a ella. Sufriría, sin mi ayuda, hasta el fin de la Semana Santa.

Capítulo 19

En el camino de vuelta a Dod, barajo las fotografías del Princeton Battlefield. Foto tras foto he sorprendido a Katie en pleno movimiento, corriendo hacia mí con el pelo flotando en el aire y la boca medio abierta, con las palabras atrapadas en el registro de la experiencia que la cámara es incapaz de capturar. La alegría de estas fotos consiste en el placer de imaginar su voz en ellas. Dentro de doce horas la veré en el Ivy; la llevaré al baile que ha estado esperando casi desde que nos conocimos, y sé lo que quiere que le diga. Que he tomado una decisión y soy capaz de cumplirla; que he aprendido la lección. Que no regresaré a la Hypnerotomachia.

Cuando llego a la habitación, esperando encontrar a Paul en su escritorio, su litera sigue vacía, y ahora los libros de su tocador han desaparecido. Pegada con celo a la parte superior del marco de la puerta hay una nota redactada en letras grandes y rojas: Tom,

¿Dónde estás? He vuelto para buscarte. ¡He resuelto 4S-10E-2N-6O! Voy a buscar un topógrafo en Firestone, luego a McCosh. Vincent dice tener el plano. 10.15.

P.

Leo el mensaje de nuevo, tratando de hacer encajar las piezas. El sótano de McCosh Hall es donde está el despacho de Taft. Pero la última línea me deja paralizado: Vincent dice tener el plano. Levanto el teléfono y llamo a la sede de los servicios médicos. Charlie se pone al teléfono en cuestión de segundos.

– ¿Qué hay, Tom?

– Paul ha ido a ver a Taft.

– ¿Qué? Pensaba que iba a hablar de Stein con el decano.

– Tenemos que encontrarlo. ¿Puedes buscar que alguien te…?

Antes de que pueda terminar la frase, un sonido ahogado interrumpe la llamada, y escucho a Charlie hablando con alguien al otro lado de la línea.

– ¿Cuándo se ha ido Paul? -dice al volver.

– Hace unos diez minutos.

– Voy para allá. Lo alcanzaremos.

El Volkswagen Karmann Ghia modelo 1973 de Charlie llega a la parte posterior de Dod más de quince minutos después. El viejo coche parece un sapo de metal que se ha quedado oxidado en mitad de un salto. Antes de que me agache para sentarme en el asiento del copiloto, Charlie ya ha metido la marcha atrás.

– ¿Por qué has tardado tanto?

– Una periodista llegó cuando ya estaba saliendo -dice-. Quería hablarme de lo de anoche.

– ¿Y?

– Alguien del departamento de Policía le contó lo que dijo Taft en su interrogatorio. -Entramos en Elm Drive, donde pequeñas crestas de nieve fangosa le dan al asfalto una superficie dispareja, como la del océano por la noche-. ¿No me dijiste que Taft conoció a Richard Curry hace mucho tiempo?

– Sí. ¿Por qué?

– Porque le dijo a los policías que sólo conocía a Curry a través de Paul.

Apenas entramos en la zona norte del campus diviso a Paul en el patio que hay entre la biblioteca y el departamento de Historia, caminando hacia McCosh.

– ¡Paul! -grito por la ventanilla.

– ¿Qué haces? -le dice bruscamente Charlie mientras aparca junto al bordillo.

– ¡Lo he resuelto! -dice Paul, sorprendido de vernos-. Todo. Sólo necesito el plano. Tom, no vas a creer esto. Es la cosa más sor…

– ¿Qué? Dímelo.

Pero Charlie no está dispuesto a escuchar.

– No irás a ver a Taft -dice.

– No entiendes. He terminado…

– Escúchame -interrumpe Charlie-. Paul, sube al coche. Nos vamos a casa.

– Tiene razón -digo-. No debiste haber venido solo.

– Iré a ver a Vincent -dice Paul en voz baja, y comienza a caminar en dirección del despacho de Taft-. Sé lo que hago.

Charlie empieza a conducir marcha atrás, manteniéndose junto a Paul.

– ¿Crees que simplemente te dará lo que quieres?

– Es él quien me ha llamado, Charlie. Me ha dicho que lo haría.

– ¿Ha admitido que se lo robó a Curry? -pregunto-. ¿Por qué iba a darte el plano ahora?

– Paul -dice Charlie, parando el coche-. Taft no te dará nada.

Lo dice de tal forma que Paul se detiene.

Charlie baja la voz y explica lo que ha sabido por la periodista.

– Anoche, cuando la policía le preguntó a Taft si se le ocurría quién podía haberle hecho esto a Bill Stein, Taft dijo que se le ocurrían dos personas.

La expresión de Paul empieza a apagarse, el entusiasmo por el descubrimiento a decaer.

– El primero era Curry -dice Charlie-. El segundo eras tú. -Hace una pausa para que el énfasis cale-. Así que no me importa qué te haya dicho por teléfono. Tienes que alejarte de él.

Una vieja furgoneta blanca pasa rugiendo junto a nosotros. Bajo sus ruedas, la nieve cruje.

– Ayudadme, entonces -dice Paul.

– Lo haremos. -Charlie abre la puerta-. Te llevaremos a casa.

Paul se aprieta el abrigo.

– Ayudadme viniendo conmigo. Cuando Vincent me dé el plano, no lo necesitaré más. Charlie lo mira fijamente.

– Pero ¿es que no me has oído?

Sin embargo, hay un aspecto de todo esto que Charlie no comprende. No sabe lo que significa que Taft haya escondido el plano durante todo este tiempo.

– Estoy a punto de tenerlo en mis manos, Charlie -dice Paul-. Lo único que debo hacer es defender lo que he encontrado. ¿Y tú me dices que me vaya a casa?