A lo lejos veo largas hileras de puertas verdes y metálicas casi tan apiñadas como taquillas de instituto. Las habitaciones a las que dan paso no son más grandes que un armario. Pero cientos de estudiantes de último año se encierran durante semanas en estos lugares para terminar su tesina en paz. El cubículo de Paul, que no he visitado en meses, está cerca de la esquina más remota del pasillo.
– Tal vez era sólo el cansancio, pero empecé a preguntarme: ¿Y si Francesco sabía exactamente lo que hacía? ¿Y si la forma de descifrar la segunda parte del libro fuera concentrarse en el primer acertijo? Francesco dijo que no había dejado ninguna solución, pero no dijo que no hubiera dejado pistas. Y ahí estaban las indicaciones del diario del capitán para ayudarme.
Llegamos frente a su cubículo y Paul introduce la combinación del candado. En la pequeña ventana rectangular hay una cartulina negra que impide ver el interior.
– Pensé que las indicaciones hacían referencia a una ubicación física. Cómo llegar de un estadio a una cripta, todo medido en stadia. Incluso el capitán creyó que las indicaciones eran geográficas. -Niega con la cabeza-. No estaba pensando como Francesco.
Paul abre el candado y empuja la puerta. La pequeña habitación está llena de libros, montañas y montañas de libros, una versión en miniatura del Salón Presidencial del Ivy. El suelo está cubierto de envoltorios de comida. En las paredes hay pegadas innumerables hojas de papel con un mensaje garabateado. En una se lee: «Fineo, hijo de Belo, no era Fineo, rey de Salmideso». En otro: «Revisar Hesíodo: ¿Hesperetousa o Hesperia y Aretousa?» En un tercero: «Comprar más galletas».
Quito un montón de fotocopias de una de las dos sillas que se apiñan en el cubículo, y trato de sentarme sin tirar nada.
– Así que regresé a los acertijos -dice Paul-. ¿De qué iba el primero?
– Moisés. Cuernos en latín.
– Correcto. -Me da la espalda un instante para cerrar la puerta-. Era acerca de una traducción errónea. Filología, lingüística histórica. Era acerca del lenguaje.
Comienza a buscar en una pila de libros que hay en su minúscula mesa. Al final encuentra lo que quiere: la Historia del Arte del Renacimiento de Hartt.
– ¿Por qué tuvimos suerte con el primer acertijo? -dice.
– Porque soñé…
– No -dice Paul, al tiempo que encuentra la página con la escultura del Moisés de Miguel Ángel, la imagen que dio comienzo a nuestra colaboración-. Tuvimos suerte porque el acertijo era sobre algo verbal, y nosotros buscábamos algo físico. A Francesco no le importaban los cuernos físicos, los cuernos reales; le preocupaba una palabra, una traducción equivocada. Tuvimos suerte porque esa mala traducción se manifestó eventualmente de forma física. Miguel Ángel talló su Moisés con cuernos, y tu lo recordaste. Si no hubiera sido por la manifestación física, nunca habríamos recordado la respuesta lingüística.
– Así que buscaste una representación lingüística de las indicaciones.
– Exacto. Norte, sur, este y oeste no son pistas físicas. Son pistas verbales. Cuando miré la segunda parte del libro, supe que estaba en lo cierto. La palabra stadia aparece cerca del principio del primer capítulo. Mira esto -dice, tras encontrar una hoja de papel en la que ha estado trabajando.
Hay tres frases escritas sobre la página: «Gil y Charlie van al estadio a ver a Princeton vs. Harvard. Tom busca la pluma de Paul. Katie toma fotos mientras le sonríe encantadoramente y le dice “Yo te amo”.»
– ¿Encantadoramente? -digo
– No parece gran cosa ¿no? Parece divagar simplemente, como la historia de Polifilo. Pero si pones el párrafo en una cuadrícula -dice Paul dándole la vuelta al papel-, te encuentras con esto:
Algo debería parecerme evidente pero no veo nada
– ¿Eso es todo? -pregunto
– Eso es todo. Simplemente sigue las indicaciones. Cuatro sur, diez este, dos norte, seis oeste. De stadio comienza por la “s” que hay en “stadio”.
Encuentro un bolígrafo en su escritorio y lo intento moviéndome cuatro hacia abajo, diez a la derecha, dos hacia arriba y seis a la izquierda.
Escribo las letras S-O-L-U-C.
– Ahora repite el proceso -dice Paul-, comenzando por la última letra.
Comienzo de nuevo por la C
Y ahí está, bien claro sobre la página S-O-L-U-C-I-Ó-N.
– Ésta es la Regla del Cuatro -dice Paul-. Cuando comprendes cómo funciona la mente de Colonna, es muy simple. Cuatro indicaciones dentro del texto. Sólo tienes que repetirlas una y otra vez y luego averiguar dónde están las divisiones entre palabras.
– Pero esto debió costarle meses de escritura a Colonna
Paul asiente
– Lo gracioso es que yo siempre había notado que ciertas líneas de la Hypnerotomachia eran todavía más desorganizadas que las otras, que había lugares donde las palabras no encajaban, donde había cláusulas puestas de forma extraña donde de repente aparecían los neologismos más raros. Ahora, todo eso tiene sentido. Francesco tuvo que escribir el texto para cumplir con el diseño. Eso explica que haya utilizado tantos idiomas. Si la palabra vernácula no entraba en los espacios, tenía que intentarlo con la palabra latina, o inventarse una palabra él mismo. Incluso me parece que tomó una decisión equivocada al hacer el diseño. Mira.
Paul señala la línea en donde aparecen la O, la L y la N.
– ¿Ves cuántas letras cifradas hay en esta línea? Y habrá otra línea igual cada vez que hagas las seis al oeste. La secuencia cuatro sur dos norte se dobla sobre sí misma, de manera que cada dos líneas de la Hypnerotomachia Francesco tenía que encontrar un texto que se acomodara a cuatro letras distintas. Pero funcionó. Nadie en quinientos años lo ha descubierto.
– Pero las letras no están impresas de esta forma en el libro -digo, preguntándome cómo ha hecho Paul para aplicar la técnica al texto real-. Las letras no están espaciadas regularmente sobre una cuadrícula. ¿Cómo puede saberse dónde exactamente queda el norte y dónde el sur?
Paul asiente.
– No se puede, porque es difícil saber qué letra va directamente encima o debajo de otra. Tuve que resolverlo matemáticamente en lugar de gráficamente.
Todavía me sorprende el modo en que une en una misma idea la simplicidad y la complejidad.
– Mira lo que escribí, por ejemplo. En este caso, hay -saca una cuenta- dieciséis letras por línea, ¿correcto? Eso quiere decir, si lo resuelves correctamente, que «cuatro sur» siempre estará cuatro líneas hacia abajo, en línea recta, lo cual es igual a setenta y dos letras a la derecha del punto de partida original. Usando la misma fórmula matemática, «dos norte» será lo mismo que treinta y seis letras a la izquierda. Y cuando sabes qué extensión tiene la línea estándar de Francesco, sólo tienes que sacar las cuentas y simplemente puedes hacerlo todo así. Después de un rato, empiezas a contar las letras con mucha rapidez.
Se me ocurre que durante nuestra colaboración, mi única aportación que podía compararse con la velocidad de los razonamientos de Paul era mi intuición: suerte, sueños, asociaciones libres. No es muy justo para él que trabajáramos como iguales.
Paul dobla la hoja de papel y la pone en la papelera. Echa una mirada alrededor de su cubículo, levanta una pila de libros y me los pone en las manos, y luego coge otra pila para él. El analgésico debe de seguir funcionando todavía, porque el peso no me afecta al hombro.
– Me sorprende que hayas descubierto algo así -digo-. ¿Qué ponía en el mensaje?
– Primero, ayúdame a devolver estos libros a las estanterías -responde-. Quiero vaciar este lugar.
– ¿Por qué?
– Para estar a salvo.
– ¿De qué?