Выбрать главу

Me enseña media sonrisa.

– De las multas de la biblioteca.

Salimos del cubículo y Paul me conduce hacia un largo corredor que se extiende hasta perderse en la oscuridad. A ambos lados hay estanterías que se ramifican formando sus propios pasillos, en los que cada callejón sin salida genera otros callejones sin salida. Estamos en un rincón de la biblioteca tan poco frecuentado que los bibliotecarios mantienen las luces apagadas: los visitantes deben encender las luces de cada estantería cuando quieran usarla.

– Cuando acabé, no me lo podía creer -dice-. Antes de descifrar el código, ya estaba temblando. Terminado. Después de todo este tiempo, aquello estaba terminado.

Se detiene frente a una de las estanterías del fondo. Alcanzo a distinguir tan sólo la silueta de su cara.

– Y valió la pena, Tom. No hubiera podido prever siquiera lo que había en la segunda parte del libro. ¿Recuerdas lo que vimos en la carta de Bill?

– Sí.

– La mayor parte de esa carta era una gran mentira. Tú sabes que este trabajo es mío, Tom. Lo más que Bill llegó a hacer fue traducir unos cuantos caracteres árabes. Hizo algunas copias y revisó algunos libros. Lo demás lo hice yo por mi cuenta.

– Lo sé -digo.

Paul se cubre la boca con la mano durante un segundo.

– No, no es cierto. Sin todo lo que encontraron tu padre y Richard, y todo lo que vosotros resolvisteis, y en particular tú, no hubiera podido hacerlo. No lo hice todo por mi cuenta. Vosotros me enseñasteis el camino.

Paul invoca el nombre de mi padre y el de Richard Curry como si fueran un par de santos, dos mártires salidos de la conferencia de Taft. Durante un instante me siento como Sancho Panza oyendo a Don Quijote. Los gigantes que ve no son más que molinos, lo sé y, sin embargo, es él quien puede ver en la oscuridad y yo soy el que no doy crédito a mis ojos. Tal vez éste ha sido el meollo del asunto todo el tiempo, pienso: somos animales con imaginación. Sólo el hombre que ve gigantes es capaz de encaramarse a sus hombros.

– Pero Bill tenía razón sobre una cosa -dice Paul-. Los resultados sí que opacarán cualquier otra cosa en el campo de los estudios históricos. Durante un largo tiempo.

Me quita la pila de libros de las manos y de repente me siento leve. Detrás de nosotros, el pasillo se extiende hacia una luz lejana, y a cada lado los corredores abiertos se pierden en el espacio. Incluso en medio de la oscuridad puedo ver a Paul sonreír.

Comenzamos a hacer viajes de ida y vuelta entre el cubículo y las estanterías, devolviendo docenas de libros, la mayoría a los estantes equivocados. Paul sólo parece preocupado por esconderlos.

– ¿Recuerdas lo que estaba sucediendo en Italia justo antes de que se publicara la Hypnerotomachia? -pregunta.

– Sólo lo que había en el libro del Vaticano.

Paul me pone otra pila de libros en las manos antes de regresar a la oscuridad.

– En la época de Francesco, la vida intelectual de Italia gira alrededor de una sola ciudad -dice.

– Roma.

Pero Paul niega.

– Más pequeña. Una ciudad del tamaño de Princeton, no el pueblo, sino el campus.

Veo lo feliz que está por lo que acaba de descubrir, lo real que se ha vuelto aquello en su vida.

– En esa ciudad -dice-, hay más intelectuales de los que cualquier persona puede necesitar. Genios. Eruditos. Pensadores que apuntan a las grandes respuestas de las grandes preguntas. Autodidactas que han aprendido lenguas muertas que nadie más conoce. Filósofos que combinan pasajes religiosos de la Biblia con ideas sacadas de textos romanos y griegos, de la mística egipcia, de manuscritos persas tan viejos que nadie sabe cómo fecharlos. La vanguardia absoluta del humanismo. Piensa en los acertijos. Profesores de universidad jugando a la Rithmomachia. Traductores interpretando a Horapollo. Anatomistas que corrigen a Galeno.

En mi mente aparece la cúpula de Santa Maria del Fiore. A mi padre le gustaba llamarla la ciudad madre de todos los estudios modernos.

– Florencia -digo.

– Correcto. Pero eso es tan sólo el comienzo. En cualquier otra disciplina tienes a los nombres más grandes de Europa. En arquitectura, tienes a Brunelleschi, que consiguió la cúpula de catedral más grande que se había visto en mil años. En escultura tienes a Ghiberti, creador de un conjunto de relieves tan bello que se le conoce como las Puertas del Paraíso. Y tienes al ayudante de Ghiberti, que crece hasta convertirse en el padre de la escultura moderna: Donatello.

– Los pintores tampoco eran malos -le recuerdo.

Paul sonríe.

– La concentración de genio más grande en la historia del arte occidental, y toda en esta pequeña ciudad. Aplicaron nuevas técnicas, inventaron nuevas teorías de la perspectiva, y transformaron la pintura, que pasó de ser un simple oficio a ser una ciencia y un arte. Debió de haber una docena de pintores como Alberti, pintores que habrían sido considerados de primer nivel en cualquier parte del mundo. Pero en esta ciudad, son de segunda. Porque deben competir con los gigantes. Masaccio. Botticelli. Miguel Ángel.

A medida que crece el impulso de sus ideas, sus pies se mueven con más velocidad por los oscuros pasillos.

– ¿Quieres científicos? -dice-. ¿Qué me dices de Leonardo da Vinci? ¿Quieres políticos? Ahí está Maquiavelo. ¿Poetas? Boccaccio y Dante. Y muchos de estos tipos eran contemporáneos. Y además de todo eso, ahí tienes a los Médicis, una familia tan rica que podía permitirse patrocinar a tantos artistas e intelectuales como produjera la ciudad.

»Todos ellos juntos en la misma ciudad, y casi al mismo tiempo. Los mayores héroes culturales de toda la historia de Occidente se cruzaban por la calle, se conocían, algunos se tuteaban. Hablaban entre sí, competían, se influenciaban y se empujaban mutuamente para obligarse a ir más lejos de lo que hubieran podido llegar solos. Y todo eso en un lugar donde la belleza y la verdad eran reyes, donde las principales familias se enfrentaban por ver quién podía encargar el mejor arte, quién podía subsidiar a los más brillantes pensadores, quién podía ser dueño de la biblioteca más grande. Imagínatelo. Es como un sueño. Un imposible.

Regresamos al cubículo y Paul se sienta por fin.

– Luego, en los últimos años del siglo quince, poco antes de que la Hypnerotomachia sea escrita, ocurre algo incluso más sorprendente. Algo que todo erudito del Renacimiento conoce, pero que nadie ha conectado jamás con el libro. El acertijo de Francesco habla una y otra vez de un poderoso predicador de la tierra de sus hermanos. Pero yo no lograba encontrar la conexión.

– Yo creía que Lutero no fue hasta 1517. Colonna escribe en la década de 1490.

– No es Lutero -dice Paul-. A finales de 1400, un monje dominico fue enviado a Florencia para unirse a un monasterio llamado San Marco.

De repente me doy cuenta.

– Savonarola.

El gran predicador evangélico que, tratando de restaurar la fe de la ciudad, azuzó a Florencia durante el cambio de siglo.

– Exacto -dice Paul-. Savonarola es un tipo que se fija un objetivo y lo persigue en línea recta. La línea más recta que verás jamás. Y cuando llega a Florencia, comienza a predicar. Le dice a la gente que su comportamiento es malvado, su cultura y su arte profanos, su gobierno injusto. Dice que Dios los mira con malos ojos. Les dice que se arrepientan.

Sacudo la cabeza.

– Sí, sé cómo suena -continúa Paul-, pero Savonarola tiene razón. En cierto modo, el Renacimiento es una época sin dioses. La iglesia está corrupta. El papado es un puesto político. Prospero Colonna, tío de Francesco, muere supuestamente de gota, pero algunos creen que el papa Alejandro lo envenenó porque venía de una familia enemiga. Ése es el mundo del momento: un mundo en que se sospecha que el Papa es un asesino. Y eso era sólo el comienzo: se temían que había cometido sadismo, incesto, cualquier cosa que se te pueda ocurrir.

»Mientras tanto, a pesar de todo su vanguardismo en el arte y en los estudios, Florencia está en estado de constante agitación política. En las calles, las facciones se pelean, las familias más notables conspiran contra las otras para ganar poder y, aunque la ciudad es supuestamente una república, los Médicis lo controlan todo. La muerte es algo normal, la extorsión y la coerción lo son todavía más, la injusticia y la desigualdad son la regla de la vida. Se trata de un lugar bastante incómodo, considerando las cosas tan bellas que produjo.