»Así que Savonarola llega a Florencia y ve el mal dondequiera que mira. Urge a los ciudadanos a que limpien sus vidas, a que dejen el juego, a que comiencen a leer la Biblia, a que ayuden a los pobres y den comida a los hambrientos. En San Marcos, comienza a ganar seguidores. Incluso algunos de los principales humanistas lo admiran. Se dan cuenta de que es un tipo culto y versado en filosofía. Poco a poco, Savonarola va en ascenso.
Lo interrumpo.
– Yo pensaba que todo esto sucedió cuando los Médicis todavía controlaban la ciudad.
– No. Desafortunadamente para ellos, su último heredero, Piero, era un ingenuo. Era incapaz de gobernar la ciudad. La gente comenzó a reclamar libertad, lo cual era un grito sagrado en Florencia, y al final los Médicis fueron expulsados. ¿Recuerdas el grabado número cuarenta y ocho? ¿El niño del carro descuartizando a las dos mujeres?
– El que Taft mostró en su conferencia.
– Exacto. Vincent siempre lo interpretó así. El castigo tenía que deberse a una traición. ¿Dijo lo que creía que significaba?
– No. Quería que lo resolviera el público.
– Pero preguntó acerca del niño del grabado. Por qué lleva una espada, o algo así, ¿no es verdad?
Imagino a Taft debajo de la imagen con su sombra proyectándose sobre la pantalla.
– «¿Por qué obliga a las mujeres a tirar del carro a través del bosque para luego matarlas de esta manera?» -recuerdo.
– La teoría de Vincent era que la figura de Cupido representaba a Piero, el heredero de los Médicis. Piero se comportaba como un niño, de manera que el artista lo representó así. Por su culpa, los Médicis perdieron su dominio sobre Florencia y fueron expulsados. Así que los grabados lo muestran en retirada a través de los bosques.
– Pero ¿quiénes son las mujeres?
– Florencia e Italia, dice Vincent. Al comportarse como un niño, Piero las destruyó a ambas.
– Parece posible.
– Es una interpretación coherente -acepta Paul, tanteando el lado inferior de su escritorio en busca de algo-. Pero no es la correcta. Vincent se negó a aceptar que la regla del acróstico fuera la clave. Nunca quiso creer que la primera de esas imágenes fuera la más importante. Sólo pudo ver las cosas a su manera.
»El asunto es que, cuando los Médicis fueron expulsados, las otras familias principales se reunieron para discutir acerca de un nuevo gobierno para Florencia. El único problema era que nadie confiaba en nadie. Al final terminaron por ponerse de acuerdo en darle a Savonarola una posición de autoridad. Él era el único incorruptible, y eso lo sabía todo el mundo.
»Así que la popularidad de Savonarola crece todavía más. La gente comienza a tomarse a pecho sus sermones. Los tenderos comienzan a leer la Biblia en su tiempo libre. Los jugadores dejan de hacer ostentación de sus partidas de cartas. La bebida y el desorden parecen entrar en decadencia. Pero Savonarola se da cuenta de que el mal persiste. Así que lleva su programa de mejoras cívicas y espirituales un paso más allá.
Paul estira el brazo bajo el escritorio para llegar más al fondo. Se oye el ruido de la cinta que se desprende; enseguida, Paul saca un sobre de papel de Manila. Dentro del sobre hay un calendario que ha diseñado de su puño y letra. Cuando pasa las páginas, veo una secuencia de festividades religiosas desconocidas, marcadas con bolígrafo rojo -días de santos, días de fiesta- y en negro, una serie de notas que no logro distinguir.
– Es febrero de 1497 -dice, señalando ese mes-, dos años antes de la publicación de la Hypnerotomachia , y se acerca la Cuaresma. Ahora bien, la tradición era ésta: puesto que la Cuaresma era un periodo de ayuno y abnegación, los días inmediatamente anteriores eran un periodo de celebración, un gigantesco festival, de manera que la gente pudiera disfrutar antes del comienzo de la Cuaresma. Igual que ahora, ese periodo se llamaba Carnaval. Puesto que los cuarenta días de la Cuaresma comienzan siempre el Miércoles de Ceniza, el Carnaval culmina el día antes: el Martes Gordo, o Mardi Gras.
En lo que me dice hay fogonazos de cosas que me resultan familiares. Mi padre debió de hablarme de todo esto alguna vez, antes de darse por vencido conmigo o de que yo me diera por vencido con él. O quizás es que aprendí poco en la iglesia, antes de tener edad suficiente para decidir por mi cuenta cómo pasar las mañanas de domingo.
Paul saca otro diagrama. En el título se lee: Florencia, 1500.
– El Carnaval en Florencia era un periodo de gran desorden, ebriedad, libertinaje. Había pandillas de jóvenes que cerraban las bocacalles y obligaban a la gente a pagar peajes para pasar. Luego se gastaban el dinero en alcohol y en juego.
Señala un espacio amplio en medio del dibujo.
– Cuando ya estaban completamente borrachos, acampaban alrededor de hogueras en la plaza principal, y terminaban la noche con una inmensa pelea en la cual cada grupo arrojaba piedras a los demás. Cada año había heridos, incluso muertos.
»Savonarola, por supuesto, es el opositor más ferviente del Carnaval. En su opinión, ha surgido un reto contra la Cristiandad que amenaza con hacer que la gente de Florencia caiga en la tentación. Y reconoce que hay una fuerza más poderosa que las demás, una fuerza que contribuye como ninguna a la corrupción de la ciudad. Esa fuerza enseña a los hombres que las autoridades paganas pueden competir con la Biblia, que la sabiduría y la belleza de cosas no cristianas debería ser venerada también. Esa fuerza lleva a los hombres a creer que la vida humana es una búsqueda de conocimientos y satisfacciones terrenales, y los distrae del único objeto que en verdad importa: la salvación. Esa fuerza es el humanismo. Y sus más grandes defensores son los principales intelectuales de la ciudad, los humanistas.
»Entonces se le ocurre a Savonarola la idea que constituye probablemente su más grande legado histórico. Decide que el Martes de Carnaval, el último día de las fiestas, pondrá en escena un evento gigantesco: algo que mostrará el progreso y la transformación de la ciudad, pero al mismo tiempo recordará a los florentinos sus pecados. Deja que las pandillas de jóvenes recorran la ciudad, pero ahora les da un propósito. Les dice que recojan objetos no cristianos de todos los barrios y los lleven a la plaza principal. Hace una gigantesca pirámide con los objetos. Y ese día, Martes de Carnaval, en un momento en que las pandillas normalmente estarían sentadas alrededor de sus hogueras y enfrentándose a pedradas, Savonarola consigue que construyan otro tipo de hoguera.
Paul mira el mapa, y enseguida sus ojos se fijan en mí.
– La hoguera de las vanidades -digo.
– Correcto. Las pandillas regresaban a la plaza con una carreta tras otra de cartas y dados, tableros de ajedrez, sombras para los ojos, carmín de labios, redecillas para el pelo, joyas, máscaras de carnaval y disfraces. Pero lo más importante es que traían libros paganos. Manuscritos de escritores griegos y romanos. Esculturas y pinturas clásicas.
Paul devuelve el dibujo al sobre. Su voz se torna sombría.
– El Martes de Carnaval, el siete de febrero de 1497, la ciudad entera salió a mirar. Los registros dicen que la pirámide tenía veinte metros de alto, que su base tenía un perímetro de noventa metros. Y todo aquello ardió en llamas.
»La hoguera de las vanidades se convierte en un momento inolvidable de la historia del Renacimiento. -Paul hace una pausa, mira los recortes de papel que cubren la pared y que se levantan levemente cuando el aire del ventilador recorre el cubículo-. Savonarola se hace famoso. Poco tiempo después, ya es conocido en toda Italia y más allá. Sus sermones se imprimen y se leen en media docena de países. Es admirado y odiado. Miguel Ángel se sentía cautivado por él. Maquiavelo lo consideraba un impostor. Pero todo el mundo tenía su propia opinión, y todo el mundo admitía su poder. Todo el mundo.