»Francesco está a punto de marcharse, consciente de que su causa nunca podrá reconciliarse con la de Savonarola, pero, en un último segundo de ira, se da la vuelta y le dice a Savonarola lo que piensa hacer.
»-Si no accedes a mis peticiones -dice Francesco-, demostraré al mundo que eres un demente, no un profeta. Retiraré cada libro y cada pintura de la pirámide hasta que su fuego me consuma, y mi sangre ensuciará tus manos. Y el mundo se volverá contra ti.
»De nuevo se dispone a marcharse, pero en ese momento Savonarola dice algo que Francesco no se espera.
»-Mis convicciones no cambiarán -dice-, pero si estás dispuesto a morir por las tuyas, te ofrezco mi respeto, y te recibo en mi seno. Toda causa que sea verdadera a los ojos de Dios renacerá, y todo mártir que sea fiel a una causa santa se levantará de sus cenizas y entrará en el reino de los cielos. No deseo ver morir a un hombre de convicciones tan fuertes, pero los hombres a los que representas, los propietarios de los objetos que pretendes salvar, actúan llevados sólo por la codicia y la vanidad. Nunca se reconciliarán con la voluntad de Dios, excepto por la fuerza. A veces es voluntad de Dios sacrificar al inocente para probar al fiel, y acaso es esto lo que ocurre ahora mismo.»Francesco está a punto de contradecirlo, de argumentar que el conocimiento y la belleza no deberían sacrificarse para salvar las almas de hombres corruptos, cuando piensa en sus propios hombres, Donato y Rodrigo, y ve la verdad de las palabras de Savonarola. Se da cuenta de que la vanidad y la avaricia existen incluso en las filas de los humanistas, y comprende que no habrá solución posible. Savonarola le pide que salga del monasterio, pues los monjes deben prepararse para la ceremonia, y Francesco obedece.
»Cuando regresa con sus hombres y les cuenta las noticias, comienzan a prepararse para sus últimos actos. Los cuatro, Francesco y Terragni, Matteo y Cesare, van a la Piazza della Signoria. Mientras los ayudantes de Savonarola preparan la hoguera, Francesco, Matteo y Cesare comienzan a retirar libros y pinturas de la pirámide, exactamente como prometió Francesco. Terragni se queda a un lado mirándolos y escribiendo. Los ayudantes preguntan a Savonarola si deben detenerse, pero éste les dice que continúen. Mientras Francesco y los hermanos hacen un viaje tras otro con los brazos llenos de libros que sacan del montón y ponen en una pila a una distancia prudente, Savonarola les dice que la hoguera será encendida. Les anuncia que morirán si continúan. Los tres hombres lo ignoran.
»En ese momento, la ciudad entera ya se ha reunido en la plaza para ver el fuego. La multitud canta. Las llamas comienzan en la base de la pirámide y crecen hacia arriba. Francesco y los dos hermanos siguen haciendo viajes. El fuego se calienta más y más, y ellos se cubren la boca con ropas para no inhalar el humo. Llevan guantes para protegerse las manos, pero el fuego los quema. Tres o cuatro viajes después, el humo ha oscurecido sus caras. Tienen las manos y los pies negros de tanto hurgar en el fuego. Sienten que la muerte se acerca, y en ese instante, escribe el arquitecto, se percatan de la gloria del martirio.
»Al ver cuánto ha crecido la pila de Francesco, Savonarola ordena a un monje con una carretilla que devuelva los objetos rescatados a las llamas. Tan pronto como los hombres dejan los libros y las pinturas, el monje las recoge y las lleva a la hoguera. Después de seis o siete viajes, todo lo que Francesco había sacado del fuego se ha quemado. Matteo y Cesare se han dado por vencidos con las pinturas, porque los lienzos están destruidos. Los tres palmotean sobre las tapas de los libros para apagar las llamas, para que las páginas no se quemen. Uno de ellos comienza a gritar de agonía, invocando a Dios.
»En ese momento ya no hay esperanza de salvar nada. Todas las obras de arte que hay en la pirámide han quedado destrozadas, la mayoría de los libros están carbonizados. El monje de la carretilla sigue devolviendo a la hoguera todo lo que hay en la pila. Cada uno de sus viajes deshace lo que los tres hombres han conseguido hacer. Poco a poco, la muchedumbre se ha quedado en silencio. Los pitos y abucheos desaparecen. La gente que antes gritaba a Francesco, llamándolo necio por intentar salvar los libros, se ha callado. Algunos gritan a los hombres que se detengan. Pero los tres continúan haciendo sus viajes, yendo de un lado al otro, metiendo los brazos entre las llamas y escalando las cenizas, desapareciendo durante unos instantes y reapareciendo enseguida. En la plaza, el ruido más fuerte es el rugido de las llamas. Los tres hombres respiran entrecortadamente. Han tragado demasiado humo y ya ni siquiera logran gritar. Cada vez que llegan a su pila, dice el arquitecto, puede verse la carne viva de sus manos y pies, allí donde el fuego ha quemado la piel.
»El primero de ellos se desploma boca acabo sobre las cenizas. Es Matteo, el más joven. Cesare se detiene para ayudarlo, pero Francesco lo aparta de un tirón. Matteo queda inmóvil. El fuego lo rodea y su cuerpo se hunde en la pirámide. Cesare intenta llamarlo, decirle que se ponga de pie, pero Matteo no responde. Finalmente, Cesare llega a tropezones al lugar donde su hermano ha caído. Cuando casi ha llegado junto a Matteo, también él se desploma. Francesco lo observa todo desde el borde de la hoguera. Cuando escucha la voz de Cesare llamando a Matteo, y luego oye cómo se apaga bajo el fuego, se da cuenta de que se ha quedado solo y cae de rodillas. Durante un instante permanece inmóvil.
»En el momento en que la multitud lo da por muerto, Francesco se pone de pie. Tras meter la mano en la hoguera por última vez, coge dos puñados de cenizas y avanza tambaleándose hacia Savonarola. Uno de los ayudantes de Savonarola sale a su paso, pero Francesco se detiene. Abre las manos y deja que las cenizas caigan entre sus dedos como arena. Luego dice: In-de ferunt, totidem qui vivere debeat annos, corpore de patrio parvum phoenica renasci. Es una frase de Ovidio. Quiere decir: «Un pequeño fénix ha vuelto a nacer del cuerpo del padre, y es su destino vivir el mismo número de años». Francesco cae a los pies de Savonarola y muere.
»La narración de Terragni termina con el entierro de Colonna. Francesco y los dos hermanos reciben de sus familias y sus amigos humanistas un entierro casi imperial. Y sabemos que su martirio tiene éxito. En cuestión de semanas, la opinión pública se vuelve contra Savonarola. Florencia está cansada de su extremismo, su actitud constantemente apocalíptica. Sus enemigos hacen correr rumores sobre él, tratando de propiciar su caída. El papa Alejandro lo excomulga. Cuando Savonarola se resiste, Alejandro lo declara culpable de herejía y enseñanzas sediciosas. Savonarola es condenado a muerte. El 23 de mayo, tan sólo tres meses después de que Francesco muera quemado, Florencia levanta una nueva pira en la Piazza della Signoria. Allí mismo, en el mismo lugar en el que estaban las dos hogueras, cuelgan a Savonarola y encienden una nueva hoguera para quemar su cuerpo.
– ¿Qué le sucedió a Terragni? -pregunto.
– Sólo sabemos que honró la promesa que le había hecho a Francesco. La Hypnerotomachia fue publicada por Aldus al año siguiente, 1499.
Me levanto de la silla. Estoy demasiado excitado para seguir sentado.
– Desde entonces -dice Paul- todos los que han tratado de interpretarla han usado claves del siglo diecinueve o veinte para abrir un candado del siglo quince. -Se recuesta y exhala-. Hasta el día de hoy.