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– Me voy de Austin mañana por la mañana. Estaré fuera un tiempo, pero no sé cuánto.

Sobre mi escritorio hay una foto de los dos en un pequeño marco. Salimos ligeramente descentrados: cada uno sostiene un lado de la cámara y la apunta hacia nosotros. Detrás está la capilla del campus, empedrada y quieta; aun hoy Princeton sigue susurrándome desde el fondo.

– Cuando vuelva de Florencia -le digo a la estudiante de segundo que aparece en mi foto, mi regalo accidental, justo antes de que el contestador automático de Nueva York me corte la llamada-, quiero verte.

Enseguida cuelgo el auricular y vuelvo a mirar por la ventana. Habrá maletas por hacer, agencias de viajes por llamar, nuevas fotos por tomar. Cuando comienzo a percatarme de la magnitud de lo que estoy haciendo, se me ocurre algo. En alguna parte de la ciudad del renacer, Paul se levanta de su cama, mira por la ventana y espera. Hay palomas que zurean en los techos, campanas de catedral que doblan en sus torres a lo lejos. Aquí estamos, en continentes distintos, sentados igual que siempre: cada uno en el borde de su colchón, pero juntos. Sobre los techos del lugar adonde voy habrá santos y dioses y ángeles volando. Por donde camine habrá recordatorios de todo lo que el tiempo no puede tocar. Mi corazón es un pájaro enjaulado que bate las alas con el dolor de la expectativa. En Italia está amaneciendo.

Nota de los autores

Después de más de quinientos años, la identidad del autor de la Hypnerotomachia sigue siendo incierta. En ausencia de pruebas definitivas que favorezcan al Francesco Colonna romano o a su homónimo veneciano, los eruditos han seguido enfrentándose al extraño acróstico, Poliam Frater Franciscus Columna Peramavit, a veces citándolo como evidencia de las intenciones misteriosas del autor.

Girolamo Savonarola (1452-1498) fue tan respetado como repudiado por los ciudadanos de Florencia durante su breve ejercicio como líder religioso de la ciudad. Aunque para algunos sigue siendo símbolo de reforma espiritual contra los excesos de su tiempo, para otros es conocido tan sólo como destructor de incontables cuadros, esculturas y manuscritos en las hogueras por las que más se le recuerda.

Hasta la fecha de publicación de El enigma del cuatro, no se ha establecido ninguna conexión entre la Hypnerotomachia y Savonarola.

Richard Curry modifica el poema «Andrea del Sarto», de Browning, según sus necesidades; y Tom, al recordar el uso que Curry le ha dado, hace lo mismo. La línea original de Browning es: «Yo hago lo que tantos sueñan toda su vida» (el subrayado es añadido). Tom y Paul se refieren a veces a libros de estudiosos, incluyendo los de Braudel y Hartt, usando títulos abreviados; y Paul, en su entusiasta repaso de la historia de Florencia, habla de artistas e intelectuales florentinos cuyas vidas abarcan varios siglos, y dice que vivían «al mismo tiempo». Tom se toma la libertad de reducir el nombre oficial del Parque Estatal Battlefield de Princeton a parque Battlefield de Prince-ton, de atribuir Take the «A» Train a Duke Ellington en vez de a Billy Strayhorn, y de sugerir, en su primer encuentro con Katie, que el nombre del poeta E. E. Cummings debía aparecer en letra minúscula, cuando el mismo Cummings (al menos en este caso) probablemente hubiera preferido un uso convencional de las mayúsculas.

En casi todos los demás aspectos, hemos tratado de ser tan fieles como fuera posible a la historia del Renacimiento italiano y a la historia de Princeton. Estamos en deuda con esos dos escenarios del intelecto.

I.C.y D.T.

Los autores se responsabilizan de otras invenciones y simplificaciones. Las Olimpiadas al Desnudo comenzaban tradicionalmente a la medianoche, y no al atardecer, como sugiere El enigma del cuatro. Jonathan Edwards fue el tercer presidente de Princeton, y murió tal como aparece en esta novela, pero no inició las ceremonias de Pascua aquí descritas, las cuales son completamente inventadas. Aunque los clubes de Prospect celebran muchos eventos formales cada año, el baile del Ivy al que Tom asiste, en particular, es falso. Y el plano de las plantas del Ivy Club, igual que el de varios otros escenarios mencionados, ha sido modificado para servir al relato.

Finalmente, el tiempo se ha cobrado varias víctimas entre algunos de los elementos integrantes de Princeton, tan familiares para Tom y sus amigos. La clase de segundo año de la que forma parte Katie fue la última en correr desnuda por el patio de Holder en la noche de la primera nevada (aunque lo hizo en enero y no en abril): la universidad prohibió las Olimpiadas al Desnudo en 1999, poco antes de la graduación de Tom. Y el-querido árbol de Katie, el Mercer Oak que antes se levantaba en el parque Battlefield de Princeton, se vino abajo, por causas naturales, el 3 de marzo de 2000. Aún puede ser visto en la película I.Q., de Walter Matthau

Debemos las gracias a mucha gente. Tardamos seis años en acabar El enigma del cuatro, lo que para dos jóvenes en la década de los veinte es toda una vida.

Primero a Jennifer Joel -superagente, amiga, musa-, que creyó en nosotros mucho antes de que nadie más lo hiciera y a Susan Kamil, que nos quiso como si fuéramos sus propios hijos y que se afanó con el manuscrito como Paul y Tom hubieran hecho.

Muchas gracias a todos aquellos sin los que esto no hubiera sido posible: Kate Elton, Margo Lipschultz, Nick Ellison, Alyssa Sheinmel, Barb Burg, Theresa Zoro, Pam Bernstein, Abby Koons y Jennifer Cayea.

A Ian le gustaría empezar dando las gracias a Jonathan Tze. La idea para la tesina de Paul, de la que gran parte de la novela surge, es medio suya. En Pinceton, también le agradece a Anthony Grafton, quien sugirió la investigación de la Hypnerotomachia. A Michael Sugrue, cuyo entusiasmo y apoyo nunca se agotaron, y especialmente a David Thurn cuyas sabiduría y amistad supusieron toda una diferencia. En el Thomas Jefferson High School de Ciencia y Tecnología, Mary O' Brien y Bettie Stegall dieron a la literatura y a la escritura creativa una voz en la selva. Joshua "Ned" Gunsher fue una inspiración para las desgracias de Tom y también nos ayudó a juntar datos reales sobre el Ivy Club, antes de que nosotros lo reinventaríamos. Durante quince años, David Quinn ha sido nuestro interlocutor literario, un consuelo y una luz de guía que, junto a Robert Mclnturff, Stewart Young y Karen Palm, formaba parte del modelo que tomamos para escribir un libro sobre la amistad. Sobre todo a mis padres, a mi hermana Rachel y a mi prometida Meredith, que conservaron su fe en mí cuando parecía que se había perdido toda esperanza, no sólo durante estos seis años sino cada vez que parecía que me había convertido en un caso perdido. Su amor hace que la alegría de escribir parezca pequeña en comparación.

Por la orientación editorial y gran, a Dusty le gustaría dar las gracias primero a Samuel Baum, José Llana y Sam Shaw. También a aquéllos que estuvieron allí de maneras tan numerosas como sus nombres: Sabah Ashraf, Andy y Karen Barnett, Noel Bejarano, Marjorie Braman, Scott Brown, Sonesh Chainani, Dhruv Chopra, Elena DeCoste, Joe Geraci, Victor y Phyllis Grann, Katy Heiden, Stan Horowitz, la familia Joel, David Kanuth, Clint Kisker, Richard Kromka, John Lester, Tobias Nanda, Nathaniel Pastor, Mike Personick, Joe y Spencer Rascoff, Jeff Sahrbeck, Jessica Salins, Joanna Sletten, Nick Simonds, Jon Stein, Emily Stone, Larry Wasserman, y Adam Wolfsdorf. A mi familia, Hyacinth y Maxwell Rubin, Bob y Marge Thomason, Lois Rubin, y a todos los Thomason, Blount, Katz, Cavanagh y Nasser, gracias por tu apoyo infinito. Sobre todo, mi amor a James y Marcia Thomason y a Janet Thomason y Ron Feldman, para quien no hay palabras suficientes; y a Heather Jackie, para quienes cuatro palabras son suficientes: BTPT

Finalmente, nos gustaría agradecer a Olivier Delfosse, amigo y fotógrafo quien, para bien o para mal, fue el que más cerca estuvo de convertirse en el tercer autor de El enigma del cuatro.