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– Más los cuatro de arriba veintitrés.

– No. Cada vez que subimos un piso, hay que multiplicar ese número por veinte. Por lo tanto en el segundo nivel tenemos cuatro unidades, por veinte, ochenta. Ochenta más los diecinueve de abajo…

– ¡Noventa y nueve!

– Mismamente -bromeó satisfecha.

– Así que podemos ir subiendo pisos hasta el infinito.

– ¿Lo entiendes ahora? Mira.

Escribió de nuevo una serie de cifras en el papel, de abajo arriba:

7.° nivel -64.000.000 (equivale a 3.200.000 X 20)

6.° nivel -3.200.000 (equivale a 160.000 X 20)

5.° nivel -160.000 (equivale a 8.000 X 20)

4.° nivel -8.000 (equivale a 400 X 20)

3º nivel -400 (equivale a 1 X 20 X 20)

2.° nivel -20 (equivale a 1 X 20)

1.a nivel -1 (uno)

– Así podríamos llegar al infinito, ¿no es asombroso?

– Escríbeme 100 -le pidió David para acabar de comprenderlo.

Joa lo hizo.

– El caracol abajo, cero, y en el segundo piso o nivel, una raya de cinco. Cinco por veinte, cien. Según su sistema, no podrían escribirlo en un solo nivel. No les alcanza. A lo máximo que se llega en el primer nivel es a diecinueve. Para el veinte ya necesitan la caracola abajo y un punto arriba.

– Entonces hemos de volver a Palenque -David se echó hacia atrás.

– He de entrar en la tumba veintisiete, sí, y tratar de ver qué descubrió mi padre en ella.

– ¿Y esos seis glifos?

– Creo que empiezo a saber qué son.

– ¿Y qué son?

– Primero lo asocié con calendarios, pero son representaciones concretas de fechas mayas. ¡Seré estúpida! Lo tenía muy olvidado pese a mi memoria.

– ¿Lo dices por estas rayas y puntos situados a la izquierda de algunos de los glifos pequeños?

– Sí -Joa se mordió el labio inferior-. Pero una cosa es saber la numeración y otra el cálculo del tiempo según ellos. Tengo vagos conocimientos pero nada que nos sirva sin profundizar un poco más. Por ejemplo recuerdo que utilizan tres sistemas circulares y que de sus intersecciones depende el día en que se encuentran. Son la rueda calendárica, el haab y el tzolkin. Así, los días mayas se repiten cada cincuenta y dos años, que es cuando las tres ruedas vuelven a coincidir.

– ¿Qué hacemos?

– ¡Entrar en Internet, por supuesto! -se levantó de la mesa para dirigirse a la habitación de Juan Pablo, que era donde él tenía el ordenador, o computador, como lo llamaban en Colombia.

39

Joa se sentó delante del ordenador, lo encendió y metío la clave personal de su propietario.

– Escucha -la voz de David estaba revestida de

desalientos-, ¿no te das cuenta de que quien tenga a tu padre ya sabrá todo esto?

– No conoces a mi padre.

– ¿Y si han hecho algo más que interrogarle?

Joa se enfrentó a sus ojos.

– Cállate, ¿quieres? Te repito que no conoces a mi

padre.

– No sabemos con quién tratamos, y esto es muy serio. Para algunos, como los jueces, y probablemente otros, se trata del futuro de la humanidad. Esos idiotas creen que las hijas de las tormentas son la avanzadilla de una invasión en toda regla, y la clave de lo que vaya a suceder tarde o temprano.

– Lo que haya en esa tumba de Palenque seguirá allí y hemos de descubrirlo. Mi padre es lo bastante listo como para haberles confundido.

– ¿Y si lo tienen ellos? -levantó un dedo en dirección al cielo.

– Eso significaría que mi madre está ahí y él con ella.

– ¿Y?

– Pues eso, que mi padre la habría encontrado y sería

feliz.

– Joa…

– Tú no sabes de qué forma la amaba -un destello sacudió sus ojos-. Ha sido un hombre muerto desde que desapareció mamá. Un buen padre, un gran arqueólogo, pero un hombre muerto. La necesita, ¿entiendes? Si está con ella, yo descansaré feliz.

– Puede estar con ella de muchas formas, incluso muerto.

– No ha muerto, y mi madre tampoco.

– ¿Cómo lo sabes?

– Lo sé.

– ¿Tu intuición?

Lo desafió con la mirada.

– Sí.

David se rindió. No quería enfrentársele. No ahora que tenían algo conjunto por lo que luchar. El inicio de algo luminoso.

– Bueno, veamos por dónde me meto -Joa se enfrentó a la pantalla del ordenador, llevó el ratón al buscador y tecleó algunas palabras como «maya», «tiempo», «calendario» y otras.

Un listado de páginas posibles surgió ante sus ojos. Abrió la primera.

Durante unos segundos ella y David no hablaron, leyeron cada uno por su cuenta el texto mostrado por el ordenador. Por si acaso, abrió un archivo y fue copiando algunas cosas. Incluso dibujos.

– ¿Ves? Para los mayas el tiempo no era como una línea recta que venía del pasado y seguía hacia el futuro, sino el fluir en la eternidad y de manera cíclica -fue lo primero que leyó en voz alta reafirmando sus palabras anteriores-. Veamos qué nos dicen del haab, el tzolkin y la rueda calendárica.

Sus manos empezaron a moverse con rapidez. A David ni siquiera le daba tiempo a leer o captar con detalle lo que estaba viendo en la pantalla. Joa copiaba textos y grabados, dibujos, sobre todo de glifos, y los transportaba al archivo abierto para recopilar la información. Cada vez sus gestos eran más precisos y más veloces.

– ¿Ya sabes de qué va? -frunció el ceño él.

– Sí, a medida que lo veo, recuerdo cosas que más o menos ya sabía. Ahora te lo cuento todo. Es largo y un poco complicado, especialmente si no estás avezado en ello.

– Vale, gracias.

– No te estoy llamando tonto -parecía animada. Por fin estaba metida en la dinámica de su investigación. Le sonrió con calor-. A mí misma me sirve para ir pensando un poco en el tema. Hablar en voz alta me ayuda a darme cuenta de las cosas, verlas en perspectiva.

David ya no dijo nada. La dejó hacer. Incluso fue al servicio y se tomó su tiempo. Para cuando regresó a su lado, Joa seguía abriendo y cerrando páginas como una posesa. También tomaba notas a mano en un papel. Parecía absorberlo todo con pasmosa facilidad.

Casi quince minutos después dio por terminada su primera exploración.

– Ven -le invitó a sumarse a ella.

– ¿Por dónde empezamos?

– Por lo básico -puso su dedo índice en la pantalla, donde varios archivos compartían su espacio-. De entrada has de saber que los mayas utilizaban varios calendarios para medir el tiempo, pero que los más importantes eran el tzolkin y el haab, más la rueda calendárica que engarzaba ambos. El tzolkin, tzol de orden y kin de día, también conocido como telar de los mayas o módulo armónico de los mayas, era el calendario sagrado, de doscientos sesenta días, y el más importante para ellos. -Múltiplo de trece.

– Así es -Joa continuó su explicación-. El tzolkin lo formaban trece números y veinte días que se iban combinando sucesivamente: trece por las articulaciones del cuerpo y veinte por los dedos de manos y pies. Tanto los números como los días estaban relacionados con sus dioses, que tenían cualidades propias y determinaban la felicidad o desdicha de cada jornada. Los símbolos de los veinte días los representaban así.

Y se los señaló.

– Como te decía, cada símbolo tenía su propio significado, aunque para algunos conceptos o realidades importantes para ellos, como el agua y el maíz, tenían varios dioses. Imix era el dios de la tierra, la raíz de la que provenía todo lo que había en ella; Ik era el dios del aire en movimiento, del viento y de la vida, antecedente del dios de la lluvia; Akbal era el dios del inframundo y las tinieblas, un sol nocturno que recorría el inframundo; Kan era el joven dios del maíz y traía la abundancia; Chicchan era el dios serpiente de los cielos que hacía caer la lluvia; Cimi, el dios de la muerte; Manik se representaba con una mano y era el dios de la caza; Lamat, dios del cielo, era Venus, el planeta grande; Muluc era el dios relacionado con las deidades de la lluvia y estaba representado por el jade y el agua; Oc era un guía para caminar por las regiones oscuras del inframundo y se representaba con una cabeza de perro; Chuen era el gran artista, protector de las artes y el conocimiento; Eb era el dios que junto con Cauac generaba las lluvias que dañaban las cosechas; Ben era el dios que estimulaba el crecimiento del maíz y las cosechas; Ix, el dios jaguar relacionado con la tierra y el mundo inferior; Men era la diosa lunar con rostro de anciana; Cib, un dios protector de los agricultores; Cabán, una joven diosa de la tierra, el maíz y la anciana lunar; Etz'nab era el dios de los sacrificios; Cauac, el dragón del cielo, suma de los dioses de la lluvia y la tempestad; y Ahau, el dios solar que al cerrar el ciclo del tiempo se erige en raíz y origen de todo. Estos veinte dioses eran distintos de los principales dioses mayas: Itzama, Chaac, Ah Puch, Ixchel, Ixtab, Yum Kaax, Ek Chuah…