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Abrió un archivo ya conocido, el de la introducción a los jeroglíficos mayas. Noventa y nueve páginas en PDF que fue pasando a toda velocidad hasta…

– ¡Bingo! -cantó satisfecha de sí misma.

La figura 3 equivalía a nacimiento. Siy. La figura 6 representaba al mensajero.

Joa se dejó caer hacia atrás.

– Día, Luna o algo que sale de ella, nacimiento, esparcir, estrella y mensajero -David unió los significados de los seis glifos más o menos identificables-, además del que equivalía a la cifra de 15.000.

Los ojos de ella iban de uno a otro, y de éstos a la estela fotografiada en la cámara de la tumba veintisiete. Siguió el orden establecido en la pared. La primera figura era la que habían numerado con el 6, mensajero; la segunda la número 4, esparcir; la tercera, la 2, un retoño emergiendo de la Luna; la cuarta la 3, nacimiento; la quinta, la marcada con el 1, el período de un día; la sexta era el glifo con el 15.000; la séptima la número 5, estrella. El resto era inidentificable.

– No debo verlo como algo aislado -dijo de pronto-. He de pensar en mi madre. Su madre.

Las pistas dejadas por su padre. Las fechas de las seis figuras… Joa se quedó pálida de golpe.

David lo notó, y tuvo el suficiente tacto de no decir

nada.

Esperar.

– No… puede ser -musitó ella tras unos segundos sin aliento.

– Tranquila.

– Es demasiado… simple -parpadeó asustada-. Tanto

que…

– Dilo en voz alta. Suele ayudar -la animó.

No le hizo caso. Se abocó sobre el papel, cogió el bolígrafo y empezó a anotar una serie de cifras de arriba abajo, comenzando por una muy significativa: el 28 de noviembre de 1971.

David asistió perplejo a su desenfrenada escritura, interrumpida al comienzo y el final para contar con los dedos las dos cifras resultantes, el 34 del primer año y el 356 del último, restándolo del total, además de multiplicar 365 por 3 una sola vez:

1971 – desde el 28 de noviembre = 34 días

1972 – 366 días (año bisiesto)

1973/74/75 – 3 años de 365 días = 1095

1976 – 366

3 años = 1095 1980 – 366

3 años = 1095 1984 – 366

3 años = 1095 1988 – 366

3 años = 1095 1992 – 366

3 años = 1095 1996 – 366

3 años = 1095 2000 – 366

3 años = 1095 2004 – 366

3 años = 1095

2008 – 366

3 años = 1095

2012 – Hasta el 21 de diciembre = 356

– Casi no me atrevo a sumar -confesó Joa cuando acabó la relación de años y días. Lo hizo David.

Su asombro ya no tuvo límites.

– La suma es… 15.000 -alucinó por completo.

45

David superó su asombro para preguntar:

– ¿Qué significa esto? ¿Qué interpretación le

das?

– ¿No lo ves? -Joa seguía pálida-. La estela habla de mensajeros y estrellas, de días y lunas, de esparcir algo, una semilla tal vez, y de un nacimiento o nacimientos en plural. Lo que falta, lo que se ha borrado, debía de ser la clave final, quizá el lugar del encuentro o la vuelta de nuestros padres galácticos, pero está claro que aquí, hace cientos de años, los mayas hablaban de las hijas de las tormentas. ¡Predijeron su llegada y su misión, que es lo que debe de haberse borrado! Si llegaron a la Tierra el 28 de noviembre de 1971, algo sucederá con ellas el 21 de diciembre, dentro de unos días. Exactamente 15.000 días después de su nacimiento. ¡Todas las hijas de las tormentas cumplirán 15.000 días de vida! Si fue el 29 de noviembre será el 22 de diciembre. Y si fue el 30 de noviembre, el acontecimiento tendrá lugar el 23 de diciembre. Por eso mi padre puso las seis figuras, los seis glifos con las seis fechas posibles. Cuando vio esto -tocó el número maya representando el 15.000-, entendió todo el proceso. ¡Es el nexo que faltaba!

– ¿Quieres decir que el fin del Quinto Sol tiene que ver con ellas?

– Sí, David, eso quiero decir -su voz sonó a desaliento.

– ¿De qué forma lo interpretas?

– No lo sé. Habría una docena de teorías a cuál más extraordinaria.

– De acuerdo -el guardián abrió ambas manos para serenarse-. No hay duda de que esa cifra, los 15.000 días, está relacionada con la fecha de nacimiento de las niñas, y que nos lleva indefectiblemente al fin de esa quinta era maya. Pero ¿quién te dice que antes no hubo más hijas de las tormentas y que ese ciclo se ha mantenido y repetido hasta hoy?

– No niego que pueda ser así. Pero ¿cuántas veces habrá coincidido el término de los 15.000 días con una fecha tan significativa para los mayas?

– Touché.

– No hemos hecho más que descubrir otra pieza del montaje -le restó importancia a su aseveración-. No olvides que mi padre desapareció y que ése sigue siendo un interrogante crucial en toda esta historia.

– Cierto. Nada de esto aclara por qué desapareció él.

– Alguien supo que había encontrado algo, es evidente.

– ¿Cómo?

– Ni idea.

– Entonces estamos igual, en un callejón sin salida.

– Yo no diría tanto -volvió a señalar el número maya-. Sabemos que estamos en el camino correcto. Puede que necesitemos interpretar algo más. Mi padre dijo que tenía que ir a Chichén Itzá después de ver estos glifos.

– ¿Se nos pasa algo por alto? -centró su atención en la pantalla del ordenador.

Cerca de ellos, una chica mofletuda, con cara de indígena, los estaba mirando ya de forma obsesiva.

Bajaron la voz.

– Aquí hay una decena de formas borradas, y otra decena que parece incompleta -lamentó Joa.

– Fíjate en ésa que parece una habichuela. Joa la copió.

– Puede ser cualquier cosa, incluso un fragmento de una figura mayor.

David escrutó su rostro.

– Dime lo que piensas.

– Nada.

– Joa, cariño.

La palabra surgió espontánea y quedó flotando en medio de los dos. David se mordió el labio inferior. Ella estuvo a punto de esbozar una sonrisa. Lo único que la delató fue el brillo de los ojos, y para él fue apenas perceptible. Un reflejo.

– Ellos regresarán a por las hijas de las tormentas pasados 15.000 días, dentro de una semana -Joa desgranó cada palabra, cada sílaba, con la deliberada lentitud del asombro-. Van a llevárselas. No puede ser de otra forma.

– Puede que sólo vengan a verlas.

– Pero vendrán.

– ¿Y lo del rayo destructor y todo eso de que hablan las profecías?

– No habrá fin del mundo. Vendrán y será el comienzo de algo nuevo, una dimensión diferente de la humanidad. Ésa era también una interpretación de las profecías. La primera dice que regresará Kukulkán, no lo olvides.

– Así que todo el mundo será testigo de su llegada.

– Eso no lo sé -admitió-. Pero me resisto a creer que sea así.

– ¿Y por qué estás segura de que no vendrán a destruirnos? -volvió a ponerse en plan abogado del diablo.

– Porque no son destructores. Mi madre es la prueba.

– Ella desapareció.

– Después de tenerme a mí.

– Entonces tú ocupas su lugar.

Se dio cuenta de lo que acababa de decir nada más terminar la frase. Los ojos de Joa eran dos lagos profundos. Él cerró los suyos y atrapó sus manos ahora que estaba vuelta hacia él.

– Joa…

– No sé lo que va a suceder, David -fue sincera, hablando con dulce suavidad-. Pero sea lo que sea, voy a estar allí. He de estar allí.

– No te…

Le puso una mano en los labios.

Luego movió la cabeza de lado a lado, despacio.

– ¿Dónde será eso? -se rindió él.

– Mi padre lo sabía. Por eso se lo llevaron.

– ¿Quiénes? -insistió explícito.

– Hay alguien más en esto, ahora lo veo.