Выбрать главу

David alzó las cejas.

– ¿Estás segura?

– Lo presiento.

Pareció definitivo.

La última figura, aquélla en forma de habichuela, bailó ante sus ojos antes de que ella copiara todo lo de la pantalla en su pequeño lápiz óptico y cortara la conexión con Internet.

No se levantaron.

Pese a hallarse rodeados por una decena de usuarios de los restantes ordenadores, se sintieron solos, náufragos perdidos en un océano infinito. A miles de kilómetros de Barcelona, de sus casas, eran auténticos extraños navegando sin rumbo por un mundo desconocido, sin rostro.

Poseedores de una verdad increíble.

Y nadie les iba a creer en el supuesto de que desearan contarla.

– ¿No vas a tratar de dar con algo parecido a esa habichuela?

– No es más que un fragmento incompleto y lo sabes, puede formar parte de una decena de glifos -fue la primera en levantarse mientras recogía sus notas y se guardaba la cámara, el cable de conexión y el lápiz óptico-. Podríamos pasarnos horas hasta caer reventados. Si mi padre vio algo más… El es un experto, ¿vale?

– Tú eres asombrosa. Todo lo que has encontrado y deducido…

– No te deslumbres, ¿vale?

– No lo hago. Soy sincero.

– ¿Por qué te enamoraste de mí?

La pregunta lo atravesó.

– ¿Por qué sale cada día el sol y nadie se asombra de ello? -sonrió como un niño.

– Te espero afuera -le rozó los labios con los suyos.

David pagó el uso del ordenador y la conexión a Internet. Cuando salió al exterior Joa ya le esperaba junto al coche aparcado en mitad de la calle. Estaba apoyada en él, con los ojos perdidos en algún lugar indefinido, a sus pies. El guardián la abrazó y se quedó muy quieta, mecida y arrullada por su gesto, con la cabeza apoyada en su cuerpo.

No se besaron hasta un minuto después.

Nadie reparaba en ellos.

Salvo alguien, muy lejos. Tanto que ni siquiera podían verlo, y menos intuirlo. Ni siquiera ella.

46

De pronto, aquella noche, ya no eran los mismos. Eran un hombre y una mujer a las puertas de su propia dimensión desconocida. A Joa le ardían los labios. A David, la mente, el cuerpo… El resto, ojos, manos, corazón, sentidos, formaba una amalgama única.

– Hace dieciocho días me dijeron que mi padre había desaparecido -suspiró ella revolviéndole el pelo-. Y hace quince apareciste aquí mismo, en el Xibalba, dándome un susto de muerte aquella noche.

– Luego huíste.

– ¿Qué querías que hiciese? -Creerme.

– Eres guapo, pero no tanto -bromeó sin ganas.

– ¿Qué te pasa?

– Muchas cosas -dijo sinceramente.

– Dime alguna.

– Sigo hecha un lío.

– ¿Por mí? -alzó las cejas.

– No, por ti no -lo cubrió con una mirada hambrienta-. Esto me llega en el peor de los momentos, cuando menos preparada estaba, pero siempre he creído que las cosas son inevitables y suceden cuando suceden. Ahora sé que sin ti no lo habría resistido. Yo hablaba de mi padre. A veces siento que mi cabeza va a explotar.

– Lo habrías resistido -aseguró David-. Eres la persona más fuerte que he conocido.

– Ves lo que quieres ver, no la realidad.

– Veo la verdad. Y no lo digo por esos posibles… poderes, o como los llames. Lo que has hecho hasta ahora, lo que hiciste en el pueblo de tu abuela, la forma en que has deducido todo lo que nos ha llevado hasta aquí… ¿Te parece poco?

– No soy tan lista. Sabemos casi todo menos el lugar de la reunión, visita, cita o como quieras llamarlo. Eso suponiendo que esté en lo cierto.

– Lo estás. Yo también lo creo así.

– David…

– ¿Qué?

– Quiero encontrar a mi padre, y a mi madre, pero ahora no resistiría dejarte.

El nuevo beso la sepultó en el olvido a lo largo de casi un minuto.

– No pienses en eso ahora.

– Si las hijas de las tormentas son bases de datos, almacenes de información o algo parecido, yo…

– ¡Sssh…! -volvió a taparle la boca con la suya.

La noche era hermosa. Su primera noche de calma y paz. Ya no tenían nada que perseguir, nada por lo que correr. Estaban detenidos al borde de un abismo cuyo fin no se adivinaba. Abismo o simple peldaño. Daba lo mismo. El último paso era el que ignoraban.

Y en aquellas horas buscaban la forma de no deprimirse a causa de eso.

– Deberíamos cenar algo -propuso él.

– No tengo hambre.

– ¿Regresamos?

Joa no respondió. Habían dejado todo en el coche y se sentían libres de cargas. Caminó cogida de su mano, sin dejar apenas un resquicio entre ellos. La vuelta a la habitación parecía distinta.

Era distinta.

Y lo sabía.

Por eso la prolongaba, vacilando antes de la rendición.

– ¿En qué estás pensando?

– No voy a decírtelo. Y si me acosas y no me dejas ser libre, te arrepentirás.

– Entonces te haré una insinuación.

Una pareja normal y corriente, hablando, trenzando un estúpido diálogo romántico.

Se trataba de eso.

Y le gustaba.

– ¿Cuál?

– ¿Vas a contarme qué significa Akowa de una vez?

– No.

– Por favor…

– ¿Por qué quieres saberlo?

– Te quiero.

Joa se estremeció.

– No digas eso ahora.

– Te quiero.

– David, no. Sólo…

– ¿Vas a soltarme algo de que es muy reciente o que no nos conocemos bastante o que vivimos bajo el influjo de lo que nos sucede?

– Podría.

– Pero no lo harás.

– Supongo que el amor es eso, ¿no?

– Una auténtica sorpresa, sí.

– Y por eso debo decirte qué significa Akowa.

– Por ejemplo.

– De niña no me gustaba. Por suerte, la única que me llamaba así era mi abuela.

– ¿Tan malo es?

– Bendición Pura.

– ¿Cómo dices?

– Bendición Pura -se lo repitió-. Para mi madre fui eso. Tal vez pensara que no podría tener hijos, o después de perder a mi hermana como me dijiste…

– No me estoy riendo.

– Te brillan los ojos.

– Es por ti y por la luna.

– A la primera tontería te los arranco -se echó a reír de pronto y estalló exteriorizando aquellos desconcertantes sentimientos-: ¡Dios, no puedo creer que esté hablando así!

– ¿Así, cómo?

– ¡Como una adolescente enamorada!

– Eres una adolescente enamorada, y yo también.

– ¡No soy una adolescente enamorada!

– Te propongo una cosa.

– ¿Cuál?

– Vamonos a Cancún, a la riviera maya, unos días, mientras esperamos que llegue la cita.

– ¿Una escapada romántica? -abrió unos ojos asombrados.

– Sí.

– ¿Con todo lo que está pasando, o a punto de pasar? -no pudo creerlo.

– ¿Qué vas a hacer? ¿Qué vamos a hacer mientras tanto?

– ¡Investigar!

– ¿El qué? Nos hemos quedado sin nada.

– Mi padre dijo que se iba a Chichén Itzá.

– Tal vez en pos de otra pista.

– ¿Y si es el lugar de la cita?

– ¿Por qué no Tikal, o Uxmal, o Tulúra, o aquí mismo, en Palenque? Hay una docena de grandes ciudades mayas.

– Ha de ser Chichén Itzá.

– Demuéstramelo.

– ¿No confías ya en mi instinto?

– En tu instinto sí, pero esto va de premonición ansiosa, no de instinto ni tampoco de intuición.

– La primera profecía maya dice que Kukulkán volverá a Chichén Itzá.

– No es concluyente, aunque reconozco que tiene sentido.

– Entonces vayamos a ver a Bartolomé Sigüenza. Quizá sepa algo más, o recuerde algo más, o si le contamos lo que hemos descubierto hoy…

– Mañana, Joa. Mañana. Date un respiro, por favor.

– ¡Oh, David! -cerró los ojos y lanzó un resoplido agónico.

Habían vuelto a caer en la trampa.