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Uno de los agentes que estaban a su derecha levantó la mano para decir algo, pero Smolitschew no le permitió tomar la palabra y empezó a gritarle como si él, y sólo él, tuviera la culpa de todo aquel fracaso.

– El personal que construye la gran presa de Asuán es soviético, ¡una obra de ingeniería mayor que las pirámides! Pero todo el mundo habla de Abu Simbel donde un templo va a ser serrado en trozos y levantado en otro lugar. Y lo que es peor, ¡el mundo entero habla de la valentía y el mérito de los ingenieros alemanes occidentales, italianos y suecos! Cuando hojeo los periódicos extranjeros sólo veo referencias a esa puerca obra capitalista de Abu Simbel. Y yo me pregunto, camaradas, ¿dónde están las alabanzas y los himnos de gloria a la gran empresa soviética en Asuán?

El hombre de su derecha que ya antes quiso llamar la atención pudo por fin hablar:

– ¡Eso no es tanto nuestra culpa, camarada coronel, como de este hombre -señaló a Balouet-, que ofrece demasiada información!

– Sandeces -explotó Smolitschew aun antes de que el francés pudiera defenderse-. ¿ Quién impide a la oficina de prensa de Asuán hacer lo mismo o más?

– Es que -apoyó el francés- la demanda de informes y reportajes sobre Abu Simbel es sencillamente tan grande que nos vemos asediados por los periodistas. Es, tal vez -añadió-, un proyecto mucho más atractivo para la gente de la prensa, si entiende lo que quiero decir… Diques y presas se han levantado ya muchos en todo el mundo, pero hasta ahora no ha habido otro Abu Simbel.

El coronel soviético se quedó inmóvil frente a él con la mirada fija en la mesa de despacho. Frunció sus espesas cejas negras y su actitud no auguró nada bueno. Las palabras salieron de su boca casi como un murmullo:

– ¿Dónde… está el camarada Antonov?

– Espera fuera -le informó uno de sus ayudantes.

– ¡Que entre!

El director ruso de la presa de Asuán pasó por una puerta lateral a la sala de reuniones; los otros se alejaron de la mesa.

Mijaíl Antonov hizo un gesto amistoso a Smolitschew. El coronel seguía sentado delante de la mesa como dispuesto a saltar sobre su presa y, seguramente, no habría sorprendido a ninguno de los presentes si se hubiera precipitado sobre el ingeniero director, pero habló con voz suave y sin mirar al rostro del recién llegado:

– ¿Qué nekulturni 1 llevan a cabo el trabajo de prensa y relaciones públicas en su obra, camarada Mijaíl? ¡Dígame sus nombres!

Antonov vaciló y el coronel no pudo contenerse y gritó:

– ¡Dígame todos los nombres!

Antonov respondió finalmente:

– Moisejew, Lyssenko y la camarada Kurjanowa. Todos, gente extraordinaria.

Con el dedo índice el coronel hizo una seña a uno de sus ayudantes para que se acercara y dictó:

– Tome nota. Los camaradas Moisejew y Lyssenko y la camarada Kurjanowa han fracasado en su trabajo en pro del socialismo. Deben abandonar Egipto inmediatamente. Sus puestos deben ser ocupados por otras personas, después de las conversaciones pertinentes. Y ahora, con respecto a usted, camarada Mijaíl Antonov…

Aunque el director de la obra aparentaba no ser más que un funcionario poco importante, la verdad era que no tenía que temer al coronel. Debía su carrera profesional en primer lugar a su amistad con Nikita Jruschov, una relación que siempre sacaba a relucir cuando fallaban los argumentos racionales o cuando se veía enfrentado a un compañero superior a él en la jerarquía del partido.

– Camarada coronel -comenzó su respuesta Antonov-, la oficina de prensa, que actúa bajo mi responsabilidad, no es culpable de ningún fallo ni error. Moisejew y Lyssenko fueron corresponsales de la agencia Tass en El Cairo y Jarturn y son periodistas de mérito y experiencia y en lo que se refiere a la camarada Kurjanowa…

– Es posible que sea así -lo interrumpió el coronel- y le honra a usted que intente defender a su gente… pero al parecer no es su gente, camarada.

– ¿Que no es mi gente? ¿Qué quiere usted decir?

– ¡Ah, no quiera parecer más tonto de lo que es!

– No le comprendo.

El coronel se movió en su sillón de un lado para otro y en su rostro se dibujó una amplia sonrisa.

– ¿No ha reflexionado sobre quién designó a los camaradas para su oficina de prensa? -Se golpeó el pecho con el puño-. ¡Usted sabe bien que todos los corresponsales de la Tass son agentes del KGB o si no no lo serían! -Smolitschew tembló de risa y sus espesas cejas formaron una oscura media luna.

Una vez que el coronel, coreado por sus camaradas, dejó de reírse, Antonov declaró muy seguro de sí mismo:

– Sobre esto no se ha dicho aún la última palabra. Acepto sus instrucciones bajo protesta y reclamaré ante las autoridades correspondientes.

– ¡Sí, puede usted hacerlo! -gritó Smolitschew con un tono de amargura-. Y por mi parte incluso ante el primer secretario del Partido Comunista de la Unión Soviética -añadió, dando a entender con ello que conocía los contactos de Antonov.

– Pasemos al asunto que realmente me ha traído aquí -puso fin Antonov a la penosa situación-. He tenido una conversación con el ministro egipcio de Obras Públicas Maher y con Jacobi, de Abu Simbel…

– Hable, hable ya, camarada. ¿Ha realizado su misión?

Antonov afirmó con la cabeza.

– Al servicio del socialismo. Pero qué no haría un ciudadano soviético por el triunfo del socialismo sobre el Occidente capitalista.

– ¿Y el camarada Jacobi lo ha creído?

– Cherr Jacobi lo ha creído, qué remedio le quedaba. Los alemanes occidentales en Abu Simbel están sometidos a enormes presiones porque creen que el nivel del embalse crece con mayor rapidez de lo que en un principio se había pronosticado. Pero van por detrás de sus previsiones. Según mis cálculos tendrán que renunciar o…

– ¿O…?

– O los capitalistas están jugando con las cartas marcadas. De todos modos la situación nunca fue más propicia para que los ingenieros de la gloriosa Unión Soviética se hagan cargo de Abu Simbel.

– Bien, bien. -El coronel Smolitschew golpeó con la punta del dedo sobre la mesa de despacho y reflexionó-: Usted habrá oído, camarada, que nuestro atentado contra el dique de protección en Abu Simbel ha fracasado.

– ¡Ni idea! -Antonov se hizo el sorprendido.

– ¡Aquí tiene! -Le pasó al director de Asuán las fotografías de Balouet-: ¡Mire! El agua llegaba ya hasta el templo, pero esos mierdas de capitalistas lograron tapar la brecha y bombear el agua. Creo que se nos tendrá que ocurrir algo nuevo.

El teléfono que había sobre la mesa sonó lúgubremente. Smolitschew descolgó el auricular y escuchó sin decir más que un da y repetir la palabra al cabo de una pausa. Colgó, después se levantó y se quedó de pie con los puños cerrados apoyados sobre la mesa como si fuera a pronunciar un discurso importante.

– Camaradas, desde Moscú ha llegado la noticia de que el comité central del partido ha suspendido a Nikita Serguéievich Jruschov de todos sus cargos en el gobierno y en el partido. Su sucesor como jefe del gobierno es el cantarada Alexéi Nicoláievich Kosiguin y como primer secretario del partido ha sido nombrado el camarada Leonid Ilich Brézhnev.

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1 Nekulturn: palabra rusa que significa gente inculta y primitiva. (N del a.)