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Desde que tenía uso de razón, Raja había vivido en un ambiente de desconfianza. En su círculo, nadie se fiaba del otro e incluso aquellos a los que se conocía tenían que ser metidos a un nuevo examen de tiempo en tiempo. Eso se efería también a los mejores amigos. Balouet estaba muy lejos de poder aspirar a la amistad de Raja, pero en los prieros días la joven había mostrado cierta confianza en el hombre que tan desinteresadamente, al menos en apariencia, la había ayudado. Ahora, eso era agua pasada.

Apenas Balouet salió de Abu Simbel en uno de sus viajes a Asuán, Raja se hizo con una llave que el francés solía esconder en una grieta junto a una ventana de su despacho. Había observado que Balouet estaba tan lejos de mantener un orden escrupuloso en su trabajo como podría estarlo un funcionario ruso; pero, no obstante, siempre cuidaba concienzudamente de mantener cerrado uno de sus cajones incluso cuando él estaba presente. Raja sabía que guardaba dinero en aquel cajón, pero eso no le parecía razón suficiente para su extraño comportamiento.

Más tarde, hubo momentos en los que se arrepintió de su desconfianza y de su desbordada curiosidad, pues lo que llegó a sus manos en el misterioso cajón le causó una gran impresión y le quitó hasta el último resto de fe para confiar en nadie en este mundo.

Lo que le provocó la mayor perplejidad no fue el montón de cartas atadas con una cinta de un tal Pierre (aunque naturalmente despertó en ella la pregunta de por qué un nombre que recibe cartas amorosas de otro le hace la corte a una mujer), sino el descubrimiento de una lista de nombres, entre los que se hallaban los de Jacobi, Lundholm, el doctor Heckmann, Rogalla, Bedeau y Alinardo. Debajo de cada nombre figuraba su estado civil y los de otras personas con las que se relacionaba y, sobre todo, sus hábitos Personales y sus debilidades.

Raja conocía bien ese tipo de listas. Ella misma había confeccionado algunas semejantes para el KGB; eran la ase para el trabajo del servicio secreto soviético. En un to determinado, Raja se dio cuenta del peligro en el se encontraba. Estuvo a punto de ponerse a gritar llena de rabia impotente y pensó en delatar a aquel cerdo de Balouet. Algo evitó que lo hiciera y su único recurso fue desahogar su ira en lágrimas, que inundaron su rostro.

Rápidamente cerró el cajón, volvió a poner la llave en su escondite y salió al aire libre. A la sombra del muro que protegía la entrada de la masa de arena comenzó a sollozar. Las lágrimas le sabían saladas y dejaban marcas pegajosas en su rostro. ¿Qué podía hacer?

No encontraba respuesta. Estaba en las manos de aquel Balouet y tuvo la sensación de que había sido atraída a una trampa de la que no había escape posible. Pensar en la fuga era algo imposible, tan pronto llegara a Asuán, los hombres de Smolitschew estarían esperándola. Raja estaba acabada. Se sentó en el suelo, al pie del muro, con la cabeza sobre las rodillas y reflexionó.

De repente levantó la vista. ¿Con lo que acababa de descubrir no tenía en sus manos un poderoso instrumento de presión contra el francés? Balouet era un cobarde y ella tenía que enfrentarse a él con fuerza y resolución, sólo así veía una oportunidad de salvar la piel. Con el dorso de la mano trató de borrar de su rostro las huellas dejadas por las lágrimas. Después regresó a la casa y estableció un plan de acción.

17

Cuando Balouet regresó al día siguiente de Asuán, Raja fue a recogerlo con el Land-Rover. Lo recibió en el embarcadero con especial cordialidad, se interesó por su estado de ánimo, le preguntó cómo le habían ido las cosas y sl pudo solucionarlo todo a su gusto. Finalmente aceptó pasar con él una larga velada en el casino, cosa que hasta entonces siempre había rechazado con una u otra excusa.

La repentina actitud amable de Raja confundió a Jacques Balouet. Presintió que algo debía de haber ocurrido, ñero hizo como si no notara su cambio de comportamiento En la misma medida en que Balouet se iba poniendo nervioso y perdía su autocontrol, Raja se tranquilizaba cada vez más. Mientras Balouet abría el pequeño maletín negro que llevaba consigo en sus viajes a Asuán, la rusa le presunto, igual que si se tratara de la cuestión más sencilla del mundo:

– ¿Ha ofrecido Smolitschew una recompensa por mi cabeza?

Balouet se detuvo como alcanzado por un rayo, miró a Raja pero sus ojos no pudieron resistir los de la joven rusa.

– ¿Smolitschew?…, ¿recompensa?… No sé lo que quieres decir.

La mujer no dijo una palabra más y su pregunta quedó colgada en el aire como un fantasma amenazador. Dio a entender claramente con su silencio que no aceptaba la evasión de Balouet y que esperaba una respuesta clara a una pregunta importante.

– ¿Lo… sabes? -respondió por fin Balouet con voz muy débil y en el mismo momento le vino a la mente la idea de que de un modo u otro debía de haber llegado a las manos de la rusa la documentación que guardaba en el armario-. ¡Me has estado espiando!

Raja se echó a reír.

– Un juego que, por lo visto, tú realizas con mejores resultados. Yo sé que el KGB no paga mal, pero no recompensa la cantidad de trabajo sino los resultados; vistas las cosas desde ese ángulo tú debes de valer mucho dinero Para Smolitschew…

En los movimientos nerviosos y desordenados del frances, Raja pudo leer una gran excitación, mucho mayor que la de ella, aunque de lo que se trataba era de su propia suerte. Ese conocimiento le dio una fuerza insospechada y, con voz firme, repitió su pregunta:

– ¿Ha ofrecido Smolitschew una recompensa por mi cabeza?

Balouet se encogió de hombros.

– No lo sé. En esta ocasión no me he encontrado con Smolitschew.

La rabia enrojeció el rostro de Raja.

– Eres un tipo pequeño y miserable, Balouet, y lo que es peor, un cobarde. ¿Por qué no hablas de una vez? Soy dura de pelar; la vida no me ha mimado. Puedes expresarte con claridad. ¿Qué pretende hacer conmigo Smolitschew? -preguntó finalmente.

En los ojos de Balouet había una expresión que tenía mucho de súplica. Sabía que fuera la que fuese su respuesta, Raja no le creería, y en su interior podía entenderlo.

– No estuve con Smolitschew -dijo-. Tú sabes bien que no es fácil visitar a ese hombre cuando no se ha sido invitado y en esta ocasión yo no lo estaba. Ni siquiera fui a la datscha y no he informado a nadie de tu huida a Abu Simbel. -Y al ver la mirada de cínica incredulidad de Raja, añadió-: ¡Te lo juro!

La rusa no se ahorró la respuesta. Su rabia se desató, gritó e insultó a Balouet. Lo consideraba una criatura despreciable, capaz de traicionar por dinero a su propia sombra.

«¿Cómo podría demostrar a esa mujer que estaba diciendo la verdad?», pensó Balouet. En las últimas semanas todas sus reflexiones se habían dirigido a descubrir la forma de ascender en los servicios del KGB, pero no había pensado ni por un momento en capitalizar la suerte de Raja. Aunque, naturalmente, ella no lo creería, y él lo podía comprender.

Durante un rato se quedaron sentados dándose la espalda en silencio en la oficina de prensa pobremente amueblada. Sin saberlo, ambos tenían el mismo pensamiento. ¿No dependían el uno del otro? ¿El destino de cada uno no estaba supeditado a que el otro callara?

Realmente, Balouet tenía a Raja en sus manos, delatarla Vnificaria el final de su vida. A su vez, Raja podía desenmascarar a Balouet como agente del KGB. Eso, ciertamente no le costaría la vida pero sí unos años de prisión y el fin de su carrera. En esa diabólica situación, ella causaba la impresión de ser la más serena. Suponiendo que Balouet hubiese dicho la verdad y no la hubiera delatado, Raja tenía una buena jugada y su suerte sólo podría cambiar a mejor. Balouet, por el contrario, parecía estar destruido, absolutamente acabado. Había comprobado por propia experiencia hasta qué punto aquella mujer podía ser fuerte e imprevisible. Y esa fortaleza junto a la incapacidad para predecir su conducta le causaban miedo. Balouet no estaba a la altura de Raja y lo sabía.