– Creo que todos ustedes saben lo que eso significa -termino.
– ¡No! -intervino Istvan Rogalla, el arqueólogo alemán-, pero estoy seguro de que usted va a explicárnoslo.
– Eso implica que tendremos que interrumpir nuestro trabajo. Las tareas que, como la preparación del hormigón, exigen un gran consumo de energía deberán ser interrumpidas, el campamento de trabajo y las casas particulares no recibirán suministro eléctrico. Habrá que vivir sin aire acondicionado. Debemos concentrarnos en los trabajos de desmonte del templo, pues si nos retrasamos tendremos pocas esperanzas de acabar nuestra tarea.
Las palabras desconsideradas del director despertaron una gran inquietud. El que habló con mayor vehemencia fue Alinardo, que por lo visto no había entendido bien el discurso de Jacobi; gritó que sin electricidad él no podía trabajar. Lundholm se quejó de que él no podía dormir sin aire acondicionado y, sin dormir, no podía trabajar. Bedeau quiso interrumpir su trabajo de inmediato y con el rostro rojo de cólera afirmó que los egipcios no eran dignos de una obra como ésa. Lundholm, visiblemente agitado, se levantó y gritó:
– ¡No aguanto más!, ¡no aguanto más!
El doctor Moukhtar se puso de pie y comenzó a hablar con grandes aspavientos:
– Amigos, si ésa es la voluntad de Alá, trasladaremos el templo con petróleo o sin petróleo. ¡Alá es grande y Mahoma su profeta! Si fuera la voluntad de Dios que el santuario quedara anegado por las aguas del Nilo, haría tiempo que nos habría dado una señal.
A los europeos les costaba trabajo tomar en serio las palabras del larguirucho Moukhtar. Rogalla se sonrió burlonamente y Kaminski, que parecía estar un poco ausente como si todo eso le importara poco, se limitó a decir en voz alta:
– ¡Amén!
Balouet y Raja, que habían tomado asiento junto a la tana un pOCo alejados de los demás, juntaron sus cabezas para hablar entre ellos.
– No sé -murmuró en voz baja Balouet-, pero tengo la impresión de que los soviéticos están detrás de todo esto.
Raja asintió:
– En ese caso pensamos lo mismo. El asunto parece llevar la firma de Smolitschew. Habría que informar a Jacobi.
– ¿Estás loca? -susurró el francés-. ¿Quieres delatarnos?
– ¿Qué quiere decir delatarnos? Tiene que haber una forma de poner en conocimiento de la dirección que los pronósticos de Antonov son falsos y que las aguas del Nilo no crecen con mayor rapidez de lo previsto, sino todo lo contrario, con mayor lentitud. En tales circunstancias sena inútil una reunión de urgencia como ésta sólo porque se retrasa un suministro de petróleo.
Nervioso, Balouet dio otra calada a su cigarrillo.
– Está bien. Entonces ve a Jacobi y dile: no me llamo Montet, mi verdadero nombre es Raja Kurjanowa y vengo del KGB, todos los datos que os han facilitado los rusos son falsos…
Raja hizo un movimiento involuntario con la mano.
– Bueno. ¿Pero no te parece que nos encontramos en una situación estúpida? Podemos ayudar pero no debemos nacerlo. Si la verdad sale a la luz, las primeras sospechas recaerán sobre ti. ¿Qué otra cosa nos queda por hacer?
20
Mientras tanto, el petrolero destinado a Abu Simbel estaba anclado entre Esna y Edfú. El capitán había comunicado por radio que tenía una avería en la máquina y todavía transcurrió una semana hasta que llegaron desde El Cairo las piezas necesarias. Como pudo determinarse más tarde, no se trataba de un defecto del material sino de una avería en la instalación, provocada por el primer maquinista.
El retraso de diez días bastó para envenenar aún más el ambiente ya tenso de la obra. En la disputa por conseguir la mayor parte de la energía eléctrica, muchos amigos se convirtieron en enemigos porque cada uno creía que su trabajo era el más importante y exigía preferencia. A esto había que añadir el horrendo calor que reinaba en las casas o en los dormitorios comunes, que ni siquiera disminuía por las noches, así que los obreros iban a su trabajo excitados y nerviosos sin apenas haber dormido.
Raja Kurjanowa, conocida por Montet, y Jacques Balouet eran los únicos que estaban enterados de que esa falta de petróleo había sido escenificada por el servicio secreto soviético y que el nivel de las aguas del embalse no exigía en absoluto tanta urgencia.
Ese conocimiento y el no poderlo comunicar a nadie se convirtió para ellos en una carga insoportable. Se amenazaban mutuamente con delatarse. Finalmente, Raja empaquetó sus cosas y decidió trasladarse a una habitación de la residencia común, conocida popularmente como la Cuadra, donde también vivía Alinardo.
En el campamento de los obreros, donde residía un millar de trabajadores, la mayoría egipcios, un agitador nubio organizó manifestaciones de protesta. Muchos obreros se declararon en huelga y la situación se hizo explosiva.
Finalmente, con un retraso de doce días, llegó el petrolero procedente de Asuán y los trabajos pudieron continuar.
21
Kaminski había sufrido menos que la mayoría las incomodidades de la situación. El desmonte y transporte de los bloques del templo continuó exactamente de acuerdo con los planes previstos y eso le ganó la consideración general, por otra parte, sus relaciones con la doctora Hornstein no pasaron desapercibidas. Se los veía continuamente juntos, no sólo por las noches en el casino, y no era ningún secreto que muchas noches Kaminski no iba a dormir a su casa.
Al doctor George Heckmann, el director del hospital, era a uno de los que menos agradaba el éxito de Kaminski con Hella Hornstein. Se sentía humillado interiormente, sobre todo porque apenas hacía tres semanas, en una conversación de hombre a hombre, había tratado de explicarle a Kaminski sus derechos de antigüedad sobre su colega. A partir de entonces Heckmann trató de no cruzarse en el camino de la pareja, pero cuando no podía evitarlo se mostraba cordial con ellos.
En cuanto al estado de ánimo de Kaminski podía decirse que parecía flotar entre nubes. Tan sólo en las horas de soledad en el trabajo en la obra o en la barraca, volvía a meditar sobre cuál era la verdadera naturaleza de Hella: la de la médica del campamento fría y casi desprovista de sentimientos, que se hacía respetar por todo el mundo, o esa otra de mujer apasionada y desenfrenada capaz de hacer que un hombre perdiera la cabeza. Por mucho que reflexionaba sobre ello y establecía comparaciones, la pregunta quedaba sin resolver.
Por otra parte, a Kaminski la respuesta le era indiferente mientras Hella reservara su apasionamiento para él y sólo para él. Además, le gustaba pensar que había derrotado a todos los que trataron de ganarse los favores de Hella. Iba tan lejos en sus fantasías que incluso se sentía dispuesto a comenzar con Hella una nueva vida en cualquier lugar del mundo cuando hubiera terminado su trabajo en Abu Sirnbel. Pero no se atrevía a hablar de eso… Todavía no.
Esa tarde cenaron rápidamente en el casino con visibles muestras de inquietud. A un observador atento le hubiera llamado la atención ver que apenas hablaban, aunque se miraban intensamente a los ojos como si el uno supiera los pensamientos del otro. Finalmente salieron del restaurante y se perdieron en dirección este en la camioneta de Kaminski. Poco antes del anochecer, dejaron atrás la amplia curva de la Acces Road y llegaron a la caseta donde estaba instalada la oficina de dirección de Kaminski en la orilla del embalse.
Kaminski ayudó a bajar a Hella y la acompañó hasta la barraca de madera. Poco tiempo después volvió a su vehículo que había aparcado a corta distancia detrás del templo. Frente a ellos, la obra se encontraba brillantemente iluminada. Los mástiles de las grúas y los cables causaban la impresión de que se estaba procediendo a la carga de un antiguo velero. Las sierras de Alinardo aullaban y rompían el silencio de la noche mientras levantaban grandes cantidades de polvo que ascendían al cielo igual que espesas nubes de vapor. Un espectáculo que a Kaminski le encantaba contemplar.