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Su porte orgulloso, que impedía que los hombres se dirigieran a ella, no tenía nada de vanidoso. Irradiaba una especie de dignidad que es rara de encontrar en una joven de su edad. Era preciso por lo tanto una buena dosis de seguridad en sí mismo o de atrevimiento y en el mejor de los casos de ambas cosas para dedicar una galantería a una mujer así o para atreverse a dirigirle la palabra.

El hombre que aquella mañana se acercó a la mesa en que desayunaba la desconocida era norteamericano, de unos cincuenta años y reunía ambos requisitos. Se presentó como Ralph Nicolson, declaró que tenía una fábrica de tejidos de algodón en Chicago y le preguntó si conocía esa ciudad. La segunda cuestión fue si le permitía sentarse a su mesa. Le dijo que estaba radiante y la felicitó por ello.

– Congratulations! -dijo.

A la primera interpelación la joven respondió que no. En cuanto a la segunda, aseguró que no podía prohibírselo; de todos modos ya había terminado su desayuno y estaba a punto de marcharse.

Nicolson se molestó al ver que la bella extranjera no le decía su nombre, pero hizo como si no se diera cuenta del desprecio y le preguntó cortésmente si se encontraba allí por motivos de trabajo o si había venido a conocer las maravillas del país.

La mujer evitó una respuesta directa y señaló que resultaba imposible sustraerse a los encantos de Egipto aunque se estuviera allí por razones profesionales. A continuación rechazó la invitación del norteamericano para realizar un recorrido turístico. Lo hizo de modo educado pero firme; no tenía tiempo.

Terminó su taza de té y estaba despidiéndose del extranjero cuando de repente se llevó la mano al pecho y lanzó un grito agudo como si la hubieran apuñalado en el corazón; seguidamente, se desplomó en la silla como muerta.

Nicolson se levantó de un salto y trató de sostenerla, pero su cuerpo se inclinó hacia delante y por poco no cayó al suelo. Casi de inmediato acudieron algunos huéspedes y miembros del personal del hotel alarmados por el chillido. El portero se acercó con una jofaina de agua y salpicó la cara de la mujer desmayada sin ningún resultado.

– ¡El calor, el calor! -repetía una y otra vez.

Pasaron unos minutos hasta que el estruendo de una sirena anunció la llegada de la ambulancia. Dos enfermeros con traje blanco la colocaron en una camilla y la llevaron hasta el vehículo que arrancó inmediatamente y se alejó de allí a toda velocidad.

Era un viaje de sólo unos cientos de metros. A la salida del puente del Veintiséis de Julio se produjo un atasco que hizo imposible que la ambulancia continuara su marcha con la misma rapidez y un segundo embotellamiento la obligó a detenerse junto a los Jardines Andaluces. Entre unas cosas y otras, tardaron veinte minutos en llegar a la clínica de Ibu-en-Nafis.

Uno de los enfermeros abrió la puerta del vehículo: la paciente había desaparecido. Su nombre era Petra Kramer, según publicó el diario Al Ahram al día siguiente.

44

Kaminski y Mahkorn se alojaron en el Nilo Hilton en la avenida el-Corniche. El hotel se encontraba en el centro de la ciudad y brindaba una indescriptible perspectiva sobre el río y la ciudad antigua. Habían llegado a confiar el uno en el otro. Arthur se había dado cuenta de que el periodista tenía algo más que un simple interés profesional en el asunto y éste quería encontrar a Hella Hornstein, lo que favorecía sus propios planes.

Dejaron pasar el primer día sin hacer nada. Charlaron una parte del tiempo en el gran vestíbulo del hotel y otra, en un bar llamado Kasr-el-Nil en la orilla opuesta del Nilo, bajo una visera cuadrada de mimbre que los protegía del sol mientras el periodista consumía una abundante cantidad de sus delgados puros y Kaminski se tomaba media docena de vasos de una bebida rojiza y fría a base de té.

Mahkorn fue conociendo más y más detalles sobre el fondo de la historia, sobre todo referidos a la peculiar relación entre Kaminski y Hella Hornstein y llegó a la conclusión de que existía una fuerte dependencia por parte de él con respecto a la doctora. En todo caso, parecía haber entre ambos un extraño lazo marcado por una fascinante combinación de amor y odio.

Intentar hallar a una joven en El Cairo era como la célebre búsqueda de la aguja en un pajar. Si Arthur hubiera estado solo, sin duda habría renunciado muy pronto, pero para un hombre como Mahkorn aquello era un auténtico desafío.

El periodista llegó a la conclusión de que si Hella Hornstein se encontraba en esa ciudad, debía alojarse en uno de los hoteles frecuentados por europeos. En la capital egipcia existen cientos de hoteles y pensiones, pero debido a las severas exigencias de control de extranjeros impuestas por la ley, sólo muy pocos podían hospedarlos.

Mahkorn le contó al portero de noche del Nilo Hilton una historia conmovedora: había conocido a una mujer por la que se sentía muy interesado y quería volver a verla; la desconocida no le había dicho su nombre y él suponía que se alojaba en un hotel de El Cairo, ¿podía ayudarlo a encontrarla?

Poco después, Mahkorn poseía una lista de doce hoteles con sus respectivas direcciones: Shepheard’s, Sharia Elhami; Continental Savoy, Midan Opera; Semiramis, Sharia Elhami; Kasr-en-Nil, Sharia Kasr-en-Nil; Atlas, Sharia Bank el-Gumhurija; Palmyra, Sharia Veintiséis de Julio; National, Sharia Talaat Hab; Cleopatra, Sharia el-Bustan; Grand Hotel, Sharia Veintiséis de Julio; Ambassador, Sharia Veintiséis de Julio; Victoria, Sharia el-Gumhurija; Ismailian House, Midan et-Tahrir. Otros hoteles para turistas, pero que estaban bastante más apartados del centro, eran Mena House, Heliopolis House y el Carden City House, aunque debido a su situación había menos probabilidades de que la doctora Hornstein se alojara en uno de estos últimos.

Kaminski alquiló un taxi por diez libras y comenzaron a buscar a Hella.

El Shepheard’s, un hotel pasado de moda de la época colonial y el moderno Semiramis con su gigantesco anuncio luminoso en letras árabes sobre el tejado se encontraban cerca del muelle donde atracaban los vapores que navegan por el Nilo.

Mahkorn le tendió al conserje un billete de una libra y una nota con el nombre de Hella Hornstein con la desenvoltura del periodista acostumbrado a nadar en todas las aguas y le preguntó si ésta se alojaba en el hotel. Sin resultado. Tampoco tuvieron éxito en el Semiramis; sin embargo allí, en un puesto de periódicos situado a la derecha de la recepción, una fotografía de la primera página del diario Al Ahram le llamó la atención a Mahkorn. Era la imagen de la momia de Bent-Anat rodeada de un grupo de científicos, que procedían a su reconocimiento. Otra foto de gran tamaño mostraba un colgante con la inscripción «Eternamente tuyo. A. K.».

– ¡Ése es mi medallón! -gritó excitado Kaminski-. Se lo regalé a Hella. ¿Cómo es que su fotografía está en la primera página de un diario?

El reportero le pidió al conserje que les tradujera el artículo. Éste se echó a reír y les dijo que no era necesario porque todos los periódicos, incluso los de habla inglesa, publicaban esa misma noticia en primera página. Kaminski se dirigió al quiosco de prensa. El Daily Telegraph titulaba a grandes letras: «The Secret of the Mummy of Bent Anat». También allí figuraba una fotografía del medallón con el pie: «What’s about this locket?».

En el artículo se decía que al examinar la momia de Abu Simbel se habían descubierto los restos de una pieza de ropa con el nombre de Bent-Anat, tal y como habían esperado los expertos. Pero también, y de manera totalmente inesperada, había aparecido una joya moderna con la dedicatoria en alemán: «Ewig Dein. A. K.», escondida entre las vendas, lo que hacía suponer que la momia de la reina, hija y esposa de Ramsés II había sido hallada mucho antes de que su descubrimiento se hiciera público y fue manipulada de modo indebido y no profesional. Finalizaba la noticia diciendo que se sospechaba que había sido salvada en el último momento cuando estaba a punto de ser transportada ilegalmente al extranjero.