Una sonrisa se extendió por todo el ancho rostro de Nicolson.
– Es raro, pero todas las mujeres guapas del mundo están ya casadas. Me pregunto por qué. Soltó un carcajada tan fuerte que su eco resonó por todo el vestíbulo del hotel.
Entretanto, Mahkorn y Kaminski habían recobrado la calma.
– Sir… -comenzó el primero pero fue interrumpido por Nicolson.
– Nada de sir -dijo éste pasando al tuteo-, me llamo Ralph, ¿y tú?
– Mike.
– ¡Oh, norteamericano!…
– No, alemán.
– No importa.
El periodista no pudo evitar una sonrisa irónica.
– ¿Y cuándo fue eso? Quiero decir, ¿cuándo la viste en el hotel?
– Dos o tres días antes de la guerra. Oh, Dios mío, qué raro suena eso. ¡Dos o tres días antes de la guerra! -De repente se puso serio e hizo un gesto expresivo como si se quitara una mota de polvo de la manga de su chaqueta-. Después de ese primer encuentro no volví a verla. ¡Lo siento por vosotros!
El jefe de recepción del hotel, un hombre mayor, los venía observando y había oído la conversación. Se acercó a ellos cortésmente.
– Perdónenme los señores si me mezclo en el asunto. ¿Se trata de una dienta de nuestra casa?
Mike alzó la foto para que el conserje pudiera verla.
– ¿Por qué se interesan por la señora? -preguntó.
– Es la prometida de este caballero -mintió Mahkorn señalando a Kaminski-. Habían quedado en encontrarse aquí, pero como ve no se ha presentado.
El recepcionista asintió comprensivo.
– ¿Cuál es el nombre de la señora?
– Doctora Hella Hornstein. Es alemana.
– Tiene razón sólo en parte -le contradijo el jefe de conserjes-. Es alemana, pero su nombre es Kramer, Petra Kramer. Yo mismo le conseguí un billete de avión para volver a su país.
– ¿Cuándo fue eso?
– El 3 de junio.
– ¿Y a qué parte de Alemania se dirigía?
Reflexionó un momento y movió la cabeza.
– A Frankfurt, si no me equivoco. Espere, señor, me parece recordar que era para Munich vía Frankfurt.
– ¿Y el billete fue expedido a nombre de Petra Kramer?
– Tal y como se solicitó.
Los dos amigos estaban asombrados. Arthur arrugó la frente y Mahkorn puso un billete en la mano del recepcionista.
– Smolitschew debe de haberle procurado documentos falsos -opinó el periodista mientras Nicolson se despedía agitando la mano-. ¿Qué relación tenía con Munich la doctora Hornstein?
– Ninguna que yo sepa -respondió Kaminski-. Hella procede de Bochum. Nunca mencionó Munich. -Reflexionó y finalmente dijo-: Tengo que ir. Debo encontrarla.
Mike asintió con un gesto.
– Por mi parte está bien, allí estoy en mi casa. Pero creo que debo aclararte una cosa: es más fácil localizar a una europea en El Cairo que a una alemana en Munich. Esa ciudad está llena de alemanes -bromeó.
Arthur se rió con él; comprendía perfectamente lo que Mike quería decir.
Mientras Kaminski y Mahkorn, un tanto confusos, reflexionaban qué más podían hacer y dónde continuar buscando a Hella Hornstein, el anciano conserje se acercó de nuevo a ellos. Colocó un papel delante de la nariz del periodista y le dijo:
– Tal vez esto pueda servirles de algo. La señora que ustedes buscan telefoneó dos veces a Munich el día de su partida. Aquí está la lista de las conferencias de la centralita, correspondiente al 2 de junio. Vea usted, habitación 217, en el ala lateral, la que ocupaba la señora Kramer. Y éste es el número de teléfono de Munich al que llamó dos veces: 219 82 63.
– ¿Te dice algo este número? -le preguntó Mahkorn a su amigo mientras lo anotaba en un trozo de papel.
Arthur negó con la cabeza.
– Nada en absoluto, no tengo la menor idea.
47
Desde el penoso incidente con el medallón, el profesor elHadid no había tenido ni un momento de tranquilidad. Todos los periódicos que informaron sobre ello se olieron un escándalo y sus opiniones sobre los métodos de investigación científica del patólogo no fueron nada positivas. Por esa razón, el profesor estaba muy interesado en hacer algo que pudiera compensar ante la opinión pública su desgraciado traspiés.
Un buen día le comunicó a Ahmed Abd el-Kadr que pensaba visitarlo y le anunció que le llevaría novedades sensacionales sobre la momia de Bent-Anat.
El-Kadr recibió la noticia de el-Hadid más bien con escepticismo; sin embargo, seguidamente citó a Hassan Moukhtar y a Istvan Rogalla, que todavía seguían en El Cairo, para que se reunieran con él en su despacho y asistieran a la entrevista con el catedrático.
El profesor el-Hadid sacó de una gran cartera de cuero negro varias radiografías de distinto formato con la afectación propia del científico de la vieja escuela y se acercó con ellas a la ventana. El-Kadr, Moukhtar y Rogalla lo siguieron interesados.
Las radiografías anunció con expresión de orgullo han sido tomadas según un nuevo procedimiento norteamericano, que muestra contrastes mucho más marcados. ¡Y miren lo que he descubierto!
Los tres hombres se colocaron alrededor del profesor y con atención contemplaron las imágenes al trasluz. El negativo que el-Hadid tenía delante de la ventana mostraba de perfil el cráneo de la momia. El patólogo tomó un lápiz y señaló una red de líneas blancas.
– ¿Y eso qué significa?
El profesor bajó la radiografía y miró con aire triunfal a los que le rodeaban.
– Lo que pueden ver en la placa es una fractura de la base del cráneo y que fue posiblemente la causa de la muerte de Bent-Anat. De acuerdo con esta imagen, el fallecimiento debió de producirse por un golpe en la parte de atrás de la cabeza, pero… -el patólogo mostró otra radiografía y continuó- los hallazgos que nos muestra este otro negativo aportan conclusiones bien distintas. En él podemos ver la pelvis, en la que se aprecia una complicada fractura múltiple.
El-Kadr, Moukhtar y Rogalla, poseídos de una gran excitación se agruparon junto al profesor y observaron con toda claridad el corte que cruzaba la pelvis en varias direcciones.
– Estas nuevas lesiones, por sí solas -disertó el-Hadid como si estuviera en su cátedra- no hubieran conducido directamente a la muerte, pero en aquellos tiempos roturas de este tipo habrían acabado convirtiendo a la reina en una inválida permanente que, más pronto o más tarde, habría muerto como consecuencia de ellas y en medio de grandes dolores.
– ¡Interesante! -comentó Rogalla-. ¿Y cuál podría ser la causa de esas lesiones?
El patólogo sacó una tercera placa y la colocó a contraluz.
– Ésta es la radiografía del cráneo de un suicida que se arrojó desde un piso muy alto en el distrito de Bulak. Como puede ver, el tipo de fracturas es casi el mismo.
– ¿Sospecha usted que la reina se suicidó? -preguntó Moukhtar impresionado.
– De hecho, hay ciertos indicios que hablan en favor de esa tesis -contestó el-Hadid-. Pero tenemos un principio básico en anatomía que dice que si las causas de la muerte aparecen especialmente claras, la investigación debe empezarse de nuevo desde el principio. ¡Eso es válido también para una momia!
– ¿Y el resultado?
– Van a sorprenderse. Además de otras roturas óseas en brazos y piernas, que confirmarían la teoría original, descubrí también lo siguiente -el profesor señaló con el lápiz un pequeño negativo cuadrado-: éstas son las vértebras cervicales y este hueso en forma de herradura es el os hyoideum. Está situado en la parte anterior superior del cuello, entre la mandíbula inferior y la faringe y su nombre vulgar es hueso hioides. Obsérvenlo con atención; pueden ver con toda claridad que está partido en su punto medio.
– ¿Y eso significa…?
– Con toda probabilidad que Bent-Anat fue estrangulada, al hacerlo le rompieron el hueso hioides. Es posible que para encubrir la causa de su muerte sus asesinos la arrojaran después desde una gran altura.