El aire asfixiante y el sol implacable que entraba por las altas ventanas les hacían sudar. Tenían miedo de que en el último momento algo pudiera salir mal y que todos sus esfuerzos y sufrimientos acabaran por resultar inútiles.
Las manecillas del reloj sin cifras que había en la alta pared blanca frente a ellos parecían haberse detenido. Hay situaciones en las que los minutos se alargan igual que horas. De repente, como si hubiese estado esperando que ocurriera, como un hecho irremediabie, Jacques oyó pronunciar su nombre.
Alguien gritó:
– ¡Ahí está Balouet!
Raja reaccionó de inmediato. Apretó la mano de Jacques, mientras seguía impasible con la mirada fija al frente, y le dijo:
– No lo escuches. ¡No eres Balouet sino Taine!
El francés sintió que la sangre se le subía a la cabeza. Reconoció la voz y al volverse supo que no se había equivocado. Durante unos segundos, pensó en hacerse el tonto y contestar: «¡perdone usted, pero debe de tratarse de un error!», sin embargo se dio cuenta de que con ello no haría más que ponerse en ridículo sin que mejorara su situación lo más mínimo. Así que se dirigió al hombre que estaba frente a él acompañado de otro que no conocía:
– ¡Ah, es usted, Kaminski!
El ingeniero les presentó a Mike Mahkorn y comentó:
– Por lo que veo lo han conseguido. ¡Me alegro mucho, de veras que me alegro!
Raja creyó que en esas palabras no había más que puro cinismo y exclamó sin poderse contener:
– No tiene que disimular, monsieur, lo sabemos todo. ¿Qué piensa hacer con nosotros?
– No comprendo -replicó Arthur-, ¿qué quiere decir? Tal vez podría…
Balouet lo interrumpió.
– Sabe usted, hemos pasado mucho en las últimas semanas. Hemos visto cómo supuestos amigos resultaban ser enemigos y viceversa. Nos sorprendió que nos ayudara a escapar de Abu Simbel, pero no volvimos a pensar más en ello. No se nos ocurrió que usted y la doctora Hornstein nos estaban utilizando. Bueno, ya nos tiene, ¿qué es lo que quiere de nosotros? Seguro que sus gorilas acechan en cualquier rincón.
Kaminski no comprendía lo que el francés quería decir. ¿Por qué y de qué modo habían engañado a aquella pareja? Inseguro, miró a Mike y creyó leer en sus ojos «¿qué me has ocultado?».
Finalmente, el ingeniero se volvió a Balouet y le preguntó:
– ¿No podría explicarse con más claridad?
Raja se echó a reír con amargura.
– Bien, monsieur, ya que quiere oírlo: sabemos que usted y la doctora Hornstein trabajan para el servicio secreto soviético.
Mahkorn tomó a Arthur del antebrazo y lo apartó a un lado. Se acercó a Raja Kurjanowa y le pidió:
– ¿Querría repetir lo que ha dicho?
– Kaminski y la doctora Hella Hornstein son esbirros del KGB.
El periodista alemán se dio la vuelta, se metió las manos en los bolsillos y se irguió con toda su imponente y poderosa presencia delante de Arthur.
– Creo que me debes una explicación, ¿no es así?
Kaminski no acababa de comprender qué le pasaba a su amigo y vaciló un momento sin encontrar una respuesta.
– Mire -dijo finalmente dirigiéndose a Balouet-, cuando ustedes me contaron en Abu Simbel que habían trabajado para el KGB y querían dejarlo, no tuve la menor duda e hice lo que me pareció más naturaclass="underline" ayudarles. ¡Resulta absurdo que ahora trate de implicarme a mí con los rusos!
– Naturalmente que es absurdo -replicó Jacques-, pero aún lo es más que la doctora Hornstein trabaje para el KGB.
– ¿Hella Hornstein? ¡Imposible!
– Nosotros no podemos probar nada contra usted, aunque todo habla en su contra, pero tenemos pruebas definitivas de que la doctora está al servicio del espionaje soviético.
– ¡Hella!, ¡precisamente Hella!
– Sí, ¡precisamente Hella! -intervino Raja, furiosa-. Hemos visto con nuestros propios ojos cómo se encontraba con el coronel Smolitschew. Este tiene muchos enemigos en Egipto que pueden confirmarlo.
– ¿Quién es el coronel Smolitschew? -preguntó Mahkorn asombrado.
– El principal hombre de los rusos en este país y el mayor de sus cerdos. -La joven lloraba de rabia-. Nos ha tenido en sus manos en Sudán, el mar Rojo y medio Egipto haciéndonos creer que estábamos seguros. La verdad es que todo fue un espectáculo teatral bien escenificado. Smolitschew jugó con nosotros como si fuéramos marionetas y la doctora Hornstein le ayudó.
Mientras hablaba dirigía la vista asustada a todos lados esperando que en cualquier momento se acercaran a ellos Smolitschew o sus hombres y con aire de suficiencia y triunfo los cogieran del brazo. Pero no ocurrió nada.
La mirada de Kaminski se encontraba ausente. Parecía incapaz de hacer frente a la situación.
– Pueden estar seguros de que no tengo nada que ver con los rusos, absolutamente nada. Y en lo que respecta a Hella Hornstein, yo no estaba enterado y ni siquiera puedo creerlo. Estoy convencido de que las cosas se aclararán y se verá que todo ha sido un error. Pero ¿dónde y cuándo han visto ustedes a la doctora Hornstein?
– Uno o dos días antes del comienzo de la guerra. ¿Por qué lo pregunta?
Mahkorn se dio cuenta de que Arthur se hallaba demasiado confuso para seguir por sí mismo la conversación y se explicó en su lugar:
– Estamos buscando a Hella Hornstein. Ha sucedido una serie de acontecimientos extraños.
– Si Kaminski no sabe su paradero…
– No, no lo sabe, pero está haciendo todo lo posible por encontrarla. Es probable que su desaparición esté relacionada con toda esta historia del servicio secreto, al menos cabe pensarlo así. Mike dirigió al ingeniero una mirada compasiva, como si tuviera lástima de él.
El tiempo parecía haberse detenido para Arthur Kaminski. Lo único que sentía era un gran vacío y una inmensa perplejidad. Su aspecto no les causó la impresión de ser el de un hombre que de un momento a otro va a detenerlos. ¿Era posible que Kaminski no hubiera sabido nada de lo que hacía Hella Hornstein?
Raja se encontraba más cerca de aceptar esa probabilidad que Balouet. Ella sabía por propia experiencia que en el servicio de inteligencia el muro del secreto podía separar incluso a los padres de los hijos y a los maridos de sus esposas. ¿Por qué no a los amantes?
– Smolitschew y Hella Hornstein se vieron en un café del casco antiguo -comenzó la joven-, por lo que sabemos se produjo una discusión entre ellos. La doctora vivía últimamente en el hotel Ornar Khayyam.
Mahkorn hizo un gesto afirmativo.
– Lo último también lo sabíamos nosotros. De acuerdo con nuestras informaciones, Hella Hornstein se marchó a Alemania, posiblemente a Munich, el día anterior al del comienzo de la guerra. Ésa es nuestra última pista.
La cabeza de Mike Mahkorn hervía de incógnitas. Encendió uno de sus delgados puros y masticó nervioso su punta. En los primeros momentos de excitación al descubrir que Hella había trabajado para los soviéticos creyó que eso le ayudaría a desentrañar el misterio que la rodeaba, pero mientras más reflexionaba sobre ello, menos seguro estaba.
Existen servicios secretos que por motivos muy diferentes se interesan por las momias, sin embargo el asunto del medallón le parecía tan provocador que no cabía dentro del marco de acción de una agente secreta. Hella Hornstein podía ser una espía o no, pero su relación con la momia debió de confundir y disgustar también al KGB, pues a los servicios de inteligencia les interesa especialmente el desconcierto, siempre que se produzca en el bando contrario y mientras puedan aprovecharse, pero, desde luego, nunca en el propio.
Las palabras del altavoz apenas pudieron entenderse, pero el letrero de la puerta de embarque se iluminó anunciando el vuelo LH 683.
Jacques tomó la pequeña bolsa de viaje que había dejado en el suelo delante de él.
– Llevamos el mismo camino -observó Kaminski.
– Entonces venga -le respondió Balouet-. Pasemos juntos el control de pasaportes, quiero mirarle a los ojos cuando nos detengan. Ya estará informado de que tenemos documentos falsos. Viajamos con los nombres de Jean y Simone Taine. Bien, ya lo sabe todo.