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– Desde luego.

– Podría no haberlo sido. Conozco a otras tres personas que se llaman Janet. Ninian juega a cosas maravillosas…, ¿verdad que sí?

– Sí -volvió a admitir Janet.

Los ojos le miraron como si la atravesaran. Eran de un gris tan oscuro que casi podrían haber sido negros. Janet se preguntó qué estarían viendo. El pensamiento cruzó por su mente y al hacerlo, Stella le tendió una mano, y dijo:

– Venga a ver mi habitación. La suya está al lado. En realidad, es la de Nanny, pero ella se ha marchado de vacaciones. He estado gritando durante dos horas.

La pequeña mano estaba fría.

– ¿Por qué? -preguntó Janet.

– Porque no quería que se marchara.

– ¿Gritas siempre que deseas algo y eso mismo sucede?

– Sí -contestó Stella con una sencilla determinación.

– Eso suena muy desagradable.

Sacudió vigorosamente la cabeza morena.

– No. Me gusta. Todo el mundo se lleva las manos a las orejas. Tía Edna dice que le traspasa. Pero no me importa el ruido que hago. Estaba gritando cuando llegó usted.

– Ya te oí -dijo Janet-. ¿Pero por qué? ¿Por qué gritabas?

Habían llegado al final de las escaleras. Los pasillos se abrían a derecha e izquierda. Stella tiró de su mano.

– Vamos por aquí -y doblaron por el pasillo situado a mano derecha-. No quería que viniera usted.

– ¿Por qué?

La niña contuvo la respiración.

– Quería marcharme con Star en un avión. Sería divertido. Así es que grité. A veces, si grito lo suficiente, consigo lo que quiero… -su voz se desvaneció, agarró la mano de Janet con más fuerza y las cejas oscuras se juntaron más-. No lo hago siempre, sólo a veces. Y no vale la pena tratar de impedírmelo. Joan me pegó antes de que viniera usted, pero eso no hizo más que empeorar las cosas.

– ¿Te refieres a la Joan que me abrió la puerta?

Stella asintió con firmeza.

– Joan Cuttle. Tía Edna dice que es una mujer muy simpática, pero yo creo que es una blandengue. Ni siquiera sabe pegar bien. Sólo da palmotadas con la mano abierta- no duele nada. De todo modos, no me tendría que pegar… es malo para mí. Star se enfadaría mucho si lo supiera. ¿Cree usted que soy una niña problema? Tío Geoffrey dice que lo soy.

– Estoy segura… espero que no -dijo Janet.

Habían llegado a lo que, evidentemente, era el cuarto de la niña. Desde allí se contemplaba una maravillosa vista sobre los prados verdes que descendían hacia una corriente de agua, pero tras un rápido vistazo la niña le volvió a estirar de la mano.

– ¿Por qué ha dicho eso de que espera que no? Creo que es interesante.

Janet sacudió la cabeza.

– Suena como algo incómodo y no te sentirías feliz si fuera así.

Los ojos oscuros se elevaron hacia los suyos, con una mirada extrañamente profunda. Stella dijo con tono triste:

– Pero yo no grito cuando me siento feliz -después, se soltó la mano y se alejó-. ¡Venga a ver mi cuarto! Star lo hizo preparar para mí. Tiene flores en las cortinas y pájaros azules volando, y hay una alfombra azul, y un edredón azul, y un cuadro con una colina.

La habitación de la niña era bonita. La colina del cuadro era la que estaba sobre Darnach, con la casa de los Rutherford al pie de ella. El nombre de la colina era Darnach Law, y ella y Star y Ninian habían subido cada palmo.

La habitación de Nanny,-que iba a ser la suya, se abría a partir de la de Stella. Tenía la misma vista, pero los pesados muebles de caoba la hacían oscura. En la repisa de la chimenea había fotografías de los familiares de Nanny y sobre ella una fotografía varias veces aumentada. Stella podía decirle quién era cada cual. El joven de uniforme era Bert, el hermano de Nanny, y la mujer joven que estaba junto a él era su esposa Daisy. La fotografía situada sobre la chimenea había sido hecha de una más pequeña del día de la boda de los padres de Nanny.

Stella lo sabía todo sobre las personas de las fotos. Estaba contándole una excitante "historia sobre cómo Bert estaba en un barco que fue volado durante la guerra…

– …Y nadó millas y millas hasta que se hizo de noche y pensó que iba a ahogarse… -cuando se abrió la puerta y entró Edna Ford, Stella terminó de contar su historia a toda prisa-, y llegó un avión y él no estaba y Bert y Daisy fueron siempre muy felices.

Edna Ford estrechó su mano con aquella actitud lánguida con que hacía la mayoría de las cosas. Tenía un aspecto ojeroso y descolorido y llevaba la ropa que menos le favorecía. Su falda de mezcla de lanilla oscilaba entre el marrón y el gris y le colgaba por la parte de atrás. El suéter, de un color malva desvaído, se ceñía alrededor de unos hombros encorvados y un pecho singularmente plano. No podía haberse puesto nada más inadecuado a su cara y su figura. De este modo, se resaltaba aún más la piel cetrina y el pelo ligero y seco.

– Realmente, Miss Johnstone, no sé qué va a pensar usted -dijo en un tono quejumbroso-. Stella no tenía por qué haberla traído hasta aquí de ese modo. Pero, claro, no tiene la servidumbre adecuada, éstas son las cosas que pasan. Una casa pequeña y cómoda sería mucho más adecuada, pero eso queda descartado. Alguien tiene que cuidar de mi tía. Simmons hace lo que puede, pero no es muy fuerte y nos pasamos sin él todo lo que podemos. No sé qué haríamos sin Joan Cuttle. Tengo entendido que fue ella quien la hizo pasar. Es de una gran ayuda y muy bondadosa, pero no tiene la debida formación. Sin embargo es una chica simpática. Los Simmons son viejos sirvientes de mi tía, y Mrs. Simmons es una cocinera muy buena. Además, claro, hay una mujer del pueblo, así es que supongo que las cosas aún podrían ser peores. Y ahora, permítame, Joan le subirá la maleta… dijo que sólo tenía una. Y después quizá sea hora de que Stella se vaya a la cama. Star dijo que llamaría a las siete… hay un teléfono supletorio en su habitación. Sólo espero que sea puntual porque cenamos a las siete y media y Mrs. Simmons se enoja cuando alguien llega tarde.

8

Star llamó a las seis y media, lo que fue mucho mejor que llamar tarde. La llamada tuvo que haberle costado varias libras porque continuó hablando con una actitud perfectamente despreocupada mientras las señales que marcaban el paso del tiempo seguían aumentando. Janet y Stella lo convirtieron en un juego. Estaban sentadas la una al lado de la otra, en la cama, y jugaron a cogerse el teléfono la una a la otra, de modo que, en un momento, Star se encontraba diciéndole a Stella que era una niña excepcionalmente sensible y no debía estar malhumorada y al momento siguiente estaba enviándole besos a Janet. Como esto tuvo el afortunado resultado de hacer reír a Stella, nada pudo haber sido más tranquilizador para Star. Las despedidas se dijeron en una atmósfera mucho más feliz de lo que cualquiera de ellas pudiera haber pensado y fue sólo al final cuando se produjo un sollozo en la bonita y aguda voz.

– Janet…, ¿estás ahí?

– Sí.

– La cuidarás mucho, ¿verdad? Tengo los más terribles presentimientos.

– Star, ¡te estás portando como una tonta!

Stella se removió alegremente, en la cama, a su lado.

– Yo… yo… ¡es mi turno! -y apartó a Janet con la cabeza-. Star, ¡soy yo! ¡Estás siendo una tonta! Janet lo dice, y yo también.

– Querida, ¿estás bien…? ¿Te sientes feliz?

– ¡Claro! Janet me va a contar de cuando subíais a Darnach Law y os perdisteis en la niebla. Eso no me lo habías contado…

– Janet lo hará -dijo Star.

– Y cuando sea mayor, iré allí ¡y subiré toda la colina! Y me iré contigo en un avión cuando te vayas a Nueva York, y me quedaré sentada toda la noche viéndote actuar.

Diez minutos después seguían hablando cuando Janet tomó el receptor.