Empezó a desear haber traído un libro. No había confiado en disponer de tiempo para leer, y ahora no quería molestarse en ir a buscarlo; además, Stella podía despertarse y encontrarse sola. Se dedicó a observar la libélula. Ahora se había detenido y colgaba inmóvil de una piedra bañada por el sol. No había visto una tan cerca… los ojos brillantes, las alas como de gasa, el cuerpo alargado, verde como una manzana, y todo aquel vibrante movimiento detenido.
Oyó unos pasos por el camino enlosado. Ninian Rutherford apareció por un hueco arqueado del seto y preguntó:
– ¿Estudiando la naturaleza?
Fue una voz extraordinariamente encantadora… apropiada para atraer a un pájaro desde su nido, como decía su vieja niñera escocesa. Había atraído a Janet en otra ocasión, pero ahora estaba armada para defenderse contra ella. ¿O no lo estaba? Levantó la mirada y se encontró con sus ojos sonrientes. Si había algo detrás de la sonrisa, desapareció antes de que ella pudiera estar segura. Podrían haberse encontrado ayer, separándose como los mejores amigos. El abismo de dos años tenía que ser ignorado.
El rodeó el estanque y se sentó a su lado.
– Bueno, ¿cómo te van las cosas, Janet?-era el antiguo nombre chistoso que él le daba, y el mismo tono de burla-. ¿Y qué estabas mirando con tanta atención?
Y cantó por lo bajo:
Mira bien dentro del pozo,
Janet, Janet,
Y allí verás su hermosa alma, mi jo Janet.
Empleando su tono de voz más natural, ella dijo:
– Estaba observando una libélula. Nunca había visto una tan verde. ¡Mira!
Pero él no dejaba de mirarla a ella.
– ¿Has estado siguiendo un régimen de adelgazamiento? Te has quedado un poco delgada.
– Si me quedo aquí durante dos semanas, probablemente tendré que adelgazar después. La leche es prácticamente crema y Mrs. Simmons es una cocinera maravillosa.
– Es de lo más ingenioso -dijo él, echándose a reír-. De veras, querida, te vas a morir de aburrimiento. Es típico de Star haberte hecho venir para cuidar a su hija. ¿Pero qué te ha impulsado a aceptarlo? Pero tú nunca tuviste mucho sentido común.
El color se agolpó en las mejillas de Janet.
– Si algo he tenido alguna vez, ¡es precisamente eso!
– ¿Sentido común? -sus ojos la observaron burlonamente-. No tienes ni lo que podría haber en el canto de una moneda de seis peniques… no, si eso significa cuidar de ti misma y procurar que la gente no te explote y que no dejes la piel a tiras en tu trabajo.
La joven levantó las manos morenas y las volvió a dejar caer en su regazo.
– Yo no diría que me estoy dejando la piel en ninguna parte.
– Hablando metafóricamente, si. Es lo que acabo de decir…, no tienes sentido común. Dejaste que Star te echara encima este trabajo, y permites que ese tipo, Hugo, te saque toda la carne de los huesos, ¡ese estúpido idiota!
– ¡No es un estúpido idiota!
– Es… ¡una persona afectada introducida en el trato, con ventaja para él!
Era tan moreno como Star era rubia. De pronto, Janet se dio cuenta de que Stella era como él. Había en ella la misma energía nerviosa, el mismo ceño fruncido, y el mismo oscuro destello de ira en los ojos. Ahora aquella chispa brillaba allí, mientras él se inclinaba hacia ella, diciendo:
– No sabes cómo luchar por ti misma… ¡ése es el problema contigo! Serías una luchadora estupenda si dedicaras tu mente a ello… ¡te lo garantizo! ¡Pero no estás dispuesta a hacerlo! Siempre estás pensando en los demás, ¿o es que eres demasiado orgullosa como para molestarte?
¿Hacia dónde iban por aquel camino? Los dos sabían muy bien lo que él quería dar a entender cuando decía que ella era demasiado orgullosa para luchar. Había sido demasiado orgullosa para luchar por él. Si él deseaba a Anne Forester, no sería ella la que moviera un solo dedo para recuperarlo.
– Ninian, estás diciendo tonterías.
– ¿Y por qué no? Quedo mejor diciendo tonterías que si tuviera que hablar en serio.
Se había inclinado hacia ella lo suficiente como para darle la impresión de que estaba cercada, con el brazo extendido sobre el respaldo del banco, con naturalidad. Janet extendió una mano para contenerle y él se echó a reír.
– Ninian, vas a despertar a Stella.
– Bueno, ¡no quiero hacer eso!-dijo él, con una alegre voz-. ¡Dejemos dormir a los tigres! ¿Qué tal te las arreglas con ella?
– Muy bien.
– ¿Ha tenido ya una de sus famosas rabietas?
– Sólo las tiene cuando algo le molesta.
– Así es que no tendrá ninguna contigo…, ¿no es eso?
– Desde luego.
– Nuestra santa Edna es suficiente para molestar a cualquiera. No es nada raro que Geoffrey se extravíe. Y su rostro fue su fortuna, ya sabes. En cualquier caso, era toda la fortuna que poseía. Por qué diablos se casó Geoffrey con ella es algo que ha de ser considerado como uno de esos misterios indisolubles que ocupan su lugar junto al Hombre de la Máscara de Hierro y Quién Mató a la Princesa en la Torre. Es casi seguro que Ricardo no lo hizo, porque, de haberlo hecho, Enrique VII se habría lanzado sobre él para acusarle después de la batalla de Boswort. Confió en que admires la versatilidad de mi conversación. ¿O quizá es Hugo una persona tan brillante que nadie puede competir con él?
Janet se permitió hacer aparecer el hoyuelo de su sonrisa. Era un hoyuelo atractivo.
– No tienes una conversación muy brillante cuando dices las cosas en taquigrafía.
– ¡No querrás decir que puedes descifrar todas esas tonterías en puntos y rayas!
– Los puntos y las rayas son Morse, no taquigrafía.
– Querida, no me lo puedo creer. ¡Taquigrafía! La única cosa que me parece peor es el estruendo de una máquina de escribir, o la ortografía reformada de Bernard Shaw. ¡Eso me agotaría inmediatamente!
El hoyuelo permaneció. Janet no dijo nada.
Ninian golpeó la mano en el respaldo del banco.
– ¡Ahora es cuando me vas a preguntar cómo escribo mis cosas!
– Eso ya lo sé… en extraños trozos de papel, arriba y abajo y de través, y alguien tiene que ordenártelos.
– Tengo que hacerlo yo mismo, querida. Janet, ¡eso te hubiera venido muy bien!
– ¿Qué es lo que me hubiera venido muy bien?
– Podrías haber tenido ese trabajo para siempre, pero no, tuviste que coger una rabieta y marcharte. No estoy enojado, ya lo sabes… Lo que sucede es que siento mucho que tengas que descifrar todo ese material de Hugo.
– Es un material muy bueno -observó ella seriamente.
El hoyuelo había desaparecido.
Ninian se pasó una mano enfurecida por el pelo.
– Muy bien, ¡lo es!-admitió-, ¿Y qué? Trabajas para él y no tienes que preocuparte por mis desdichados escritos y obras. Él es un escritor de best-sellers y yo no lo soy, y probablemente no lo seré nunca. ¡Y quizá sea eso lo mejor! ¡Y tú no estarías dispuesta a cambiar tu trabajo por nada del mundo!
Janet le miró con serenidad. Había algo de gratificador en poder hacer enfurecer a Ninian.
– Es un buen trabajo -comentó.
– ¡Oh, sí, un trabajo lleno de amor!-la mano que había estado apoyada en el respaldo del banco salió disparada y la cogió por la muñeca-. ¿Lo es?
– ¿El qué? ¡Ninian, me estás haciendo daño!
– ¿Es un trabajo lleno de amor? ¡No me importa en absoluto si te estoy haciendo daño o no! ¿Hace el amor contigo…, te besa?