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La joven hizo un ligero movimiento de protección con las manos.

– Muy bien, ¡fuera de aquí!

Ninian estalló en carcajadas.

– ¡Vamos! Estamos haciendo esperar a Adriana.

La encontraron tendida en el canapé, con la colcha de terciopelo cubriéndole hasta la cintura, con anillos en sus largos y pálidos dedos, sin ninguna otra joya, excepto el doble collar de perlas. El café no había llegado aún. Primero, ella quería hablarles. Llamaría para pedirlo cuando estuviera preparada.

– Y, para empezar, hablaré por separado con vosotros -dijo, dirigiéndose a Ninian-. Puedes marcharte a mi camarín y esperar allí. Hay una silla cómoda y un libro con recortes de prensa sobre mí.

El muchacho rió.

– ¿Crees que necesito los recortes para darme cuenta de lo maravillosa que eres?

La puerta se cerró; Janet se sentó en la silla que Adriana le indicaba y pensó: «Es como encontrarse en una especie de sueño extraño.» Y, a continuación, oyó decir a Adriana:

– Voy a hacerte una pregunta. Y quiero una contestación honrada. ¿Estamos de acuerdo?

No se produjo ningún cambio en el rostro de Janet, ni en su voz, cuando dijo:

– Eso dependerá de lo que me pregunte.

– ¿Quieres decir que te atreverías a no ser honrada?

– Puede que no sepa la respuesta.

– ¡Oh! Creo que la sabes o en caso contrario no te lo preguntaría. Bien, se trata de lo siguiente. Tú, Ninian y Star crecisteis juntos. No hay mucho que los niños no sepan los unos de los otros, y quiero saber hasta qué punto se puede confiar en Ninian, en tu opinión.

Janet permaneció sentada, en silencio. Los ojos de Adriana la escudriñaron. La pregunta se repetía en su mente como un eco. Al final, contestó:

– Hay diferentes clases de confianza.

– Eso es cierto. ¿Te ha fallado alguna vez?

Janet no respondió. Al cabo de lo que pareció un largo rato, Adriana dijo:

– ¿Que ése no es asunto mío? Supongo que no. Pero se trata de… ¿crees que me fallaría a mí?

– No lo creo.

Las palabras saltaron a su mente, a sus labios. No les dedicó ningún pensamiento consciente. Las encontró allí.

– No te has tomado mucho tiempo para responder -observó Adriana-. En otras palabras, es capaz de jugar con rapidez y flexibilidad con una mujer, pero no cogería nada de un bolsillo.

– No, no cogería nada de ningún bolsillo -confirmó Janet.

– ¿Estás segura de eso? -preguntó Adriana con un tono de voz profundo-. ¿No jugaría el papel del mentiroso por dinero? ¿No sería capaz de tender, manejar y tirar de los hilos de un plan que le pudiera proporcionar ventajas?

– ¡Oh, no!-exclamó Janet escuchando su propia voz muy clara y firme-. No haría nada de eso.

– ¿Por qué?

– No es propio de él.

– ¿Estás completamente segura de eso?

– ¡Oh, sí!

– Así es como pensabas de él cuando erais niños. ¿Cómo sabes que ahora no ha cambiado?

– Me daría cuenta si fuese así.

Adriana se echó a reír.

– Bueno, de todos modos no te andas por las ramas. ¿Hasta qué punto conoces a Robín Somers?

Si Janet se asombró ante la pregunta, no lo demostró. Si el cambio de tema fue un alivio para ella, tampoco lo dio a entender.

– Han pasado dos años desde la última vez que le vi -contestó.

Una de las pálidas manos de Adriana se alzó y volvió a caer.

– Eso no es una respuesta. Hace dos años que Star se divorció de él. ¿Hasta qué punto le conocías antes de que eso sucediera?

– Solía verle -contestó Janet tras considerarlo un momento- no muy a menudo. Podía ser encantador.

– ¿Te encantaba a ti?

– No mucho.

– ¿Qué pensabas de él?

– No creo que eso importe mucho, Miss Ford.

– No me gusta eso de ser Miss Ford. Llámame Adriana. Y si no importara, no te lo estaría preguntando.

– No me gustaba mucho -contestó Janet-. Pensaba de él que era un egoísta.

Adriana se rió.

– Los hombres lo son… y también las mujeres.

– Estaba convirtiendo a Star en una desgraciada.

– ¿Se sentía orgulloso de ella?

– A su manera.

– ¿Y de Stella?

– Supongo que sí.

– ¿Qué quieres decir con eso?

– Bueno, no se molestaba mucho por ella, ¿verdad? Ella estaba aquí, y él permanecía en la ciudad, ¿con qué frecuencia venía a verla?

– No muy a menudo.

– Ella habla de Ninian -dijo Janet con decisión-, pero no habla nunca de su padre.

Adriana sonrió.

– Eso puede significar que se preocupa muy poco… o demasiado. Es una niña extraña…, puede ser algo muy difícil de decir. Bueno, a ti no te gusta y piensas que hizo desgraciada a Star y, desde luego, ¡eso le condena! -la sonrisa se hizo burlona-. ¿Aceptarías su palabra sobre cualquier cosa?

No hubo ninguna duda en la contestación de Janet:

– ¡Oh, no!

Adriana se echó a reír.

– ¡Ahora lo sabemos! Bien, eso es todo por el momento. Ahora te toca a ti pasar al camarín. Dile a Ninian que venga. No necesitas leer los recortes de prensa si no quieres.

Encontró a Ninian absorto en ellos. Los dejó de mala gana. Se dirigió hacia la sala de estar riendo y diciendo:

– Soy como todos los demás adoradores: ¡me resulta difícil apartarme de ella!

Cuando cerró la puerta entre las dos habitaciones, Adriana dijo incisivamente:

– ¡No te quedes ahí, murmurando a mis espaldas! ¿Qué estabas diciendo?

– ¡Oh! Que me resultaba difícil dejar tus recortes. No cabe la menor duda de que la crítica te trataba muy bien.

– Eso es porque era buena…, era condenadamente buena. Y el público podía escuchar hasta el más bajo murmullo mío, que es mucho más de lo que se puede decir en la actualidad de prácticamente todos los que suben al escenario. ¡Oh, sí, era buena! Muy bien, y ahora he de decir que lo fui, y a nadie le importa lo buena que fui.

Ninian se acercó para sentarse junto a ella.

– Querida, no te eches por los suelos. Sé que eso te entusiasma, pero a mí no. Enriqueciste a tu generación, ¿y qué más se puede hacer? No lo sé. Es un verdadero logro… ¿y hay acaso muchas personas capaces de lograr algo?

Adriana extendió una mano hacia él y Ninian la cogió, llevándosela a los labios y besándola ligeramente.

– ¿Y bien? ¿Qué quieres de mí?

– ¡Oh! Sólo hacerte una pregunta o dos.

Sus cejas morenas se elevaron.

– ¿Sobre qué?

– Sobre esa chica, Janet.

– ¿Qué pasa con ella? -sus ojos aún estaban sonriendo, pero ella pensó que tenían una mirada cautelosa-. Querida, su vida es como un libro abierto… no hay simplemente nada que contar. Es una de esas increíbles criaturas que se dedican a hacer cosas por los demás, sin preocuparse en absoluto por sí mismas.

– Eso parece torpe.

– Es demasiado inteligente para ser torpe.

– Pues la has presentado como si tuviera todos los defectos de la torpeza.

– Lo sé. Pero no es torpe. Ni siquiera tú misma piensas así.

– ¿Dirías entonces que es una persona digna de confianza?

– ¿Acaso crees que Star la habría enviado aquí para cuidar de Stella si no lo fuese?

– Star no es precisamente un modelo de sentido común.

– No, pero conoce a Janet. Cuando has ido creciendo con otras personas, apenas si hay cosas que no sepas de ellas.

– ¿Dirías entonces que tiene un buen juicio?… Me refiero a Janet, no a Star.

– ¡Oh, sí! A veces parece como si te penetrara con la mirada. Al menos eso es lo que siempre ha hecho conmigo.

Los grandes ojos oscuros de Adriana estaban fijos en él. Con una franqueza devastadora, le preguntó: