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– ¿Por qué no te has casado con ella?

– Eso será mejor que se lo preguntes a ella.

– No vale la pena…, no me lo diría.

– ¿Y qué te hace pensar que yo estoy dispuesto a decírtelo?

– ¿Lo vas a hacer?

– Claro que no, querida.

– Podrías hacer otra cosa peor -dijo-. Está bien, ve y dile que ya puede entrar. Y dile a Meeson que ya puede servirnos el café.

Cuando Meeson llegó con la bandeja, en su rostro lucía una sonrisa de agradecimiento. Estaba claro que tenía a Ninian en un excelente concepto.v El joven se levantó, la rodeó con un brazo y le dijo que cada vez tenía mejor aspecto, a lo que la doncella replicó que a él le sucedía igual.

– ¡Y no digas bobadas! No vale la pena contarle el cuento a las viejas. Ya lo han escuchado antes y si a estas alturas no saben lo que vale, nunca lo sabrán. Da lo mismo; siempre he dicho que si hay un momento peligroso en la vida de una mujer es cuando está a punto de decidir que ya ha caminado con demasiada frecuencia por el bosque y sale de él con un palo encorvado.

– Gertie, estás hablando mucho -dijo Adriana.

– Cuando tengo una oportunidad de hacerlo…, ¡compréndelo! Nadie quiere pasar por aquí y echar un vistazo; ahora están ellos…, ¡no lo harían si pudieran evitarlo! ¡Está bien, está bien, ya me marcho!

– ¡No, espera! ¿Has hecho el café aquí arriba?

– En mi propia cocina de gas.

– ¿Y de dónde has sacado la leche?

– Del jarro grande de la nevera. Y el azúcar es el que compré en Ledbury la última vez que fui a comprar para Mrs. Simmons. ¿Qué pasa?

Adriana le hizo señas para que se marchara y así lo hizo, cerrando la puerta con una fuerza innecesaria.

Ninian elevó las cejas al preguntar:

– ¿A qué viene todo esto?

– ¡Oh, nada! No es nada.

– ¿Quieres decir que si no hago preguntas no me tendrás que decir ninguna mentira?

– Si quieres expresarlo de ese modo… ¿Sigues tomando todo el azúcar que puedes?

– Sí, especialmente cuando es ese apetecible azúcar del tipo cande. Llegaría incluso a tomar la parte de Janet si ella deja de tomarla.

– No la dejo -advirtió Janet.

– Pero de todos modos, una mujer realmente desinteresada, me daría su parte.

– Entonces, no soy realmente desinteresada.

Adriana les observó. Estaba sopesando lo que cada uno había dicho del otro, calculando al mismo tiempo hasta qué punto soportarían la considerable tensión que podría caer sobre ellos. Eran jóvenes, lo tenían todo ante sí…, problemas y dolores del corazón y los momentos que hacían que todo valiera la pena. Ella ya había tenido su parte. Había caminado entre las estrellas. Si se le ofreciera de nuevo el vivir toda su vida, se preguntaría si aceptar o no. Suponía que lo aceptaría, siempre y cuando no supiera lo que iba a suceder. Eso era lo que minaba la fortaleza y hacía más lento el palpitar del corazón…, observar la aproximación inevitable de algo que lanzaba su sombra amenazadora a través del propio camino, deslizándose detrás de una, extendiéndose hacia adelante para oscurecer el próximo día. Era estúpido pensar en eso cuando ya había decidido que la sombra sólo era una sombra y no contenía amenaza alguna. Era estúpido tener estos momentos cuando nada parecía valer la pena. ¡Oh, bueno! Cuando una estaba arriba, estaba arriba, y cuando estaba abajo, estaba abajo. Esa había sido siempre su forma de actuar, pero nadie había logrado mantenerla abajo por mucho tiempo. Y ella había hecho un buen recorrido, un largo recorrido. Un recorrido largo tenía también sus desventajas…, se sentía pasada de moda. Y, sin embargo, se lamentaba cuando todo llegaba al final. Pero el final no había llegado aún, ¿y de qué servía pensar en ello? Se arrellanó entre los cojines de brocado color crema y dijo:

– Voy a organizar una fiesta. Gertie y yo hemos estado haciendo listas.

11

Janet salió de la habitación de Adriana Ford y se dirigió hacia el cuarto de la niñera. Estaba pensando en lo extraordinaria que era Adriana y en que, posiblemente, no sería tan vieja como Star había dicho. Había algo vivo en ella, algo que ocuparía siempre el centro del escenario, ya lo mantuviera con aquella mirada trágica, con un parloteo alegre sobre su nueva ropa y sobre las fiestas que pensaba dar, o con las preguntas perspicaces que chocaban con los asuntos más privados de una misma. ¿Qué pretendía haciéndole aquellas preguntas sobre Ninian, y por qué necesitaba hacérselas a una persona extraña? Ella era pariente de Ninian y le había conocido toda su vida. ¿Qué podía decirle Janet que no supiera? Ahora, se preguntaba por qué había contestado aquellas preguntas. Entonces, la puerta se abrió tras ella y Ninian la siguió al interior de la habitación.

– ¿Y bien? -preguntó él.

– Buenas noches -se despidió ella.

– ¡Oh, no me voy a marchar ahora! -advirtió él, riéndose-. ¡Al contrario! Vamos a tratar de hacer algo aquí, en el cuarto de la niñera.

– ¡Nada de eso!

– Claro que sí, querida. Ni siquiera sueño con cerrar la puerta y tirar la llave. Sólo voy a utilizar la persuasión moral.

– Ringan, ¡vete a la cama!

La antigua forma fronteriza de su nombre le surgió sin que Janet tuviera la menor intención de utilizarla. Había sido algo frecuente entre ellos, cuando eran niños, pero incluso en aquella época los mayores fruncían el ceño, pensando que sonaba demasiado vulgar. Era una extraña variante de Ninian y ella siempre se había preguntado el porqué del nombre, pero en esta ocasión le salió con facilidad.

La mirada de él se suavizó.

– Hacía ya mucho tiempo que no me llamabas así, mi jo Janet.

– No quería hacerlo. No sé por qué lo he hecho.

– Eres una muchacha fría y dura, pero de vez en cuando cometes un desliz y eres humana. Y ahora deja de hablar de ti misma y dime qué piensas de Adriana.

El rostro de Janet enrojeció.

– ¡No estaba hablando de mí!

– Muy bien, querida, como tú quieras. Pero ahora quiero hablar de Adriana. ¿Qué piensas de ella?

Janet frunció el ceño.

– No es como ninguna otra persona que yo conozca.

– ¡Afortunadamente! ¡Imagínate una casa llena de Adrianas! ¡Se produciría una combustión espontánea! ¿Sabes una cosa? Ese es el problema con Meriel… ella es una imitación, una mala copia, la versión de la modista local de un modelo de París. Consigue expresar ciertas singularidades en tal o cual detalle, pero no tiene ni el coraje ni el impulso de Adriana, por no decir nada de su talento. ¡Es una persona extraña! ¿Qué te dijo cuándo me hizo salir de la habitación?

– Eso es una pregunta.

– ¿No voy a obtener respuesta?

Janet sacudió la cabeza y Ninian preguntó:

– ¿Te preguntó algo?

La joven volvió a sacudir la cabeza.

– ¿Quiere decir eso que lo hizo, o que tú no le dijiste nada?

– Piensa lo que quieras.

– Eres una mujer muy irritante -observó él, echándose a reír-. ¿Qué harías si te zarandeara…, pedir socorro?

– Puede.

– En ese caso, te voy a decir quién vendría… Meriel. Es la única que está lo bastan te cerca. ¡Y qué divertido seria… para ella, claro! ¡Podría representar un papel de acuerdo con su corazón! ¡Seductor brutal descubierto! ¡Un ángel acude al rescate! ¡Damisela sin experiencia rechazada y advertida!

– Ringan, ¡vete a la cama!

Había tratado de que sus palabras, si no con enfado, sonaran con un acento de tranquila firmeza. No pudo evitar el darse cuenta de que hubo en ella un ligero rastro de indulgencia.