Janet no tuvo más remedio que concederle puntos a Ninian por la forma en que la trató. La escuchó con una actitud simpática, con un ocasional murmullo de asentimiento, mientras ella respondía con quejumbrosa satisfacción. La pequeñez de sus habitaciones, el temperamento de su patrona, el alza del coste de la vida, la incivilización predominante en las tiendas, la indiferencia y negligencia por parte de un público que antes era entusiasta…, la corriente de quejas y lamentos continuó sin que ella se concediera apenas un respiro.
Janet, después de descender del coche ante la puerta de la vicaría, pudo escuchar su voz por encima del zumbido del motor que arrancaba. Miró su reloj y se dio cuenta de que Stella no saldría hasta dentro de otros diez minutos. La mañana había sido brumosa, pero el cielo se había aclarado y ahora el sol calentaba un poco. Echó a andar, pasando junto a la vicaría, hacia la hilera de casas de campo situadas más allá, con sus jardines coloreados por las flores del otoño. Ciertamente, no había hada más bonito que un pueblecito inglés. La primera casa pertenecía al sacristán. Su tatarabuelo ya había vivido en ella y trabajaba en el mismo oficio. Fue él quien empezó a dar forma al seto con cresta de gallo y con un arco. Las figuras estaban ahora una a cada lado del arco, muy rígidas y brillantes, y tenían más de cien años. Mr. Bury se sentía muy orgulloso de ellas. A continuación, la vieja Mrs. Street tenía una excelente exposición de rascamoños, cabezas de dragón y dalias. Su hijo, que era jardinero, la asesoraba en plantas, pero ella no entendía todas aquellas cosas que él sacaba de los libros. Lo que ella plantaba, crecía, y no se podía pedir más.
En una parte había una hilera regular de jardines. En otra había un prado y el largo y tortuoso camino que conducía a Hersham Place, caserón vacío, porque en estos tiempos nadie se podía permitir vivir en una casa que tenía treinta dormitorios. La casa del guarda fue alquilada a la madre de Jackie Trent que, según se decía, estaba emparentada con la familia. Era una mujer joven, de muy buen aspecto, y en el pueblo se hablaba de ella. Pasaba una buena parte del tiempo acicalándose, pero no remendaba las ropas de Jackie y no había una sola casa en todo el lugar que no se sintiera avergonzada de su poco cuidado jardín. Estaba ciertamente muy descuidado…, como Jackie.
Al pasar Janet, salió Esmé Trent. Llevaba la cabeza al descubierto y el pelo le brillaba bajo el sol. Había sido abrillantado hasta adquirir un tono mucho más atractivo que el original, y sus cejas y pestañas estaban oscurecidas adecuadamente. Había elegido un lápiz de labios algo chillón. En conjunto, había en ella más maquillaje de lo que solía ser normal en el campo. En cuanto al resto, llevaba un traje chaqueta de franela de un corte admirable y por el hecho de que llevaba puestas medias de nilón y zapatos de tacón alto y lucía un elegante bolso gris, no parecía probable que fuera simplemente a recoger a Jackie. Bajó por el camino, andando con rapidez, y mientras Janet, que había dado media vuelta, llegaba de nuevo a la vicaría, Esmé Trent se dirigía hacia la parada de autobús de Ledbury.
Mrs. Lenton estaba en el jardín, cortando dalias. Tenía los mismos ojos redondos y azules y el mismo pelo rubio que sus dos hijas pequeñas. Había en su naturaleza una predisposición a la risa y a tomarse las cosas con sencillez. En cierto sentido, eso la convertía en una persona agradable con la que vivir, pero también le retrasaba con respecto a las cosas que tendría que haber estado haciendo. Había tenido la intención de cortar las flores después del desayuno, pero no tuvo tiempo y ahora lo hacía con rapidez, pensando en el budín de leche que había dejado en la cocina, al fuego. El ver a Esmé Trent desaparecer en el autobús, la distrajo. Su piel rubia se ruborizó y con un tono de enfado en su voz, preguntó:
– ¿Ha visto eso, Miss Johnstone? Allá va, y Dios sabe por cuánto tiempo…, ¡seguramente por horas! Y ese pobre chico se tiene que quedar solo en una casa vacía y comer cualquier cosa que ella se haya molestado en prepararle. Y sólo tiene seis años. ¡Es chocante! Yo lo he tenido en casa una o dos veces, pero a ella no le gusta…, me dijo que ya lo había dejado todo arreglado…, así es que ahora ya no me atrevo a hacerlo.
– Pues sí que está mal -admitió Janet.
Mrs. Lenton cortó una dalia con excesiva fuerza.
– No me importaría lo que dijo, pero es que, además, se lo advirtió a Jackie. Es muy conveniente que John diga que todos debemos ser caritativos, pero cuando la gente hace esas cosas con los niños, no puedo serlo.
Las tres niñas salieron corriendo, con Jackie rezagado tras ellas. Ellie Page, la prima del párroco, que les daba clases, salió hasta el escalón, pero cuando vio a Janet se dio media vuelta. Mary Lenton la llamó.
– Ellie, venga aquí a conocer a Miss Johnstone.
Se acercó con cierta desgana. Janet no pudo entenderla. No era bonita, pero tenía una especie de tímida gracia. Los niños disfrutaban con sus lecciones, ¿y por qué diablos tenía que mirar a Janet como si fuera una enemiga o, en el mejor de los casos, como a alguien con quien se debía andar con cautela? Cuando habló, su voz tuvo un tono insólito, dulce y bastante agudo. Sin ninguna clase de explicaciones preliminares, dijo:
– Espero que Stella ya le haya hablado de la clase de baile. Es esta tarde, a las tres. Miss Lañe llega desde Ledbury.
Mary Lenton se volvió con las dalias doradas y anaranjadas en la mano.
– ¡Claro!… Ya sabía yo que había alguna razón para que tuviera que cortar flores. Tendremos una media docena de niños y la mayoría se quedarán a tomar el té. Stella siempre lo hace. ¡Oh, y quizá a Jackie le guste venir! El no aprende a bailar, pero al menos podría observar -se dirigió a él cuando el chico pasaba a su lado arrastrando los pies-. Querido, ¿no te gustaría volver esta tarde para ver el baile y tomar el té?
Jackie pegó una patada a la gravilla y contestó:
– ¡No!
– Pero, querido…
El chico se apartó, revolviéndose, y salió corriendo por la puerta.
– ¡Oh, querida! ¿No es realmente un chico desagradable? -dijo Ellie Page con un tono dolorido.
13
Adriana bajó a comer; tenía en mente planes destinados a todos ellos. Le extrañó bastante el ver que Geoffrey no estaba allí.
– Descansaré durante una hora y luego me llevaré a Mabel a dar un paseo en coche. Si Geoffrey tenía la intención de salir tendría que habérmelo dicho. Supongo que no se le habrá ocurrido llevarse el Daimler.
Fijó una mirada interrogativa en Edna, que manoseó su servilleta con cierto nerviosismo.
– ¡Oh, no!… ¡Claro que no! Quiero decir…, ¿cómo podría haberlo hecho si se lo había llevado Ninian para ir a esperar a Mabel?
Adriana imprimió un brusco movimiento a su pelo rojo y corto.